Música


Vistas de página en total

sábado, 23 de octubre de 2010

EL DESIERTO Y EL ANHELO DE “TIERRA PROMETIDA”


Por Carlos Valdés Martín












A la orilla

Colocados a la orilla, con los pies firmes todavía aferrados ante el desfiladero terrible, provoca expectativa y asombro. Esa vastedad de arenas parece imposible de atravesar, esa hostilidad hundiéndose hasta la lejanía, que permanece atrapada entre el sol y el calor insoportables. Esta visión tan seca como deslumbrante nos entrega la ironía de una conversión en lo contrario, pues, en distinta situación, el sol y su calor se sienten como agentes naturales benditos, y al astro rey las religiones y mitos lo honran unánimes. El calor posee el magnetismo originario de los cuerpos, la búsqueda instintiva de una satisfacción cutánea, pero en el Desierto el sol se convierte en herida y el calor en quemadura.
Desde una orilla segura, la vista de Desierto nos invita a alejarnos, a mantenernos con cautela dentro de la zona de sobrevivencia.
Y cuando rebasamos la orilla, pasamos el umbral, quizá por descuido, entonces tomamos conciencia de esa naturaleza hostil. Ya adentrados en mitad de la zona desértica aparece en todas direcciones una naturaleza diseñada para animales distintos a los humanos, nuestra fragilidad se hace patente con cada gota de sudor. Con un rápido golpe de vista descubrimos que un Desierto circundante dibuja la antítesis del Edén; y si desconociéramos la posibilidad de un Paraíso, por una deducción de contrarios, imaginamos un territorio sin esas arenas infinitas ni soles ardientes. Acosados por el Desierto al Paraíso lo percibimos como un oasis bendito.

Los habitantes permanentes del Desierto hacen el prodigio alquímico con su entorno, pues al hostil oro de las arenas lo convierten en elixir de sobrevivencia. La adaptación humana al Desierto, vista sin cuidado parece un milagro más enigmático que los relatos de milagros bíblicos.

En este texto se revela el efecto que la vivencia y la idea del Desierto generan sobre la interpretación y la apropiación de las tierras para los pueblos. En particular, la experiencia o la presencia del Desierto resulta un eficaz catalizador para generar la visión de una Tierra Prometida, esa contraparte de vida casi utópica para los pueblos. Luego de la adversidad aparece un espejismo, ya convertido (más temprano que tarde) en realidad.

El Desierto como el Mal, en los pueblos fronterizos: egipcios versus Seth
La verdad puede comenzar con una exageración y luego el exceso, cuando tropieza con su límite, nos regresa un conocimiento. Quizá la simplificación egipcia proviene de un efecto de geografía, pues ellos simplifican y colocan a Seth en una posición completamente ruin, el dios desértico asesina a su hermano y no contento con su acto fratricida, también desmiembra a su víctima, repartiéndolo en escondrijos separados para garantizar su aniquilación . El mítico ingenio de Isis le permite rescatar las partes del asesinado y obtener una fórmula mágica para reintegrar a su hermano, pero el remedio lo terminará confinando al reino de los muertos, donde gobierna los destinos.

En esta perspectiva, el Desierto no posee funciones benéficas, pues el pueblo del Nilo prefiere asentarse en la fértil orilla, a salvo de las inclemencias subsaharianas. Luego de muchos siglos como agriculturas y ciudadanos, los egipcios no sentían atracción por las quemantes arenas y la distancia ante Seth parecía la actitud más sana. Al Desierto además le atribuían aires maléficos y las fuentes de las enfermedades, arrastradas junto con las molestas tormentas de arena.

Como tentación: proyección psicológica
Con el mismo magnetismo paradójico de las otras regiones remotas para la imaginación, estas tierras resultan apropiadas para proyecciones mentales extrañas, particularmente para los deseos y las amenazas. Entonces el Desierto, la contrario a su evidencia física, resulta un espacio adecuado para las aventuras ideadas por nuestra mente, ya sea con conquistas amorosas o peligros descomunales. Para la psicología, tales narraciones de seducciones y monstruos resultan efecto de una proyección comprensible, para la mitología reflejan el traspaso de un umbral misterioso.

Dice Campbell: “Las regiones de lo desconocido (desiertos, selvas, ma¬res profundos, tierras extrañas, etc.) son libre campo para la proyección de los contenidos inconscientes. La libido incestuosa y la “destrudo” (el “tánatos” nota CVM) parricida, son reflejadas en con¬tra del individuo y de su sociedad en forma que sugieren tratamientos de violencia y peligrosos y complicados pla¬ceres; no sólo como ogros sino como sirenas de belleza misteriosamente seductora y nostálgica.” Esta revelación nos indica que los territorios del Desierto (a manera de ocasional paradoja) abren las puertas de la imaginación para libido y tanatos, en manifestaciones más intensas, de tal manera que sobre el fondo de tal territorio, las operaciones creativas se acentúan. En el Desierto imaginamos una operación tanto de purificación como de tentación, tanto de fragua como de aniquilación.

Escenario para el Asceta
Conforme se establece una vocación y mentalidad de asceta, resulta el Desierto su telón de fondo más propicio. Lo podemos complementar con la caverna definida como signo de reclusión voluntaria y encierro de la persona hasta lo más hondo de su existencia solitaria. Y el asceta perfecto ha de moverse entre la oscuridad absoluta de la caverna y la planicie insondable del Desierto circundante, así estableciendo los dos polos de una vocación unitaria: expiar en soledad para escapar de este mundo terrenal. La oscuridad y el sol se combinan como dos probetas alquímicas para ofrecer una purificación mental, proveedoras de dos resequedades (la desecación agua y la sequía de la luz, nacida de la oscuridad voluntaria) más allá de lo humanamente posible, para adentrarse a un espacio místico.

