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domingo, 29 de septiembre de 2013

LLUEVA, TRUENE O RELAMPAGUEE SOBRE EUROPA



Por Carlos Valdés Martín


Niebla antes de la lluvia
La noción de Europa es milenaria, cubierta bajo la niebla de los siglos. Ya en la Historia de Herodoto se encuentra perfilada esta visión de una región enorme opuesta a Asia y sufriendo los embates de su oponente, entonces mediante el ejército persa invadiéndolo. Con el paso de siglos vinieron los grandes viajes, las exploraciones, migraciones, conquistas, comercio, mejoras en medios de transporte y hasta de vías de comunicación… con todo ello se fue redondeando Europa, que dejó de ser una idea nebulosa para aparecer como conglomerado de países, acontecimientos, hazañas y fronteras. En un momento dado, Europa pareció levantarse como el factor decisivo de los acontecimientos del planeta y  las grandes potencias europeas dominaron los confines de la tierra, convirtiendo las regiones exteriores en colonias sometidas.


El trueno de Thor y la resaca
En el inicio del siglo XX, Europa pareció peleada consigo misma y las naciones más poderosas se enfrascaron en dos Guerras Mundiales. Millones de muertos en pocos años, una destrucción inenarrable y heridas difíciles de cerrar. La resaca de esa orgía belicista dejó al conglomerado europeo casi sin rumbo y sometido a la férrea competencia de sistemas opuestos, llamada la “Guerra Fría”. En esa tensión entre un polo dominado por Norteamérica y el tildado socialista por la URSS, los países de Europa parecían sometidos a la lógica de un enfrentamiento mayúsculo.

El encono entre pueblos separados por el abismo de la guerra pareció imposible de resolverse, pero amainó tras un largo periodo de posguerra, para mostrar que el odio racial y el fanatismo nacional no son una vía aceptable en un mundo civilizado. Terminado una atapa de nacionalismos fuertes surgió una nueva visión de Europa como un conglomerado político posible.

El pensador Ortega y Gasset planteó que la unidad europea era una solución viable en el horizonte posterior, pues él temía (con razón) a los cañones de la guerra como acontecimientos futuros. Entonces esa unidad europea era una idea vaga, cuando predominaban los antagonismos. Poseía su visión de unidad el sesgo de utopía ante un periodo de belicosidad inter-europea ubicada en la década de 1930[1].
El mundo siguió su curso y surgió el acuerdo comercial de Europa, luego los entretejidos políticos para esos acuerdos comerciales fueron perfilando un sistema europeo de poder. Después de los acuerdos comerciales vino la perspectiva de una unificación mayor. Ayer la Unión Europea planteaba una vía de integración completa con una moneda común y una trama de instituciones legales. Hoy vuelven las interrogantes, abriendo un conflicto entre las tradicionales identidades nacionales y el sistema multinacional que se agrupa bajo la UE.


Distintos malestares
La crisis económica europea por sí misma provoca un fuerte malestar, sobre todo entre los desempleados, quienes pierden prestaciones importantes o permanecen en falta perpetua de perspectivas. Las poblaciones bien integradas en sus viejos sistemas nacionales sienten los golpes de la crisis y les acompaña un nuevo malestar: no se perciben un marco tan acogedor en la gran Europa. Los españoles o franceses podrían sentirse fuereños antes los alemanes y suecos. La sensación quizá sea pasajera, quizá se acreciente.

Dentro de esa falta de perspectivas, merece un capítulo especial una enorme migración de origen colonial, el capítulo de quienes no provienen de raíces regionales, sino que sienten la bofetada de una mezcla de herencia colonial y desprecio racista. No importa que la migración sea antigua sino que se mantenga un ambiente de subordinación y opresión para los emigrantes que provienen (principalmente) de África y Asia, pues no hay posibilidad de un mimetismo completo o una identidad accesible. La milenaria construcción de “lo europeo” queda cuestionada por una emigración masiva desde lejanos rincones del planeta. Ahí, surge un malestar de mala integración nacional, la emigración ocurre y el perfil de “comunidad nacional” no parece preparado para asimilar a esa población.

