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domingo, 31 de agosto de 2008

“SABORIGEN”: OTRO TÉRMINO PARA EL FOLCLORE






Por Carlos Valdés Martín

Ocupado por la fea palabra de folclore[1] y porque representa un bello concepto, indagué la posibilidad de acuñar un neologismo. Después de una amplia cavilación y amplias consultas decidí por el neologismo saborigen, donde se mezcla de modo armónico y conforme al “espíritu” de la lengua lo que buscamos expresar. El término folklore sintetiza un bello término en inglés, pero en español nos dice poco y reduce el fondo de la cuestión. Pues lo folclórico se reduce a lo pintoresco que hace el pueblo, a las artesanías y bailables populares, sin embargo, se pierde el aspecto central del término anglo donde se marca un “lore” (conocimiento, acervo) que posee un hondo significado. Las raíces al escapar de su suelo nutricio quedan expuestas y se convierten en un garabato sin sentido, o lo que desemboca en materia orgánica en putrefacción. Rescatar la correcta posición de las raíces etimológica las coloca dentro del saber, de ahí los esfuerzos de antropólogos y filólogos. De hecho, ese neologismo inglés se presentó en el momento correcto y lugar justo, colocado sobre la gran oleada para el rescate de las tradiciones populares y redescubrimiento de los lenguajes locales.
A su vez, el término inglés “folklore” fue un neologismo inventado por el multifacético (arqueólogo, político y escritor) británico William John Thomson, y hasta señala una fecha exacta de nacimiento pues fue acuñado el 22 de agosto de 1846. La palabra la consideró necesaria para referirse a lo que se llamaba “antigüedades populares”. Incluso esa fecha la consagró la UNESCO el 22 de agosto de 1960 para convertirla en efeméride. El referente del folclore es ese campo difuso y vasto de la cultura que (de modo típico) no tiene autor, proviene de una tradición oral y se manifiesta de múltiples formas.
El uso de un término “tropicalizado” para el folclore resulta común en distintas latitudes y se ha practicado, aunque se mantiene como una tentativa marginal. El mismo folclore es una operación marginal, pero trascedente, pues mantiene la línea de continuidad del tiempo en los sistemas culturales (en su múltiple variedad).
Por su parte, la palabra folclore posee dos dificultades de traducción al castellano, pues la combinación “lcl” resulta ajena a nuestra sonoridad. Y en inglés la “e” final es muda, así que creamos una divergencia con el original. Por esas dificultades, resulta conveniente sustituirlo por una equivalencia mejor elaborada.
A modo de conclusión, abogo por el neologismo “saborigen” pues unifica al saber con lo originario de los pueblos. Los lugareños de cada sitio han sido llamados aborígenes, que se referían desde afuera. En algunas variaciones el “ab” parece distorsionado, entonces queda el apelativo a los originarios. En seguida, está el modo que es el “saber” en su amplia acepción. La unión de estos dos elementos establece un vínculo de importancia entre el conocer y el sujeto colectivo o difuso, desde donde aparece una virtud: saber de los originarios. En fin, resulta “saborigen” como término único equivalente a cualquiera de las palabras folclore, folklor o folclor.
   


[1] En el diccionario RAE se aceptan tres variedades que indican la indefinición ante su aceptación: folclore, folclor y folklor.