Mientra el buscador de oro se adentra por las arenas desérticas, jurando que representan un espacio transitorio, del cual escapará victorioso, por su parte el asceta no pretende desconocer la adversidad desértica. El asceta busca ese escenario y lo dignifica como método de martirio y purificación, pues la falta de vegetación es una garantía para reducir las tentaciones al mínimo, y hasta un factor para anularlas por completo. Al contrario del ciudadano normal que incrementa sus proyecciones mentales en un escenario vacío, el asceta pretende que el vacío se mantenga inalterado, y que su mente sea la contagiada por ese “nihil”. Por eso el asceta escapando de tentaciones y de cargas materiales, en contra-flujo del pensamiento cotidiano y los perfumes de la civilización, se arrincona para protegerse de la carne y de la abundancia, esculpiendo con rudeza su perfil de paria volitivo. De manera completamente voluntaria y buscando una ganancia metafísica el asceta demuestra que existe un sendero contrario al ordinario de los intereses y la economía, un contraflujo frente a la utilidad cotidiana. Por más que sea una huella de excepción, el asceta se esconde como cargando una culpa, la vergüenza de mostrar la ciudadano normal que la obligación de la existencia, además de pesada puede también ser superflua. Así, en el calcinante ambiente del Desierto, en algún ventarrón agresivo la “pneuma” del asceta se identifica con el súbito destino de las arenas superficiales y saldrá volando del cuerpo, como protesta del instinto hedonista que reniega de una existencia reducida al nivel de la hojarasca.

Como terror primero
Siguiendo con la figura de Seth, el dios del Desierto, su compleja imagen ya nos presenta la idea de enfrentamiento ante un terror indefinido. La complejidad de su representación egipcia con una cabeza de animal indefinible nos transporta hasta una región de las mixturas no asimilables por la forma. La simple composición de un animal y ser humano permitía una imagen sincrética, y hasta positiva cuando se admiraba al animal, como los centauros y hombres-tigre, pero su mixtura con un glifo abigarrado no busca asimilarse. La esfinge causa terror a los griegos, la gárgola a los góticos, el demonio a los cristianos… casi por regla una mixtura semi-animal con humano abre una expresión de la zona del miedo, un área de las emociones deslizándose hacia la oscura puerta del pánico. La unidad entre esa figura de Seth con el complejo animal, nos permite asociar directamente el Desierto con el terror. También las otras cualidades de Seth como dios de la guerra, las tormentas y la violencia, van en el mismo sentido, pues el terror y las emociones destructivas las localizan los egipcios y hebreos en el Desierto .
También en el éxodo hebreo el Desierto, luego de la huida de Egipto, se comporta como el gran castigo. Ese territorio, en sí mismo es punitivo y fuente de fatalidad, el anhelo por escapar del ambiente hostil será un motor evidente para buscar una tierra prometida por su Dios. El Desierto es un castigo y el morir en su ámbito representa un gran castigo; de hecho la narración indica que muere la generación del Desierto y Moisés no alcaza la tierra prometida. De ahí, se desprende que el Desierto implica el tránsito de la muerte, del cual se debe escapar mediante la fe y los milagros monoteístas.

Como forja: aztecas
En un pasaje del Zarathustra, Nietzsche muestra que la visión del Desierto como una forja para el espíritu sigue siendo una imagen corriente y efectiva, incluso entre los pueblos donde no existen las regiones desérticas. Bastan los relatos lejanos para observar el gran efecto moral y emotivo provocado por los Desiertos. Nos dice: “Veraz - así llamo yo a quien se marcha a desiertos sin dioses y ha hecho pedazos su corazón venerador.
En medio de la arena amarilla, y quemado por el sol, ciertamente mira a hurtadillas, sediento, hacia los oasis abundantes en fuentes, en donde seres vivos reposan bajo oscuros árboles.
Pero su sed no le persuade a hacerse igual a aquellos comodones: pues donde hay oasis, allí hay también imágenes de ídolos.
Hambrienta, violenta, solitaria, sin dios: así es como se quiere a sí misma la voluntad leonina.
Emancipada de la felicidad de los siervos, redimida de dioses y adoraciones, impávida y pavorosa, grande y solitaria: así es la voluntad del veraz.
En el desierto han habitado desde siempre los veraces, los espíritus libres, como señores del desierto; pero en las ciudades habitan los bien alimentados y famosos sabios, - los animales de tiro.”
El filósofo se imagina leones habitando el desierto, entre las arenas rugiendo las fieras del espíritu, rechazando las tentaciones de la comodidad y entregados a su ascetismo voluntario. Tras los elementos contrapuestos del Desierto, se genera el efecto de una fragua, y los elementos antagónicos deberían fortalecer el espíritu. No en balde las grandes religiones monoteístas provienen del Desierto, incluyendo la sobrevivencia entre la adversidad. Tras la forja severa del Desierto emergen los profetas.