Nacionalidad a cambio de… ¿nada?
Las antiguas poblaciones que con dificultades formaron su perfil nacional moderno, parecieran colocadas en el trance de perder ese perfil. Marx dijo que los proletarios no podían perder su patria porque ya se las habían expropiado y los dirigentes políticos de la Unión Europea parecieran encarrilados a cumplir esa profecía. Sin embargo, en el trueque humano no resulta justo perder algo sin obtener nada. La integración europea prometía un plus que pareciera diluido en la crisis. Los franceses, españoles e italianos despiertan para descubrir que el arcoiris europeo parece no teñir ningún color definido, en cambio sus viejas naciones se están desdibujando. Ellos esperan algo a cambio de esa pérdida. Abandonar una nacionalidad no sería un daño inútil si se obtuviera algo mejor. Si el europeísmo formase una mega-nacionalidad, a la manera que Norteamérica fue absorbiendo a los emigrantes irlandeses y polacos sustituyendo un exilio con otra y su american way of life.  La oferta de una nacionalidad europea global quizá es un relámpago en la oscuridad que amenaza con desaparecer y dejar a los europeos en una situación de tinieblas. Con las antiguas nacionalidades disolviéndose y una nueva sin formarse nos debemos preguntar si ¿también se desvanecerá Europa? El conjunto supera a las partes, pero si las partes son reflejos del relámpago que cesa, entonces ¿ese reflejo de conjunto es un adiós? Esta situación rememora a la larga crisis posterior a la caída de Roma, cuando la añeja unidad romana era abatida, pero ninguna unidad política era capaz de sustituirla en la naciente etapa medieval. La Unidad Europea es un caparazón político, pero a nivel de las identidades y la reproducción del grupo humano, se mantienen las anteriores identidades y continúa operando el sistema de naciones “modernas” funcionando desde el siglo XIX. La noción de Europa es milenaria, pero no se convierte en nación. 
Los globalizadores suponen que los ciudadanos se adaptarán a un ambiente amorfo, sin fronteras definidas ni grupos de identidad fuerte. Tampoco se descarta por completo que el europeísmo termine por convertirse en una nación unificada, pues antes han sucedido procesos de unificación de unidades menores en mayores. No se descarta, pero ¿existe en realidad ese proyecto de mega-nación europea global o, al menos, una nación europea occidental? De modo implícito cabría suponerlo, pues las rutas políticas desde la unión aduanera, la estatal y luego la nacional son vías conocidas cumplidas en Italia o Alemania. En ese caso hipotético, se cambiaría una nación por otra y no acontecería una pérdida pura. El tema de fondo es si una nación europea occidental se está formando de modo práctico y operativo, como un sistema de reproducción humano eficiente, efectivo y eficaz que subsane las viejas heridas y brinde un marco de comunidad aceptable. Por el momento, son más las interrogantes que las respuestas.




NOTAS:




[1] ORTEGA Y GASSET, José, La rebelión de las masas.

domingo, 15 de septiembre de 2013

FALSEDAD DEL “PRINCIPIO WILSON” IGUAL A LENINISMO



Por Carlos Valdés Martín

Resulta sorprendente que autores reconocidos de la izquierda académica identifiquen al leninismo con el wilsonismo en el tema nacional. De hecho proponer un binomio Wilson-Lenin para explicar la ideología de la liberación colonial es un completo disparate de Wallerstein, para acomodar los hechos a su sistema-mundo[1]. Es evidente que los giros de la historia, convirtiendo a los ganadores de ayer en los derrotados de hoy, implica un cambio curioso de perspectivas. La perspectiva de Marx ha sido el fundamento para la izquierda práctica y también para la académica de los siguientes siglos. Si bien, el marxismo práctico sufrió una debacle y el teórico quedó marginado, todavía el eco del “viejo topo” sigue resonando en diversos ámbitos. En la historiografía de izquierda Hobsbawm[2] y Wallerstein son dos importantes puntos de referencia para sus visiones. De Wallerstein resulta sorprendente que empareje a la interpretación radical (bolchevismo ha sido sinónimo de radicalismo), con el centro liberal. Quien conoce en detalle las posiciones marxistas, sabe que la propuesta práctica de Lenin sobre la “autodeterminación de las naciones” no es un objetivo en sí, sino representa una propuesta transitoria, donde se establece una alianza entre el proletariado y las clases de un país oprimido (un bloque popular, que podría incluir a la burguesía local) en contra del imperialismo (la burguesía externa, opresora y militarista). A diferencia del “programa de Wilson”[3], donde la nación misma es un objetivo deseable, para Lenin el tema nacional pertenece a la táctica política y no la búsqueda de un “principio nacional” superior al principio socialista.