domingo, 10 de agosto de 2008

ODIN EL SABIO ENGAÑADO: LAS AVENTURAS DEL OJO Y LA ANCIANA



Por Carlos Valdés Martín

El tuerto es Rey o adquirir la sabiduría a cambio de un ojo
El valiente Odin lidera a la tribu de los dioses escandinavos. Llama la atención que estos son “dioses nuevos”, perteneciente a una nueva generación divina. Encabeza a dioses jóvenes, una nueva generación la cual enfrenta y supera a los “gigantes”, esas entidades plenas de fuerza, pero escasas de sentimientos nobles y disminuidos (finalmente) de la luz intelectual. Para desplazar a los gigantes (viejos) se entabló una lucha, estruendosa la batalla de los dioses. Este supremo Odin no nació con sus dones completos, sino los adquirió durante sus viajes y aventuras, esas capacidades supremas las fue atesorando hasta alcanzar un nivel suficiente para colocarse al frente del grupo de los dioses, gritando a los cuatro vientos con una autoridad incuestionable.
Cuenta la leyenda, de acuerdo a su verbo escarlata, conservado en la palabra escrita de caracteres rúnicos, de un Odin insatisfecho con el conocimiento adquirido durante previas aventuras. El valor y la fuerza ya los demostró, el valor empujando a una fuerza más allá de sus límites, usando las armas aceptables de entonces, principalmente un martillo militar, su herramienta transitando desde el herrero hasta el guerrero, así armando a un “ferrero-guerrero”. Sus pies no desmayaban para descubrir un portento superior, y entonces escuchó, como un eco lejano una leyenda dentro de su leyendo, y por rumores recibió la noticia de una fuente del conocimiento, un dictado de sabiduría, escondida en lo recóndito del bosque prohibido.
Fascinado por las noticias de una fuente del saber superior a las propias de los dioses jóvenes, Odin se dijo así mismo “En marcha” y se dispuso a obtenerla. El bosque prohibido, lo estaba precisamente, vedado para los dioses, acotado en los profundo del territorio de los gigantes, sus enemigos naturales. Así, además del laberinto de árboles oscuros y hostiles, se iniciaba un pantano secreto, estrechando el camino hasta una angostura única, creando un único paso, entonces guarecido por un gigante imbatible. Además de enorme, este guardián resistía cualquier golpe. El gigante resultaba imposible de vencer a mano limpia, incluso para un dios belicoso como Odin. En el vértice, justo cuando termina el argumento de la fuerza aparece la argucia para ayudar al vencedor. En vista de lo inútil que resultaría un desafío, Odin emplea sus mejores argumentos, pero el paso está completamente vedado. Pero el dios completamente decidido a obtener esa fuente de sabiduría, le ofrece una prenda imposible de rechazar, y le ofrece un gran caudal de oro además de su propio ojo en prenda y garantía de que no hurtará de la fuente de la sabiduría. Odin le dice al gigante: “prometo no abrevar de la fuente de la sabiduría, fuente que tan celosamente guardas, solamente acudiré a una consulta para cuidar de mi propia salud”.
Con una prenda tan convincente, estimable por encima de cualquier joya en un montepío, el gigante permite el paso, dejando claras las advertencias de destino para ese ojo vivo si se rompía la promesa de Odin para regresar inocentemente sin tocar la fuente de la sabiduría. Estamos en el terreno de la magia legendaria, el osado dios Odin tiene la capacidad para sacar su ojo sin lastimarlo, dejándolo delicadamente en manos del gigante. La prenda se entrega en el instante, y queda el paso franco para el dios. El gigante le advierte desde su ronco pecho: “si te atrevieras romper tu promesa y a abrevar de la fuente prohibida, en el acto destruiré tu prenda querida”.
La fuente anhelada parece un don natural, formado por un manantial al pie de una enorme peña, semejante a los manantiales naturales pero con una cualidad extraordinaria. Una vez franqueado el paso y cuando Odin alcanza la fuente de la sabiduría el desenlace, casi parece obvio. En su valiente pecho está la decisión entre el abrevar en la fuente de la sabiduría, tesoro privado de la estirpe de los gigantes (en lo demás poco inteligentes) o el mantenerse fiel a su promesa y rescatar su ojo cautivo. Evalúa la situación, sopesa el argumento, estima la importancia y ya no duda, pasa a la acción, entonces Odin bebe de las maravillosas aguas del pensamiento puro. Embriagado por su nuevo conocimiento, descubre que los dioses jóvenes superarán a los gigantes definitivamente en un primer “crepúsculo de los dioses” (göttendamerung). Luego opta por clausurar definitivamente la fuente de la sabiduría, para quedar como el último beneficiario de este don y privar a los gigantes de tal posibilidad, y entonces despeña las rocas de la montaña alrededor. Una vez hecha la elección no hay marcha atrás, queda perdido el ojo del dios, mientras se gana el conocimiento. El gran dios Odin queda tuerto, la leyenda lo recordará como el gran tuerto, quien reina entre sus congéneres, así es “el rey tuerto” ¿Es correcta tal elección? La narrativa indica una sola respuesta: perder el cuerpo para ganar el pensamiento. El pensamiento resulta superior al cuerpo, entonces buscamos su conquista a riesgo de perder la materia. Lo sorprendente del relato aparece con la pérdida voluntaria e inminente, al dejar un ojo como prenda del enemigo, como rescate anticipado de la batalla.