El misterioso arte de la producción en el Desierto
El bosquimano se convirtió en un pueblo de cuerpo menudo, ágil y resistente, bien adaptado al extremo del Desierto de Kalahari. En una zona agreste y casi carente de vida, ese pueblo ha mostrado una capacidad extraordinaria de adaptación, inventando recursos y conservando técnicas ancestrales para obtener los medios de vida dentro de un entorno casi imposible. Sobrevivir en ese entorno seco y hostil parece una hazaña, que se convierte en vida cotidiana, al menos el agua y el alimento debe producirse cada día, arrancándolo de rincones increíbles, arañando madrigueras de animales y termitas, succionando la entraña de la tierra.
Y en mitad de esa imagen de una casi escasez absoluta se crean los diversos componentes de una sociedad humana, pues ellos se mantienen como grupo, establecen sus lazos familiares, definen su cultura, conservan sus tradiciones y creencias, estableciendo un sentido definido para sus existencias.
La escasez casi absoluta de recursos económico pareciera ofrecer una frontera final para la imaginación literaria (afín al náufrago, el extraviado…) y hasta sociológica, pero no doblega a sus habitantes, quienes convierten ese extremo en una rutina a la cual están perfectamente amoldados. Y al quedar inmersos en el Desierto los bosquimanos ya no sienten el efecto de una hostilidad tremenda, sino que el Desierto se ha convertido en el agua para el pez. Han sido los pueblos fronterizos (egipcios, israelitas…), quienes entran y salen del Desierto, quienes despiertan y mantienen la aguda conciencia de esa hostilidad desértica contra la existencia.
Y bajo esa perspectiva del fuereño, el arte de producir vida dentro del Desierto es tan misterioso que se atribuye a una intervención milagrosa, mediante la creación del maná que salvó a los israelitas, escapando por la travesía del Sinaí. A la distancia, ese simple aferrarse a la existencia en medio de la resequedad más extrema nos parece tan imposible como milagroso.

Como imagen para los ciudadanos no desérticos
Cuando los pueblos habitan alejados por completo del código rigorista del Desierto, esa planicie seca les resulta una imagen divertida, con un encanto de espejo reseco y sin complicaciones. La imaginación del estilo “Western” ha demostrado esa situación, porque la imagen supuesta del Cowboy se convierte en un artículo de consumo fácil entre población ajenas al rigor del Desierto.
La simple visión de la resequedad unida con el duelo a muerte generan un discurso coherente; el Desierto del espíritu y la pobreza imaginativa parecen entrelazar una imagen de individuo moderno que se alegra con narraciones de forajidos y sheriffs que se enfrentan al mediodía, en encrucijadas polvorientas. En fin, la existencia de ese discurso imaginario del Western habla más de la mentalidad y psicología del consumidor urbano, el habitante de la selvática urbe de concreto y acero que del habitante original de las rancherías durante los años de la colonización.
Desde la cómoda distancia mental del ciudadano urbano, la mítica movilidad libre del Cowboy y las amplitudes desérticas parecen un vergel de libres desplazamientos, en vez de un erial de miserias, esa zona parece una autopista para correr libre a caballo, sin preocuparse de nada. Asimismo, el acceso cinematográfico a las armas permite al espectador urbano imaginarse desplazándose en un código primitivo, de matar o morir, en una violencia anodina pero adosada con un código de honor simple: el pistolero más rápido sobrevive.
La combinación de la aridez, la amplitud y el duelo a muerte constante, nos indica una modalidad de escasez emotiva, un ansia de mantenerse exterior a las preocupaciones modernas y las perspectivas complejas, adheridos a un simple signo de machismo (una simplificación axiológica). Y en este análisis quedan de lado las cualidades positivas y el aliento nacionalista de muchos relatos de vaqueros, porque ese discurso del Western llegó a convertirse en una parte integrante del pasado nacional norteamericano (la leyenda de los primero pobladores rústicos, tan típica de las naciones modernas).

El sublime: Kant
Con una perspectiva más amplia, más hondamente estética, casi diríamos una vista embriagada con el perfume de la belleza, cambia el horizonte. El Desierto, embellecido con la mirada desde la estética, nos revela nuevas cualidades, ahora resulta el portador de un nuevo tipo de belleza. Entonces el agudo filósofo Kant, flotando sobre el plácido lago de lo bello, descubre un enfoque más próximo a la sensibilidad romántica, distinta de la apreciación clásica, y nos propone la categoría de lo sublime para comprender el arte.
Dice: “Lo sublime, conmueve; lo bello, encanta. La expresión del hombre, dominado por el sentimiento de lo sublime, es seria; a veces fija y asombrada. Lo sublime presenta a su vez diferentes caracteres. A veces le acompaña cierto terror o también melancolía, en algunos casos meramente un asombro tranquilo, y en otros un sentimiento de belleza extendida sobre una disposición general sublime. A lo primero denomino lo sublime terrorífico, a lo segundo lo noble, y a lo último lo magnífico. Una soledad profunda es sublime, pero de naturaleza terrorífica. / De ahí que los grandes, vastos desiertos, como el inmenso Chamo en la Tartaria, hayan sido siempre el escenario en que la imaginación ha visto terribles sombras, duendes y fantasmas. / Lo sublime ha de ser siempre grande; lo bello puede ser también pequeño. Lo sublime ha de ser sencillo; lo bello puede estar engalanado.” En este orden de impresión estética, el Desierto corresponde con mucha exactitud al concepto de lo sublime pues impresiona con un dejo de terror o melancolía, es enorme y sencillo. Incluso pareciera que tal idea de lo sublime estuviera dedicado al Desierto impresionando con su belleza al alma, pero no resulta así. Asimismo, por una evidente asociación de ideas, el Desierto ofrece la imagen de la soledad, el escenario adecuado para provocar el aislamiento y un recordatorio de un destino singular.

Esto nos sirve para alertarnos respecto de la complejidad del Desierto y no caer en una interpretación simplista como si este fenómeno encarnara al mal. Su lado hostil y siniestro, también ha de utilizarse como una plataforma para extraer las fuerzas vitales y una emoción artística, generando la paradoja de una revitalización por medio de la sequedad.