Existe una curiosa armonía entre los opuestos del drama histórico. Para el marxismo Wilson como gobernante de Norteamérica ha representado el bastión del imperio en versión moderna: sostenido por la industria, amurallado por una democracia formal, con dientes de armamentismo y garante final de la desigualdad mundial. Lenin como artífice de la primera Revolución Socialista exitosa ha sido admirado por ser quien culminó la ciencia social marxista y la convirtió en práctica revolucionaria: quien aterrizó la teoría para convertirla en la crítica de las armas. La contradicción entre Wilson y Lenin es la más obvia para el marxismo clásico. Sin embargo, el tema nacional siempre ha generado curiosas polémicas y una marxista ortodoxa, Rosa Luxemburgo protagonizó una áspera polémica, cuando Lenin todavía era visto como un aspirante. La militante alemana fue brutalmente asesinada por la derecha de su país, mientras Lenin levantaba la victoria del “Octubre Rojo” y se definía como el faro de las aspiraciones revolucionarias. El ruso se convertía en el paladín de una estrategia victoriosa y la alemana era respetada por su heroísmo, pero olvidada como estratega práctica. Así, que la polémica en torno a las tácticas nacionales se resolvió de modo práctico y sin meditarlo demasiado, se desechó el “internacionalismo abstracto” de Luxemburgo, quien no aceptaba la bandera de la autonomía nacional dentro del programa socialista, por considerarlo como una concesión al programa burgués. La discusión sobre el tema nacional (en su lado operativo) se detuvo y se creó el prejuicio de que Lenin siempre tenía la razón práctica, por lo que la autonomía nacional se integró como una demanda de izquierda marxista, sin más dudas.

Al pasar las décadas, algunos académicos de izquierda se han quedado perplejos y le colocan un letrero extraño a Lenin para colocarlo junto con Wilson, su antagonista. En el curso de los sucesos, el fenómeno de la oleada de independencias nacionales y el fracaso en la construcción del socialismo terminan por confluir. Ya no quedan los grandes contendientes que reclaman al socialismo-comunismo como una sociedad alternativa. Permanecen muchos Estados nacionales como recuerdo de las luchas pasadas.

Debemos recordar el trayecto anterior, donde parecía claro que la “autodeterminación nacional” de Lenin representaba un escalón en el trayecto de la federación de repúblicas socialistas, y de hecho, el mentado derecho a la autodeterminación de las muchas nacionalidades oprimidas se convirtió en integración dentro de la URSS. Esto significó que el tránsito hacia el estalinismo aplastó las autonomías nacionales bajo la mano de hierro de la dictadura, de tal modo que la autonomía legal quedó como una ficción, bajo el manto del Estado “socialista”. Quienes interpretan las historia a partir de intenciones (lo cual casi siempre es absurdo) cuestionarían si el leninismo no es una zanahoria nacionalista para disimular el palo estalinista. De todas maneras, incluir a Lenin dentro del nacionalismo a secas es más que una injusticia y, al menos, significa confundir el tránsito (ofrecer hasta independencia total a la nación oprimida) con el objetivo de unificar en un solo organismo estatal socialista. Para el marxismo esto era bastante elemental al inicio del siglo XX, pero al final del siglo pareciera ser un argumento complejo.

Para Wallerstein, la posición del Presidente Wilson es un eje del liberalismo[4], por cuanto remitiría a un principio de soberanía popular como fundamento y además representaría la afinidad con el principio nacional. Sin embargo, también el socialismo de los siglos XIX y XX termina asimilado a variedades del liberalismo. Para eso construye un concepto de liberalismo que no es ortodoxo ni estricto, sino invento propio: adaptación al cambio que se acepta como la norma, asumir que la soberanía residen en el pueblo, algún concepto de libertades, pero finalmente favorecer el poder del Estado. Ese concepto, para Wallerstein termina coincidiendo con los conservadores y socialistas, que solamente serían acentos de la misma ideología de fondo (una respuesta al cambio como normal, desde el final del siglo XVIII, iniciado con la Revolución Francesa).