Las tres pruebas de poderío fracasadas
En una de sus aventuras Odin se encuentra ante un gigante, pidiéndole traspasar una enorme puerta del trasmundo. La narración afirma a esa como la puerta mayor del mundo, una inmensa puerta al tamaño de la raza de los gigantes. Una vez traspasado ese umbral, los gigantes increpan y retan a Odin a demostrar su superioridad mediante alguna hazaña. El primer reto parece menor, pues simplemente le desafían a beber vino. El vino está en un cuenco hecho de un cuerno, a la usanza regional, donde convertían cuernos de bovinos en vasos. Y ese reto pareciendo tan sencillo se complica, porque el cuenco nunca deja de manar vino. Ya sea bebiendo despacio o rápido, a grandes buches o pequeños sorbos, el líquido sigue saliendo. El dios termina fastidiando ante tanto líquido y lo escuchamos protestando con los gigantes, porque esa prueba parece poco digna de su alcurnia divina. Lo gigantes se ríen de su derrota, pero Odin no acepta terminar esta prueba abatido y entonces le ofrecen un nuevo desafío. Los gigantes traen una gran tortuga, anima fuerte pero esencialmente manso casi inmóvil, y retan a Odin para pelear con el animal. Saca el dios su arma y asesta un golpe de martillo sobre el caparazón de la tortuga. Resuena el recinto del tremendo golpe, pero la tortuga no se inmuta. Tanta fuerza coloca en el siguiente golpe que parecieran saltar chispas del caparazón durante el impacto. Al reintentarlo la mano se blanquea de tanta fuerza acumulada al apretar el mango del martillo. El animal permanece tranquilo, como si no recibiera martillazos, sigue con indiferencia los esfuerzos del dios guerrero. Y continúa la tunda de golpes. El silencio devora los esfuerzos de Odin. Como su ataque no avanza, sudando por los poros del cuerpo, el dios vuelve a protestar. Repela a los gigantes, y vuelve a invocar la falta de nivel de su rival. Una tortuga no le parece rival en tal momento. Está dispuesto a emprender una verdadera lid. Pero los gigantes se ríen por el fracaso de Odin, le gritan burlones y conminan a aceptar el fracaso, discuten y no llegan a un acuerdo.
Sin dejar de festejar ruidosamente el desaliento de Odin, los gigantes el proponen un nuevo rival, ahora sí con una persona para confrontarlo. Aparece una anciana entre los gigantes y se adelanta, que dice casi susurrando: “Nadie me vence”, retando a Odin. El dios se niega al enfrentamiento, pues no acepta combatir con mujeres y menos siendo una vieja. Sin embargo, la anciana le increpa, provoca y le ataca, lo fustiga y jalonea. De entre los jaloneos empieza un forcejeo, y se convierte en lucha. Pasan de los empujones a los golpes, y nuevamente el dios descubre, con asombro, que la anciana no mengua ni sufre mella. El dios debe volcar todo su empeño para abatir a su rival, sin embargo, incluso su martillo resulta inútil, simplemente se va cansando, agotando. Finalmente está más débil, tan agotado que renuncia a continuar el combate.
Esta vez, ya totalmente confundido, Odin acepta su derrota. Los gigantes redoblan sus risas y lo obligan a alejarse. Al salir por la misma inmensa puerta por donde entró al territorio de los gigantes, entonces interroga al gigante que lo acompaña y recibe respuestas. El gigante le dice que estaban reunidos dentro del mundo del ensueño, donde las apariencias son falseadas. Le revela el tipo de batallas y el motivo de la risa. El cuenco con líquido que nunca acababa corresponde al mar, pero el dios neciamente pretendía beber el mar, y resultaba imposible terminarlo. La tortuga a la cual golpeó sonoramente era la misma tierra, que continuaba marchando indolente a pesar del ataque del dios, y el gigante el muestra las colinas que se formaron por el batir del martillo de Odin. La anciana, le resulta lo más intrigante al dios, y se le explica que la anciana era imbatible por encarnar al Tiempo. Contra el Tiempo ni un dios está capacitado para luchar, siempre vence con su marcha perpetua, inútil combatir al Tiempo.
En este caso, burlado por los gigantes, el dios Odin representa al ego soberbio cuando pretende rebasar sus fundamentos. El umbral representa la falsa conciencia, la ilusión, cuando está promoviendo realizaciones descomunales, rebasando la medida de su naturaleza. El mar, la tierra y el tiempo representa los fundamentos materiales convertidos en totalidad; la lucha se convierte en necedad cuando cree rebasar el propio fundamento. Hasta los dioses obtienen su propia medida, con más razón las personas están obligadas a reconocer la estatura adecuada a su combate.