Hacia una economía de la escasez perfecta
¿Puede existir una teoría y práctica de la economía de la escasez perfecta? Parece una imposibilidad, como una geometría sostenida por la ausencia completa de espacio o una matemática de los no-números. El caso resulta tan extraño porque la economía comienza por la riqueza, el valor, los bienes, la producción o algún extremo que considere estos elementos de manera directa (el producto de un país, el ingreso de la población) o indirecta (la finanzas y su especulación, los sistemas contables, las leyes sobre el comercio, etc.). Si dejamos por vacía la referencia al objeto económico pareciera inútil entretenerse imaginando algún tipo de teoría sobre economía.
Asumiendo la condición extrema, entonces no existen productos sobrantes para entregar en mercancías, no existe le ciclo agrícola entonces, no se conservan los granos, ni hay productos para heredar hacia un posterior ciclo productivo, tampoco tiene sentido la cuenta de lo acopiado, ni resulta útil un objeto (o convención social y legal) como medida de cambio… Sin alcanzar un vacío económico perfecto, quedan unos pocos bienes a considerar como económicos que se mantienen: las herramientas de caza como el arco y la flecha, los recipientes del agua y la cocina, unos leños con usos múltiples, una minúscula prenda de ropa, el rústico telar manual para confeccionar la ropa… Bastan esos pocos elementos para que no esté evaporada la economía, por tanto no resulta inviable una teoría de escasez perfecta.

Sin embargo, la existencia del bosquimano presenta algunos elementos para el cuadro de una “escasez perfecta”. Debajo de esa imagen de “los pueblos sin historia”, entre estas tribus ni siquiera la intención de crear un desarrollo, no existen modalidades de acumulación de capital, la más simple de las reproducciones es la única vía abierta. En medio de esa hostilidad ambiental no existe una tendencia al crecimiento poblacional, por unos pocos miembros de más y las tribus se dividen, y cada fracción sigue su vía seminómada para buscar el sustento.
La condición proletaria o paria se identifica con esta escasez del habitante desértico, y por una ironía de las distancias superadas, el moderno desheredado de una sociedad rica se identifica con el bosquimano acosado por la dureza del ambiente. Pero el entendimiento tribal proporciona resignación, y los bravos habitantes de las arenas habitan como presos en una jaula de la cual no están interesados escapar, mientras el ciudadano moderno se irrita contra su entorno, siente un hostigamiento y una opresión por una miseria artificial. La adversidad natural se acepta como destino, pero la adversidad provocada por un sistema social genera un descontento contra el sello artificioso de una desgracia.

Casi epílogo el Desierto como apetito: la imagen y el derecho a una Tierra Prometida
La ansiedad y hasta agresividad militar por lograr tierras fértiles queda justificada (en el claroscuro de la ideología) por la aterradora imagen del Desierto. El designio del buscador de una nueva tierra no resulta plenamente comprensible mientras no identifiquemos el interior de esta condición, porque existe urgencia vital de los nómadas desérticos. El hambre aguda de tierras emerge luego de la experiencia del Desierto, pues la experiencia de una geografía extrema genera una presión en contrasentido. La vivencia al borde de la muerte, la aguda sed y el quemante rayo solar son ingredientes para avivar un deseo, un anhelo de bienestar en la mitad de otro ambiente más benigno. Bajo la traumática experiencia de la existencia reseca entre arenas calcinantes, las zonas fértiles y templadas funcionan como un imán paradisiaco, pero ese poderoso efecto se perdería con rapidez sin el recuerdo permanente de la difícil travesía desértica. Pareciera que los aztecas conservaron la memoria de una traumática travesía desde la mítica Aztlán hasta Tenochtitlán, pero después de la conquista española los aztecas perdieron ese recuerdo para contentarse con la cosmogonía cristiana. Por su parte, el pueblo judío conservó cuidadosamente la memoria de la hostilidad de las arenas como parte de su cultura religiosa y la integró a su voluntad de vivir y poseer tierras; y tras una odisea milenaria esa voluntad persistente recobró su ímpetu luego de siglos de diáspora. En este tema, pareciera mantener su vigencia socio-histórica (y psicológica) la llamada “ley física del resorte”, donde una fuerte presión en sentido opresivo, acumula energía hasta que produce la reacción en sentido contrario y de modo explosivo.

Verdadero epílogo: las arenas de oro, la transmutación final
Mientras mantenemos la imagen del desierto cercada por un seco realismo será siempre el erial sin vida, la tumba anticipada, le sendero hacia la nada calcinada. Pero cuando nos atrevemos a soltar las amarras de la imaginación creativa descubrimos el vergel de las arenas de oro, la metamorfosis del espacio abierto en el confín de las posibilidades. Así como los ascetas buscaban una muralla desértica en contra de las tentaciones, facilitándoles su camino celestial, también muchos viajeros han descubierto en los parajes arenosos, el camino anhelado a las riquezas sublimes. El relato bíblico descubre un alimento celestial que se condensaba durante las madrugadas desérticas, llamado “maná”, una misteriosa aglomeración de rocío matinal aderezado por la mano invisible de Jehová, para alimento de su pueblo. Este alimento metamorfoseado, mitad ausencia (simple vacío desértico) y mitad presencia celestial bendita, se configura como el maná, la sustancia de vida o la esencia última. Y acontece una paradoja, pues el erial sin vida, resulta un refugio final que alimenta, así la infertilidad se convierte en nutrición ideal, la resequedad deriva en efluvio revitalizante. En fin, con la imaginación creadora adquirimos en el paraje más despoblado ese aliento de la existencia, para seguir caminando hasta las fuentes más esenciales, hasta las mismísimas “arenas de oro”, metáfora de los granos del más puro espíritu.

miércoles, 13 de octubre de 2010

LA PRIMERA CLASE PARA ADULTOS



Por Carlos Valdés Martín

Esa mano de mujer tocaba la mía con tanta suavidad que imaginé se desvanecería si la apretaba, entonces con gracia y suavidad conducía a la mía, invitándome a seguir adelante y era más tersa que rebozo de seda. Casi sin tocar pero se amoldaba a mi mano, entonces me avergoncé un poco al comprender que de la mía salía una sensación callosa y áspera. Mientras duró, ella transmitía frescura como si soplara una brisa, así dejé de sudar y mis pasos inseguros no fueron torpes, al menos no los sentí tropezar.