Basta una mirada ligera para observar que las acciones y doctrinas de Woodrow Wilson no expresan una pureza de principios nacionalistas (de “a cada nación debe corresponder un Estado”), sino una mezcla inestable y adaptada a una época. Wilson no fue un gobernante o ideólogo puro en el sentido de respetar el derecho de las naciones a la autodeterminación, sino cuando ese principio parecía coincidir con "su propio” interés nacional (incluso de grupo gobernante). De ese modo, él promovió invasiones en México y Haití. La posición de la Primera Guerra Mundial y su desenlace resultó favorecedora para una interpretación “benévola” del wilsonismo, favoreciendo creer que sí establece el principio nacional, sin embargo, eso es impreciso. En la práctica política, Wilson también transige o favorece el mantenimiento del sistema colonial; en cambio, Lenin sí fue enemigo de las colonias imperiales de ultramar. En ese punto crucial, los líderes políticos presentaron opciones tan contrarias y distanciadas que es un sinsentido proponer su unificación.



NOTAS:


[1] Véase la síntesis en WALLERSTEIN, Immanuel, Después del liberalismo.
[2] También Hobsbawn utiliza el término de Wilson-Lenin para señalar la unidad del principio nacional que identifica como deseable el Estado-Nación como programa político. Cfr. Naciones y nacionalismo desde 1780
[3] Colocar al Presidente norteamericano Wilson a la cabeza de la oleada de liberaciones nacionales es una injusticia histórica, casi una aberración. El “principio” de independencia de las naciones fue planteado antes, por muchos y con gran notoriedad. Por ejemplo, Benito Juárez en México. En cambio el programa de Wilson fue muy timorato al respecto y adaptado a las necesidades de los ganadores de la 1ª. Guerra Mundial.
[4] WALLERSTEIN, Immanuel, Después del liberalismo. 

viernes, 13 de septiembre de 2013

EN SÍNTESIS: SOBERANÍA MODERNA Y PUEBLO-NACIÓN



                                                             Por Carlos Valdés Martín

Cuando el mundo se modernizó, el tema de la soberanía se desplazó desde Dios y el Rey para quedar firmemente en las manos del pueblo-nación y su Estado representativo. La lucha transitó por sangrientas revoluciones y confrontaciones; el concepto de soberanía popular causó una fiera oposición entre quienes se definieron como bando conservador. Una clara alianza entre reyes, aristócratas e iglesia defendió el principio de la soberanía en el monarca mediante derecho divino, es decir, por el dedo de Dios interpretado por el Papa casi siempre. Pero esa clara alianza (llamada con ironía Santa Alianza en alguna coyuntura) fue diáfanamente derrotada. Incluso varias interpretaciones monárquicas se deslizaron hacia una primera soberanía popular cedida[1] enajenada de modo definitivo, con lo cual el “derecho divino” ya quedaba vulnerado como sucedió en Leviatán.

Ahora bien, si el punto clave se define en el sistema político como un supra-poder que es la soberanía, entonces planteamos un primer punto de apoyo para establecer un sistema de pensamiento y el sistema de poderes aparece bajo un orden. La pregunta por el orden resulta válido restablecerla cuantas veces se desee y difuminar ese cuadro ordenado cuantas veces se pretenda, como indica Foucault al mirar las Meninas[2]. Una vez definido ese remate superior que es la soberanía para la arquitectura del poder, entonces encontramos la lucha por su “ocupación”. Desde tiempos ancestrales esa posición superior estaba ocupada, pero bajo una figura inestable y fugaz, pues para la sociedad primitiva la posición del “rey” era un atributo condicionado a su utilidad y salud, tal como lo muestra su asesinato ritual en La rama dorada[3]. En los sistemas monárquicos la posición cúspide se estabilizó, integrándose en la persona del rey a perpetuidad y con sucesión consanguínea.