Comparación de ambas anécdotas
Puestas una junto con otra, ambas narraciones dejan un panorama completo sobre el tema del despertar de la conciencia. En el primero, descubrimos el ascenso desde lo aparente material hasta lo esencial mental. Para obtener la sabiduría se rebasa el territorio (tan cautivador y vasto) de la apariencia, sin embargo, aparece una condición de vínculo, porque permanece un ojo material. El dios rey queda tuerto, mantiene el puente con la apariencia, la mitad pertenece al mundo mental, y se define el balance.
En la segunda narración el dios cae bajo el cautiverio de la apariencia, pero la equivocación no es casual. Su error consiste en atacar sus propios fundamentos, causando la ilusión de la prepotencia, el ego pretendiendo superar al mundo. La conquista de la sabiduría no es suficiente, acaba en silencio por la sordera del ego. Mantener la conciencia implica reconocer el propio tamaño, quien estima al mar como una bocanada y desprecia a tierra como una especie en peligro de extinción, está destinado a fracasar. También descubrimos el perfil ecológico de la leyenda, porque el ecologismo se sustenta en respetar el fundamento material de la existencia, respetar mares y tierras, sin los cuales resulta imposible nuestra existencia. Entonces la lucha emborrachada del ego merece aplacarse con risas y burlas, el ego conquistador es un bufón ante el escucha de la verdad. Recuperar el propio tamaño es rescatar la cordura y prepararse para cantar victoria en las verdaderas batallas.

LA PITIA DE DELFOS: LA CADENA DE LA CIENCIA Y LA DEL MILAGRO


Por Carlos Valdés Martín

Las investigaciones de ciencia exacta siguen su cadena por medio de relaciones causales estableciendo correcta y aisladamente cada hecho. Por lo mismo, para el estudio científico se revisa cada acontecimiento y se verifica su simple existencia, así, para empezar el análisis científico duda de un reporte, un hecho, un dato.

El Oráculo de Delfos
Si en la literatura griega, incluso donde se presume una Historia fidedigna, como la obra de Herodoto, existe un relato conviene ponerlo en duda, sobre todo, si conduce por senderos extraños o maravillosos. Tal es el caso de las profecías del oráculo de Delfos. En ese santuario se estableció el culto del dios Apolo, correspondiente al Sol, y su característica notable indica a una mujer sacerdotisa dedicada a profetizar en estado de trance. Las indicaciones existentes nos narran sobre una antigua caverna o una grieta en el piso del templo, por donde emanaban gases, y esa mujer denominada “pitia” o “pitonisa” caía en un trance místico, mediante el cual respondía a las preguntas recibidas por los asistentes. Las preguntas recibían usualmente respuestas metafóricas, en principio desconcertantes, y lo maravilloso consistía en que finalmente las respuestas resultaban completamente acertadas. La convicción de los vaticinios acertados de la sacerdotisa del Oráculo de Delfos resultó una institución fundamental entre los antiguos griegos. Este Oráculo resultaba un eje religioso pero también social, cultural y hasta precisamente político. En el relato de la historia griega resulta trascendente este Oráculo para la decisión que afectó el curso de los grandes eventos, por ejemplo, en las decisiones para enfrentarse contra el enorme poderío de los ejércitos persas de Ciro y sus sucesores. Según los relatos, la acertada intervención permanente de la pitonisa unificaba a los griegos clásicos, y esta unidad relativa (porque ellos se organizaban en ciudades-Estado separadas) les permitió sobrevivir ante enormes peligros externos y alcanzar los logros de su época clásica.