Después de unos segundos había abandonado los nervios, ya estaba de pié en mitad de un patio y casi olvido el propósito para acudir ahí. Donde quedé parado era un patio amplio y sin sombra, pero por la emoción no abrí los ojos, sino apreté los párpados. Así, preferí seguir con los ojos cerrados como si estuviera soñando y recordar un poco mejor esa sensación de una mano como de suave guante. Vagando entre imágenes de la memoria, finalmente recordé la cabellera larga de la prima Camila, cuando jugando ella lo usaba para provocarme inocentes cosquillas en la cara. Esa suavidad sedosa del cabello era la sensación más próxima, pero le faltaba frescura y el efecto sedante de hace unos instantes. Y con todo, ese tacto no fue completamente etéreo, dejó insinuado el olor de una mezcla de perfume parecido a la lavanda y el gis. No me atreví a subir los dedos hasta la cara para averiguar el aroma preciso que dejó su rastro, sentí rubor pues temí que fuera un gesto indecente.

Me hubiera gustado repetir la experiencia de inmediato y dejarme guiar por el mismo suave contacto, pero el instante afortunado quedó atrás y ella, seguramente, ya no estaba en el patio.

Atravesé por una racha de ideas cobardes, entonces pensé en regresar a la casa y abandonar ese sitio; cuando un asistente me tomó del brazo, sin conocernos ni presentarse, y susurró casi al oído “vamos, ya es hora, vamos rápido”. Ante la sorpresa y la verdad encerrada en esa frase no opuse ninguna resistencia, y sólo atiné a decirle al desconocido mi nombre para presentarme “Alberto”.

Casi sin darme cuenta, ya estaba sentado al extremo de la primera fila.

Disimulé la felicidad de que ella, la de manos mágicas, estuviera hablando al frente del salón. Ese esfuerzo para disimular serenidad me mantuvo concentrado por completo en mis pensamientos. Desentendido del duro asiento de madera y del ruido de los últimos al llegar, procuré no llamar la atención. Me imaginé discreto y silencioso como un muerto aparentemente olvidado, cuando el día de su velorio descubre de súbito que el barrio entero lo estimaba con sinceridad. Y si los vecinos del barrio acuden llorando, con muchas flores blancas y amarillas trenzadas en coronas funerarias, entonces no se levantaría el muerto para agradecer, seguiría recostado sin suspirar entre almohadones y madera. En realidad, no tuve la sensación de velorio pues hubiera habido tristeza alrededor, entonces recordé una promoción comercial para gente rica en un programa de radio donde explicaban una “clase de primera” en un avión. Imaginé que en ese vuelo no respiraría mejor que aquí, pues ahora volvía a recibir desde la distancia esa mezcla olorosa de lavanda y gis. Así, procuré permanecer quieto arropando esa sensación.

Seguí escuchando sin prestar real atención, aunque así resultaría difícil repetir luego las explicaciones.

Sin darme cuenta cómo, ella franqueó la distancia y se situó junto a mí; emanaba ese aroma agradable, mientras seguía dando explicaciones para el grupo de asistentes, hasta que finalmente, me tomó el brazo por la muñeca para que el dedo descubriera una pequeña superficie metálica. Coloqué dócil el índice donde ella quiso y, por primera vez, sentí ese metal fresco y liso con el repujado de una letra Braille. Mi dedo empezó a deslizarse sobre un minúsculo relieve de la letra A y entendí que un ciego puede ver letras.

Y después, cuando salió del salón, por la pequeña distancia de una letra Alberto traspasó una espesa sombra que lo cercaba desde su infancia.

domingo, 3 de octubre de 2010

A CERCA DE LAS PASIONES DEL ALMA DE RENE DESCARTES, 1a Parte


Por Carlos Valdés Martín

Con esta obra Descartes redondea sus investigaciones sobre el ser humano, siendo su texto más amplio y sistemático sobre el tema. El programa de esta obra es ambicioso e interesante, porque en un trazado sintético recorre el arco completo desde la anatomía, la psicología, la pedagogía y la moral. Con sencillez se pregunta y responde cómo surgen las emociones, relacionándolas con las impresiones y la voluntad que manifiestan. Surgidas las emociones y los pensamientos ligados a ellas, también se pregunta por el modo de operación de cuerpo en esas pasiones y las modalidades de respuesta. La moral se basa en el conocimiento de las emociones, como la admiración, la envida, el odio, el deseo, que son denominadas pasiones y se debe convivir con ellas. No arma el cuadro de la moral misma, sino que lo deja implícito para integrar sus aplicaciones: es la virtud contra el vicio, el goce racional de la vida contra el sufrimiento de las pasiones.