A partir de la Revolución Francesa, una vez cuestionado y abatido el sistema monárquico, queda el pueblo como el nuevo soberano y se acepta el principio democrático. La punta de la pirámide es un puesto solitario, sin embargo, el pueblo somos casi todos, de tal modo que la cumbre silenciosa y la base de la pirámide se identifican en esta paradoja del concepto democrático (el uno es todos y todos son uno).
Sin embargo, por pueblo no se abarca estrictamente a todos, sino a casi todos. El casi merece ser cuestionado ¿quiénes no forman el pueblo? Los menores de edad no son el pueblo soberano, sino su futuro en el cunero. Ubiquémonos en las primeras democracias por censo de riqueza, en ese momento los pobres no eran el “pueblo con derecho a voto”. Antes de la liberación femenina tampoco las mujeres eran el pueblo con derechos, sino las devotas esposas, madres e hijas que esperaban a que los varones tomaran las decisiones. Así, que el pueblo ha crecido con los proletarios y las mujeres. De modo permanente no se acepta a los proscritos (criminales, traidores a la Patria, etc.) ni a los incapacitados al extremo (los interdictos por temas de salud mental). Por último: los extranjeros no forman parte del pueblo con plenos derechos que funda la soberanía. Esto implica que solamente los nacionales (por nacimiento o nacionalización legal) integran esa soberanía.

En el pasado, el grupo de extranjeros se consideró una excepción, pero con las facilidades de viajar y la emigración masiva, ahora acumula un grupo sumamente importante. Desde el inicio del siglo XXI, ya forma una extensa unidad (¿un país fragmentario?) de más de 200 millones de habitantes si reunimos a todos los emigrantes dispersos por el planeta. Mientras la base de la pirámide de la soberanía creció sólidamente para abarcar a los pobres y a las mujeres, el sector de extranjeros no se integra a la soberanía del pueblo. Además, el punto no es tan trivial cuando han existido fuertes conflictos entre nacionales y extranjeros, además que ha bastado un solo extranjero para poner en jaque a una nación, por ejemplo, cuando un príncipe extranjero (Maximiliano de Habsburgo) es impuesto como monarca sobre un país (México).
Esta visión de una soberanía del pueblo suele poseer una fecha precisa de aparición en las diversas latitudes. Por ejemplo, en México surgió con Los sentimientos de la nación, un breve manifiesto bajo la firma de jefe insurgente, José María Morelos del año 1813. En ese breve texto, está la primera declaración indudable de que la soberanía pertenece al pueblo. A partir de ese instante, está emergiendo una interpretación moderna del poder en lo que todavía no era México. Al indicar “Que la soberanía dimana inmediatamente del pueblo…”[4] acontece una revolución copernicana en las coordenadas del sistema de poder, sobre todo, porque no era mera declaración sino evento acompañado del movimiento militar-popular para liberar al país de dominio extranjero. En los hechos, la soberanía se pedía mediante un pueblo en armas y no sólo por vía de un texto especulativo: el extremo de la acción directa.

La frontera final de una soberanía, por lógica, termina en la frontera de otra soberanía, de tal manera que un pueblo encuentra el lindero de otro igual. Esto es una repetición del “tema del extranjero”, pero ya visto como exterior completo. Un extranjero o un grupo no pertenece al pueblo soberano porque está integrado a otra soberanía (si no en acto, sí en potencia). Ahí, comienza la lucha recíproca y el problema de la autodeterminación de las naciones, proclamado como principio rector del siglo XX, también equívocamente denominado wilsonismo (y “leninismo” para la izquierda[5]). El tema de la soberanía quedaría como simple especulación si no tomara un cuerpo concreto, donde el Estado (fuerte y armado) integra el derecho soberano del pueblo y se levanta como su estructura activa. Lo cual a su vez nos presenta la siguiente paradoja, donde el representante del pueblo (el Estado) pretende erigirse en su amo (el aparato de representación que se separa de sus representados). Esta contradicción se ha procurado solventar con las elecciones periódicas o por alguna cualidad de representatividad permanente (cuando el representante nunca se olvida de su pueblo, de alguna manera). Sin embargo cualquiera observa la inercia del gobernante a enajenarse respecto de su pueblo y la importancia de mecanismos de control popular: en las leyes mismas (con el principio constitucional de soberanía popular como piedra angular del esquema), en procedimientos (los juramentos de obediencia cuando toman posesión los gobernantes) e instituciones (división de poderes, escrutinio público, transparencia…) Al final de cuentas, la soberanía popular se mantiene como un principio tenso en la práctica social, empujado por la contra-tendencia hacia la autonomía de élites y aparatos de gobierno.