La tortuga y el cordero en el caldero
Llama la atención dos situaciones casi inverosímiles para la ciencia: el permanente prestigio de este Oráculo sobre sus predicciones certeras durante siglos. Debería resultar más fácil fallar y caer en desprestigio. Ciertamente, sirve de escudo el estilo críptico o metafórico de los mensajes del Oráculo, sin embargo, para los contemporáneos permanentemente les parecían acertados, hasta un nivel de lo increíble. La reverencia y aceptación de esta institución resultó inamovible durante siglos, incluso los cuestionadores profesionales, los filósofos, resultaban sumamente cautos ante esta institución. Según Herodoto los reyes, bajo el signo desconfiado de su poderío, probaban repetidamente al Oráculo, y en una amena narración nos indica que el rey Creso ansiaba saber cuál de los muchos oráculos existentes en ese periodo encerraba el verdadero don profético, así envió a diversos emisarios a lejanos sitios. El encargo de Creso consistió en preguntar a cada oráculo ¿qué está haciendo el rey en este día? El rey preparó en completo y riguroso secreto una actividad imposible de atinar por azar. Si alguien adivinaba sería solamente por una verdadera visión mística, ya que nadie tenía noticias de su actividad secreta. De todos los oráculos le satisfizo enteramente a Creso el de Delfos y otro también le agradó parcialmente. Herodoto narra indicando la respuesta textual de la pitonisa: “Sé del mar la medida y de su arena/ el número contar. No hay sordo alguno/ a quien no entienda; y oigo al que no habla/ Percibo la fragancia que despide/ La tortuga cocida en la vasija/ de bronce, con la carne de cordero/ teniendo bronce abajo, y bronce arriba.”[1] El rey Creso de Sardos quedó convencido porque este gobernante, precisamente, para su prueba ese día en completo secreto cocinó un inusual guiso, mezcla de tortuga y de cordero, encerrados en una vasija de bronce cuidadosamente cerrada. Ahora bien, simplemente tenemos el testimonio de Herodoto, sobre quien puede creerse o dudarse, pero parece un relato difícil de inventar, precisamente por eso le confiere notoriedad.
Una vez convencido de acierto del Oráculo délfico procedió Creso a consultarle sobre los temas delicados del Estado, guiándose para la organización de sus alianzas y del enfrentamiento con los persas, dirigidos por el gran Ciro. Ahora, bien en el mismo relato, deja claro Herodoto, que este rey Creso con alguna siguiente profecía se auto-engañó con su interpretación, en una especie del engaño de las intenciones. Una vez terminados el suceso, al autor y a la opinión ordinaria de los griegos les pareció que el Oráculo volvió acertar, y el error recayó en la mala interpretación de Creso.
Ahora bien, este tipo de aceptación de la devoción mediante pruebas proféticas contiene un problema: en la próxima falla se abandona la fe. A diferencia de devociones que no requieren de comprobación próxima futura, la profetización exige de mantener su acierto. Entonces resulta una fe por las pruebas, con una singular mixtura de devoción y escepticismo. De hecho, el pensamiento griego es precursor de la filosofía y, con ella, del raciocinio y del escepticismo. De tal modo, que la convicción en este Oráculo está basada en una actitud ya cercana a la ciencia: la predicción debe comprobarse en el hecho.

La repetición de lo difícil se convierte en lo imposible
El acierto de cada predicción montada sobre un lenguaje alegórico, y por eso parcialmente oscuro, contiene alguna probabilidad. Como probabilidad esto implica un azar. Mientras más específica sea la pregunta y menos probable se presente la respuesta más lejos estamos de los eventos probables, avanzamos una casilla hacia lo difícil de ocurrir, como en el caso de la tortuga y el cordero. Luego, si estas dificultades de ocurrencia se siguen repitiendo alcanzaremos el terreno de lo imposible. En efecto, la continuidad del prestigio de este Oráculo se remonta hasta lo imposible.
Ahora bien, la comprobación exacta de cada uno de los acontecimientos relacionados con el Oráculo implica dificultades y hasta la imposibilidad absoluta. Sobre el relato de la indagación de Creso para descubrir cuál de los oráculos resultaba mejor, resulta imposible preguntarle al protagonista, y el relato ya proviene de segunda mano. Incluso la investigación arqueológica empezará por preguntarse si efectivamente existió ese tal Oráculo de Delfos. Los trabajos arqueológicos de campo sacaron a la luz los restos conservados del Templo de Apolo, el sitio de las profecías. En la actualidad no existe una caverna o una grieta desde donde se desprendan gases subterráneos, los cuales, según los relatos inspiraban a la sacerdotisa pitia y la ponían en el trance profético. Otras investigaciones modernas indican que por ese sitio exacto coinciden dos fallas geológicas, de tal modo que en ese sitio seguramente se abren o cierran grietas subterráneas por los sismos tan frecuentes en Grecia. Asimismo, la estructura actual de las rocas del sitio indica restos de emanaciones de gases de etileno, los cuales producen un efecto euforizante en quienes los respiran. Cada uno de estos tres eslabones representa investigaciones empíricas, las cuales simplemente abonan hacia la existencia del Oráculo de Delfos protagonizado en ese sitio, donde se descubrieron los restos del templo de Apolo. Esto otorga un poco de confiabilidad al relato de los hechos, pero también nos coloca sobre el filo de lo imposible, al establecer una relación de conexión entre cierto tipo de falla geológica convergente, unos gases emanados del subsuelo, el efecto psicotrópico en el cerebro de las sacerdotisas (a lo largo de siglos fueron varias personas) y unas profecías metafóricas en las cuales creyeron los griegos durante siglos.