Esta obra es una muestra clara de la aplicación de su método, que inquiere y separa en partes, para reconstituir la verdad. Realiza su estudio mediante artículos breves y definidos en número de 212, divididos en tres capítulos. Gran parte de su lenguaje resulta extraño, por cuanto actualmente sus términos de “sangre rarificada” y “espíritus animales” nos parecen imprecisos o fuera de foco. Ciertamente, una gran parte de sus interpretaciones padecen el sello de una biología, anatomía y medicina poco desarrolladas, esto motivado por una falta de conocimientos sobre los procesos de transmisión nerviosa y de recepción de sensaciones por el cerebro. En esos años se desconocían procesos que ahora son de sobra observados, y algunas explicaciones no resultan satisfactorias. Lo más sorprendente, ya visto en perspectiva de la distancia de siglos, se refiere al acierto, pues sus explicaciones rozan cerca de la verdad, mientras lo ordinario sería que contengan equivocaciones, porque no existía antecedente de observaciones de la operación de los nervios, sobre el cerebro y en ese campo lo planteado por Descartes nace desde una especulación pura sostenida con mínimas indagaciones anatómicas. En el terreno de las emociones y las reacciones humanas se mueve con mayor certeza y desenvoltura, pero ahí tenemos una dificultad con el lenguaje que utilizaba, pues prefiere referirse a “pasiones” en vez de sentimientos. Además le preocupa intensamente la manera como se relaciona el alma con el cuerpo; el tema de las dos cualidades (naturaleza pensante vs. extensión) que busca resolver mediante puentes sólidamente armados.

La primera parte aborda las pasiones (emociones) en general y tiene que explicar toda la naturaleza del hombre. La segunda aborda las seis principales pasiones, las nodales para este estudio. Luego va hacia las pasiones particulares, las manifestaciones variadas de las pasiones.

El motivo de esta obra se aclara en los artículos finales, ya que la opinión vertida nos dice que “de las pasiones depende todo el mal y todo el bien de esta vida” El control de las pasiones es la meta, el objetivo significa encauzarlas para el bien del alma y el gozo del cuerpo. Este objetivo ya no es medieval, sino moderno.


Las pasiones no son pensamiento, sino percepción y sentimiento
Estas pasiones no se definen como pensamiento puro sino como la siguiente región de las percepciones, sentimientos o emociones (que pueden acompañarse de pensamientos o ser pensamientos en un sentido más amplio). Estamos en ese precioso campo subjetivo que después sería el territorio liberado de la psicología como campo para estudios, sino que este territorio no tenía ninguna autonomía, no existía el territorio de estudios especiales. Este portento de la metodología que fue Descartes nos premia ofreciendo una tentativa de separación de las “pasiones” del alma, así que debemos entenderlas en un sentido más amplio, que el acostumbrado. Solemos usar esta palabra en un sentido más fuerte como “apasionamiento”, únicamente para describir las emociones fuertes, o las reiteraciones, como ser víctima una pasión inconfesada, o como una corriente que nos arrastra hacia la inconciencia, como ser víctima de las propias pasiones. Ciertamente esta palabra está conectada con la pasividad, la paciencia y el padecer, habría que investigar si el vínculo lingüístico es tan estricto como semeja. Independiente de esta relación, lo que anota D es que la pasión es el reverso de la acción, la primera el lado receptivo y la segunda el lado activo. La acción emana de un agente y la pasión la recibe un paciente, pero conviene que veamos la unidad de este momento, como dos caras de la misma moneda. Indica que “considero que todo lo que hace u ocurre de nuevo es generalmente llamado por los filósofos una pasión respecto al sujeto a quien ello ocurre, y una acción respecto a aquel que hace que ocurra; de suerte que, aunque el agente y el paciente sean con frecuencia muy diferentes, la acción y la pasión no dejan de ser siempre una misma cosa que tiene esos dos nombres, por los dos diversos sujetos a los cuales puede referirse.” Ahora bien, este sentido de pasividad indicado no se refiere a una actitud pasiva, sino a que está siendo recibido dentro del sujeto, porque el amor es una pasión, que puede generar toda clase de acciones, pero la recepción del amor, el enamoramiento, su sentir, es algo que recibe el alma, su impresión.

Las pasiones del alma no son las del cuerpo.
Esta obra distingue cuidadosamente alma de cuerpo, por lo que no se refiere a las pasiones del cuerpo, pero para entenderlas debe ejercer la distinción precisa entre alma y cuerpo. D propone una regla de reparación muy sencilla, por simple exclusión, dando que “todo lo que hay en nosotros y que no concebimos en modo alguno pueda pertenecer al cuerpo, debe ser atribuido a nuestra alma.” La separación entre dos partes resulta bastante práctica, y para este caso, sumamente sencilla. De un lado tenemos al cuerpo con su materialidad, cualquier parte que podamos definir en su mecánica, y del otro lado el alma como un gran receptáculo definido por negación. La oposición entre parte tiene definición recíproca, en este caso alma y cuerpo quedan en ese tipo de oposición, y lo que gane el cuerpo sale de pertenecer como propio del alma. Ciertamente, Descartes es reconocido por ampliar el campo de estudio del mundo material y sus discípulos llegaron a hablar de un hombre máquina como una creación completamente material, que debía explicarse por ningún principio trascendente. El propio autor está en el terreno conocido del alma trascendente, como la partícula divina del cuerpo, pero también como un complejo campo operativo, correspondiente a la moderna psicología, que él se propone develar. De hecho, su investigación la vemos como ampliando el concepto del cuerpo mismo, por ejemplo, se llagaba a creer que el alma infundía movimiento y calor a cuerpo, opinión que rechaza Descartes por estimarla inexacta. Entonces estima que el calor y movimiento proviene exclusivamente del cuerpo, que para tal operación no requiere del alma, entonces el alma no es la vida misma, sino que es un área más restringida.