En la fantasía por evitar ese riesgo de un aparato de Estado independizándose del pueblo, la corriente anarquista ha insistido en democracia directa y autogobierno radical como el medio para imposibilitar de raíz el mal del Estado. En pocas palabras prevenir la mordedura del perro, matándolo antes de nacer. Además de lo escasamente práctico de este procedimiento, también valdría una anotación de Hegel sobre la libertad absoluta durante la asamblea del pueblo, donde la soberanía adquiere el extremo no mediado, de tal manera que debe devenir en terror, pues no encuentra ningún límite fuera de sí misma. En ese sentido, Hegel anunciaba que la soberanía debería de mediarse consigo mismo, desdoblarse en sus contradicciones y establecer un sistema complejo de Estado. Si bien el filósofo alemán ha sido criticado por su benevolencia con el absolutismo contemporáneo (siglo XVIII), también debemos reconocer la complejidad de su planteamiento, donde las contraposiciones son indispensables. En ese sentido, el movimiento contradictoria de la democracia también ha avanzada entre la tesis y antítesis, del pueblo-nación y el Estado. Casi siempre las élites parecen salirse con la suya, pero jamás han logrado desligarse de su sombra: el pueblo como primer y último reducto de la soberanía.

Conforme ha avanzado la globalización, el tema de la soberanía presenta una nueva cara. En el mundo global son los acuerdos internacionales, las empresas trasnacionales y el tramado de instituciones mundiales quienes parecerían estar jugando a las escondidillas contra el soberano-nación. Durante las revoluciones precedentes, el pueblo ha demostrado su soberanía en la práctica (derrocando gobiernos en el extremo), pero para un contexto global los resultados planetarios parecieran escaparse del escrutinio del pueblo soberano, que se divide entre naciones separadas. El plano de las decisiones globales estaría quedando en manos de “acuerdos” entre los gobernantes y dejando con un palmo de narices al soberano-nacional (dividido), pues están jugándose las cartas del tema internacional[6].En el sistema global, nos encontramos con acentuación de esa vulneración originaria del concepto de soberanía, pues el pueblo solamente sería soberano en su territorio y ahora el ámbito global traspasa y enreda los territorios, abarcando temas claves (finanzas, economía, leyes, etc.)  Con esta disminución de la soberanía en curso tampoco se ha creado otra soberanía (ni un sistema mundial ni un pueblo-humanidad), sino que avanza una dualidad de poderes entre los representantes del pueblo soberano que son los Estados nacionales (o multinacionales como la Federación Rusa y la Unión Europea) y el sistema mundial no-nacional (organismos mundiales, trasnacionales, finanzas mundiales, red de información, cultura planetaria…) que en su mayor parte no representa a nada sino a sí mismo.

A nivel práctico la soberanía (cualquiera que sea) está cuestionada por la interdependencia global, mientras que la soberanía popular no está vulnerada por algún contendiente. El binomio soberanía popular con nación, depende de la relación entre nación y pueblo, que resulta bastante evidente: depende de los derroteros del tema nacional, ya sea como Estados nacionales compactos (que nunca puros) o Estados multinacionales. La experiencia de los últimos dos siglos indica la dificultad enorme de los Estados multinacionales (Austria-Hungría, URSS, Yugoeslavia, etc.)  y su tendencia a la disgregación, aunque la Unión Europea intenta revertir esa tendencia secular.

El concepto moderno de soberanía debe considerar el tema nacional. La legitimidad completa de la soberanía del siglo XX dependió (en parte) de la identidad entre pueblo y nación, al darle una historia y una identidad fuertes. La realidad de nación y pueblo se reforzaron y consagraron mutuamente. El periodo de “globalización” del siglo XXI está ensanchando la brecha entre pueblo y soberanía, creando un complejo panorama. Al menos, el sentido político de la nación, por su maridaje exclusivo con el Estado (que ha sido Estado-nación predominante) la relación se vuelve más compleja.