La cadena de los milagros
La concatenación de sucesos de difícil ocurrencia va arrinconando las posibilidades hacia cifras cada vez más insignificantes, hasta alcanzar un terreno inferior a lo pequeño y colocarnos sobre el filo de lo imposible mismo. Incluso la reducción de las posibilidades acontece muy rápido y las mismas explicaciones escépticas pierden su encanto. El tema de los gases subterráneos y la sacerdotisa inspirada resulta sumamente problemático. ¿Cómo es posible que unos gases subterráneos ofrezcan un efecto tan exacto y mesurado, como para inspirar a una sacerdotisa sin matarla, enfermarla, enloquecerla de modo evidente, etc.? ¿Acaso no varían en composición los gases terrestres, no resultan tóxicos definitivamente, etc.? El tema ofrece demasiadas probabilidades en contra de que la respiración de gases subterráneos se conserve durante siglos en un “saludable equilibrio” para producir profecías sensatas o de apariencia creíble. Si esto alcanzara a ocurrir resultaría más que extraño. Luego quedaría sin explicación que tales gases sirvieran para favorecer un don profético de tanta utilidad durante siglos de historia griega. Bajo este lado de la argumentación, esta probabilidad resulta increíble: que unos gases cavernosos tuvieran tales efectos psicotrópicos positivos y controlados durante siglos, suficientemente benéficos para generar una inspiración de tipo histriónica en unas mujeres seleccionadas para profetizar y tales profecías resultaran perfectamente creíbles y convincentes entre un pueblo como el griego tan cultivado y analítico, incluso el mismo pueblo de los padres del escepticismo. De hecho, esta sería la cadena de argumentos ordinaria propuesta por la ciencia histórica, en vistas de un fenómeno del tipo del Oráculo de Delfos. Una vez comprobada la existencia de tal Oráculo y sus profecías no quedarían muchas opciones distintas para interpretar desde un punto de vista escéptico científico. La contraparte de una cadena argumental también resulta débil (en especial, por la distancia con tales acontecimientos, de los cuales solamente poseemos noticias gruesas, falta de detalles y elementos para precisar), una cadena que incluya cualquier tipo de interpretación sobrenatural. Ante tantas dificultades para explicar el éxito de la pitia resulta más sencillo engarzar directamente con las hipótesis sobrenaturales, y efectuar una interpretación inteligente elevándose sobre las creencias simples. Sin profesar culto a los dioses de Grecia antigua ahora debemos jugar con nuestras hipótesis naturales o sobrenaturales para ahorrarnos la pena de crear cadenas tan complicadas como la ofrecida por la ciencia arqueológica. Resulta más sencillo mirar sin desprecio la hipótesis de una facultad profética bastante extendida entre las sacerdotisas de los griegos, aunque claro, invariablemente las profecías permanecen veladas suficientemente. La profecía más certera debe ser la menos escuchada o aceptada, de lo contrario sus beneficiarios y víctimas procurarían torcer rápidamente los hilos del destino: uno de los temas favoritos de la literatura griega ejemplificada por Casandra princesa de Troya y Layo padre de Edipo.

NOTAS:
[1] HERODOTO, Historias, Libro Primero, p. 33-34