Del conocimiento esencial del cuerpo (el mecanismo autónomo o la máquina de reloj corporal).
Descartes estima que una parte de las funciones del cuerpo se han confundido con las del alma procede a explicar esas operaciones del cuerpo, con los conceptos a su alcance, para describir lo que llama la máquina del cuerpo. Estas explicaciones son muy importantes porque van a mostrar los modos autónomos del cuerpo y sus relaciones con el alma. En sus trazos debe mostrar los sistemas, en la medida que son conocidos, como operaciones tanto autónomas como interconectadas. Recordemos la idea antigua de “alma” que estaba sirviendo para explicar la operación de cada parte viva, así en la interpretación anterior y dominante en su época, el alma asistía las diversas operaciones corporales para darles vida, porque alma y vida debían entenderse como sinónimos.
Ahora Descartes intentará una explicación dual, por un lado las operaciones de varios mecanismos autónomos interconectados del cuerpo y en el otro campo al alma. De ese modo Descartes explica las relaciones de la nutrición con la circulación y la operación cerebral como un encadenamiento de sistemas autónomos. No resulta extraño que se cuelen diversas equivocaciones, ya que cualquier autor depende del “estado de la ciencia” de su tiempo. Así, Descartes no propone una visión exacta del corazón, pues lo percibe como una especie caldera de expansión de fluidos , y visto como la fuente del movimiento del cuerpo. De forma similar, está convencido de la importancia del cerebro para generar el movimiento del cuerpo y para recibir las impresiones de los sentidos. A falta de otras explicaciones, elabora una hipótesis de “espíritus animales” , los cuales son minúsculos cuerpos, funcionando como la llama de una antorcha, y siendo cuerpos tan pequeños viajan para transmitir del cerebro, vía los nervios hasta los músculos y sentidos. Esta explicación significa una aproximación a los impulsos nerviosos, pero sin ayuda de la anatomía y sin conocer los principios de la electricidad.
Gran parte de estas operaciones se presentan de forma automática, sin que intervenga el alma, y a este automatismo incluso lo denomina como una “máquina de nuestro cuerpo” . Esta manera de referirse al cuerpo está correspondiendo con un nuevo modelo conocimiento del cuerpo, diferente a lo planteado en periodos anteriores, sin que esto signifique aceptar una epistemología creando las ideas. Esta “maquinalidad” del cuerpo entendida por Descartes se relaciona con el modo en que su mueven las partes. Ahora bien, esta maquinaria resulta muy especial, diferente de las máquinas conocidas en su tiempo, y le interesa relacionar esta máquina con mando en el alma. La designación de máquina la relaciona directamente con el reloj, entonces máxima obra de la ingeniería, por lo que indica que los movimientos “animales” del cuerpo se generan “de la misma manera que el movimiento de un reloj es producido únicamente por la fuerza del resorte y la forma de sus ruedas.” Está acentuando Descartes los movimientos que no dependen de la voluntad, operando de manera autónoma, entonces le sirve el ejemplo del reloj donde se transmiten movimientos, convirtiendo un tipo de movimiento en otro distinto, porque justamente el problema a explicar es el paso de un tipo de movimiento a otro, y su conversión desde un extremos del movimiento (calor, nervios) hacia otros (músculos, desplazamientos).
Entonces Descartes cree que los movimientos autónomos de las partes del cuerpo semejan al mecanismo del reloj. Entonces las funciones corporales, la circulación, el movimiento, el calor, la recepción de impresiones, etc., corresponden al terreno del cuerpo, integrando un conjunto de operaciones autónomas o auto-movidas. Ya algunos autores han creído que esta concepción novedosa se basó en el ejemplo de la técnica de relojería, es decir, la posibilidad de la manufactura abre el campo al modelo mental, sin embargo, sería un periodo temprano para considerarlo manufacturero, todavía no arribaba la revolución industrial .
Las claras afirmaciones de Descartes ha llevado a algunos autores a creer que el francés solamente estimaba al cuerpo como una posible máquina, sin embargo, representaría una máquina extraña, ya que vincula un alma paciente y actuante, uniendo le pensamiento con el cuerpo y su mundo circundante. Entonces la naturaleza de máquina del cuerpo es parcial, además de que implica mecanismos complejos, solamente hipotéticamente lanzados por Descartes, como sus “espíritus animales” que sirven para comunicar las funciones y partes del cuerpo con el alma.