Notas:


[1] Me gusta para este proceso el término “enajenación” para esa visión de la entrega de la soberanía al Estado que nunca puede regresar al pueblo, dicho en el sentido preciso utilizado por Marx en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844.
[2] En especial, cuestiona todo el discurso del orden y se regocija con la identificación entre la posición del Rey y el sucesivo espectador. Cfr. Las palabras y las cosas.
[3] Porque el rey tribal no es un rey en el sentido medieval o absolutista, sino una pieza ocupada temporalmente en el sistema comunitario, que se remplaza ante cualquier signo de falla, mediante un asesinato ritual del rey. Cfr. FRAZER, James, La rama dorada
[4] MORELOS, José María, Sentimientos de la nación, 1813.
[5] Hobsbawm y otros historiadores identifican al wilsonismo como la corriente predominante del principio de “una nación con un Estado”. 
[6] De hecho, Negri y Hard anuncian el surgimiento de un nuevo contendiente a soberano bajo la figura de multitud (el nuevo pueblo) que contiende contra el imperio (el nuevo amo). Cfr. Imperio.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

ENTRE LAS ALAS DEL CIELO Y LOS ANHELOS SOCIALES




Por Carlos Valdés Martín

El aerostático y la época de las revoluciones burguesas

El globo aerostático de los hermanos Mongolfier cristaliza el viejo seño de colocar a un ser humano en vuelo autónomo. Antes ningún intento de vuelo fue lo bastante exitoso para cambiar el mundo. Antes hubo intentos sin continuidad y es posible que la falta de persistencia se debiera a las estructuras económicas y sociales. Calentar un cuenco vacío con suficiente tamaño para elevarse no requiere una manifactura tan difícil ¿Cómo es que ese ingenio relativamente sencillo no se obtuvo desde los siglos anteriores? Sabemos que los griegos unieron talento con el descubrimiento de bases matemáticas y científicas. Los chinos brillaron por su ingenio y dedicación al detalle, creando curiosos globos a escala de juguete. Los árabes también deslumbraron con algunas artefactos. El periodo del Renacimiento nos trajo a los talentos europeos, pero el tema de construir alas de vuelo parecía una ociosidad en los cuadernos de Leonardo Da Vinci. La práctica terminó en intentos, efectuando ensayos con planeadores rústicos y otras curiosidades. La idea del vuelo tardó en madurar y quizá esperó al arribo de un nuevo tipo de sociedad —la burguesa—, aunque fue un rey absolutista, Luis XVI de Francia, quien saludó la creación del globo aerostático en Versalles[1].
No deja de ser curiosa esa relación entre el periodo burgués con el avance en los primeros vuelos en globo. El periodo burgués se inicia con comercio y revoluciones, se multiplica la agitación social y el interés egoísta ¿Es casualidad esa coincidencia entre la búsqueda práctica para “tocar las nubes” y esa época del egoísmo desbocado?
Para Ortega y Gasset las ideas se adelantan a las épocas y basta mirar con cuidado el cambio de las ideas para preludiar cualquier época siguiente[2]. El ensueño del vuelo es antiguo, ya los griegos imaginaron a Ícaro y otros pueblos tuvieron sus ángeles[3], dioses-pájaro y regiones celestiales. Sin embargo, ese ensueño ancestral no fue seguido por esfuerzos serios para realizar esa noción y convertir el vuelo en una experiencia tangible. Desde el Renacimiento ¿el ensueño del vuelo se había intensificado anunciando su realización?
Conforme se fueron acumulando ideas más precisas del movimiento en el aire de los proyectiles y observaciones mejores sobre el “planeo” de objetos se fue acercando el momento para construir aparatos voladores. Pero el camino no era sencillo. De hecho fue la visión de los fluidos y la comparación del aire con el agua lo que abrió la ruta para el globo aerostático. ¿Cómo se llegó a ese momento? Tenemos la opción de imaginar un avance autónomo del saber, una acumulación de ideas de los ingenieros (en principio empíricos) hasta alcanzar un logro, o bien un chispazo de genialidad individual. Si bien cualquier hipótesis sería plausible, pero mientras una idea no se vuelve sangre y carne de una colectividad será fácilmente olvidada. Varios logros de la Antigüedad se fueron perdiendo en la sucesión del tiempo pues no resultaban significativos para ellos. Es necesaria una época adecuada a las ideas para que éstas se conserven o, incluso, se conviertan en una obsesión colectiva. Con el tema del aire nos encontramos con una especie de emoción colectiva y surgen muchas creaciones independientes empujando en el mismo sentido. En pocos años, luego de la noticia de los Montgolfier, existen reportes de imitaciones entusiastas en sitios lejanos del planeta, pues recordemos que hacia 1784 las comunicaciones intercontinentales eran mediante barcos de vela. Como sea, el final del siglo XVIII y el principio del XIX fue entusiasta de los viajes en globo y de la búsqueda de otras formas de viajar por el aire.
El tema del globo fue más un espectáculo poco práctico que un medio de transporte, fue marcar un hito de cumplir un imposible que un servicio utilitario. Un serio economista y revolucionario pudo desechar por completo la existencia de ese fenómeno en su monumental, El capital, mientras estudiaba repetidamente al ferrocarril y barco de vapor como paradigmas de tecnologías de punta. Aunque durante décadas fuera irrelevante en la economía, el globo aerostático con su presencia capturó la imaginación del siglo. La primera novela exitosa de Verne fue Cinco semanas en globo del año 1863, donde describe una travesía imaginaria pero verosímil sobrevolando el continente africano. La imaginación literaria del globo adelanta en cuatro años a la imaginación de la ciencia social del primer tomo de El capital publicado en 1867. Casi siempre la fantasía desbocada se adelanta a hechos y teorías. Sin embargo, aunque Verne mismo tuvo su experiencia inaugural hasta diez años después.
Durante décadas se buscaron aplicaciones prácticas para los globos. Un desarrollo hacia un transporte de pasajeros de gran distancia fue el dirigible. Sin embargo, es bien sabido que la etapa de los grandes globos terminó en 1937 con la tragedia del Hindenburg. Desde el punto de vista técnico, esa decadencia del dirigible era previsible, pero el avión —su competidor— tuvo un desarrollo parsimonioso.
¿Qué sucede con el espacio terrestre conforme se crea un espacio aéreo mediante esas ocasionales vistas desde un globo? El espacio territorial se volvió más denso desde el punto de vista económico y político. La densificación del mercado local y mundial, estableció espacios económicos más provechados, y la tendencia era desaparecer las regiones sin dueño. Los Estados y los particulares se declararon propietarios de un modo más preciso que en el periodo anterior. Los grandes señores feudales y los reyes imperiales reclamaban dominio sobre territorios inmensos, incluso hasta sobre regiones ignotas o imaginarias, pero no roturaban con precisión sus territorios[4]. Ese periodo hay auge de una representación más precisa de la propiedad privada, perfeccionando el derecho de uso y abuso de los antiguos romanos. ¿La visión aérea contribuye a esa apropiación del espacio económico y político con un estilo moderno? Parece una buena hipótesis que requiere de más exploración. El “tablero” de la propiedad territorial, en ese periodo se volvió más preciso y los espacios resultaron nacionales también en un sentido más definido. No sólo la aviación debió confluir hacia eso. La cartografía debió contribuir para ese resultado, pues se fueron trazando con más precisión los confines y las fronteras. También es crucial la apropiación mercantil y los efectos del comercio para esa etapa de la apropiación del territorio.