La comunicación del alma con el cuerpo
Si bien le parece al filósofo que existe una unión general del alma con el cuerpo, también existe una forma de unidad más precisa. El alma, repite Descartes un argumento que ve al alma no de naturaleza extensa, no existe en el espacio, ni tiene relación con las propiedades de la materia, mientras que el cuerpo se define completamente por esas propiedades de la material. Del alma no se puede concebir un tercio o mitad, ni se hace pequeña si el cuerpo se mutila. La relación alma con cuerpo es de conjunto, porque cesa cuando el cuerpo muere. El alma vive completamente en el cuerpo, pero sus funciones son más bien el pensamiento (en toda su gama) por lo que su unidad tiene relaciones. Le parece a Descartes que el sitio de residencia especial para las funciones del alma está en una pequeña glándula en el centro del cerebro. Le parece a Descartes que la sede es una glándula central porque “las otras partes de nuestro cerebro son dobles” y el alma debe recibir las impresiones unitariamente y operar unitariamente, por lo que “éstas imágenes u otras impresiones se juntan en esta glándula” Entonces resulta interesante este argumento, pues le parece justamente esa clave inserta en la unificación, y en ese punto de unificación es una pequeña glándula al centro del cerebro, que hemos identificado como pituitaria, aunque (ahora sabemos) no es la única glándula al centro del cerebro. Entonces afirma un pequeño punto, un área biológica privilegiada y minúscula la sede del alma, el lugar especial para cumplir con las funciones del pensamiento. Ciertamente la neurofisiología moderna prefiere una interpretación menos localizada de las funciones intelectuales y de alma, considerando al conjunto del cerebro como una entidad indispensable, claro que regiones cerebrales se pueden dañar localmente, con diversos efectos. Resulta interesante la importancia al argumento unificado: ya que el pensamiento es unitario, también el alma lo es, y por lo tanto le debe corresponder un órgano unitario. También el corazón resulta órgano unitario, pero este órgano lo rechaza como sede por otras razones fisiológicas, ya que no corresponde a las funciones intelectuales. Prefiere la pituitaria además por su pequeñez y lo pequeño es sutil: el mismo tema de la conexión alma-cuerpo se identifica con lo sutil.
Ahondemos en este asunto de las funciones dobles del cerebro. Resulta una observación de evidencia empírica por la dualidad de los órganos de recepción principales: ojos, oídos y manos. Esta dualidad de órganos la interpreta como dos imágenes emitidas al cerebro convertida en una misma imagen al mismo tiempo, “un único y simple pensamiento de una misma cosa al mismo tiempo” . Estas dos imágenes originales se combinan, por lo que Descartes estima debe existir un lugar orgánico donde se junten “antes de llegar al alma”, para que solamente reciba una impresión el alma. Este lugar de juntura, este “sintetizador” de dos vistas en una, dos sonidos en uno, etc., es la glándula. Ejemplifica con vista, que dos imágenes se sobreponen, en una correspondencia de punto por punto, con lo que se recuerda la complejidad técnica de la televisión antigua, donde una sucesión de puntos exacta integra una imagen. De entrada el tema invita a una maravilla y sorpresa ¿cómo se logra tal correspondencia, si la visión tiene movimiento constante, y los ojos en su vista periférica perciben con ángulos diferentes, con variaciones cada uno? En este texto no se busca una respuesta precisa, ni se consideran las excepciones de la “vista doble”, etc.
Sigamos con el tema de la unidad. El alma es unitaria al considerar los pensamientos unitarios, pero podemos cuestionar al filósofo que en la orilla el pensamiento no resulta tan unitario. En los extremos del aquí y ahora, existen partes desintegradas del pensamiento. En el extremo pasado lo más obvio son los recuerdos borrados, las formaciones de carácter ignoradas, y la psicología “profunda” se ha basado en este problema de los fragmentos perdidos del alma, las partes del “yo” extraviadas. Por si fuera poco, en el tiempo del “ahora” el campo de la percepción también se puede presentar doble, cuando descubrimos las “sugestiones subliminales” que solamente la parte inconsciente de la mente alcanza a “descifrar”. Siendo la unidad del alma, una evidencia tan contundente como la unidad del cuerpo, puede ser sometida al bisturí crítico y ofrecernos varias relatividades, que pueden tener su oferta extrema en la esquizofrenia, la dualidad de la personalidad, mediante la cual las fragmentaciones de las percepciones se convierten en fragmentaciones del “yo” perceptivo, el supuesto núcleo del pensamiento unitario, el fondo del alma.

Las dos vinculaciones del alma con el cuerpo y el poderío del alma sobre el cuerpo
Ya consideramos el vehículo sutil de la comunicación del alma con el cuerpo, cumplida mediante la glándula, sin embargo esta es la punta del final de una montaña, y la montaña misma corresponde al cuerpo completo. Aquí Descartes nos ofrece cierta paradoja de que “el alma está verdaderamente unida a todo el cuerpo… y… es de una naturaleza que no tiene relación alguna con la extensión ni con las dimensiones o con las propiedades de la materia de que el cuerpo se compone, sino solamente con todo el conjunto de sus órganos” Esto implica que está integrada con la entera materia del cuero, al mismo tiempo no lo está, ya que el alma se concibe de otra materialidad, la especial del espíritu. Esta “materialidad del espíritu” no tiene espacio, no empequeñece, ni se puede dividir a la manera de la insistencia de la mónada, pues “no se podría en modo alguno concebir la mitad o tercera parte de un alma” . Esto implica que el alma espiritual integra una unidad completa que no posee “espacio” alguno. Si bien carecería el alma de ningún espacio, no ocupando ninguna extensión (opuesta a la “res extensa”, debe colocarse en una sutil “res cógitans”). Pero el alma requiere de una relación completa con los órganos del cuerpo, pues “se separa completamente de él cuando se disuelve el conjunto de sus órganos.” Entonces resultan dos maneras de vincularse: la general (hacia el conjunto de órganos) y la específica (el canal por medio de la glándula). La manera general de vinculación también tiene sentido por cuanto el alma se descubre vinculada hacia el conjunto de órganos y se encuentran las terminaciones nerviosas extendidas hacia la totalidad de los órganos.
Ahora bien, aunque la relación pudiera ser diversa, el alma en su lado activo (la voluntad) posee una naturaleza completamente libre, con lo cual se convierte en la premisa sin determinación previa, indicándonos Descartes, que “la voluntad es tan libre por naturaleza, que no puede ser jamás constreñida” , con lo cual se coloca también como vanguardista, más radical respecto de las visiones usuales de su época, las cuales delimitaban el alcance de la libertad, bajo la forma nula de predestinación o la forma limitada de libre albedrío. El modo de iniciarse de tal voluntad o acción del alma da la impresión de lo indeterminado, y así afirma que “toda la acción del alma consiste en que, sólo con querer algo, hace que la pequeña glándula a la que el alma va estrechamente unida se mueva de la manera necesaria para producir el efecto que esa voluntad quiere.” Ya comentamos que el mecanismo de transmisión del alma resulta ser la glándula pituitaria, parte unitaria del cerebro, que conecta con su transmisión mediante espíritus animales, los cuales llevan su mensaje a los músculos y las demás partes; sin embargo, ese querer primero resulta como indeterminado, un “primer motor” libre de determinaciones, las cuales solamente corresponden al aspecto de las “pasiones”, lo que recibe el alma.