Autopropulsada: “al cielo por asalto”

Conforme el capitalismo cumplió con la revolución industrial y mostró enormes contrastes sociales, hundiendo a grandes masas en la miseria (la más artificial), también se avecinó un nuevo periodo de revoluciones sociales. En muchas ocasiones esa revoluciones se proclamaron socialistas, pugnando por un “más allá” del capitalismo; otras rebeliones —sin un sello anticapitalista específico— mostraron una gran exigencia por justicia y cambios sociales. En todo el siglo XIX, la idea de una revolución más allá del capitalismo quedó como un boceto, pero en el siglo XX cobró fuerza de huracán. También ahí se abre el periodo tecnológico para el salto cuántico desde el lento globo aerostático, hacia las naves autopropulsadas base de la aviación. Al inicio del siglo XX se combinan los adelantos en el principio de sustentación con el motor de combustión interna dando sitio a la aeronave. De nuevo coinciden los grandes movimientos en el plano histórico-político con la tendencia del aire; en el plano emotivo la frase afortunada “prestos a asaltar el cielo” fue creciendo hasta convertirse en una divisa revolucionaria[5].
La utilidad de la nave aérea autopropulsada pronto fue evidente. El servicio militar de los globos quedó en los márgenes y en planes sin cumplir, por ejemplo, resulta famosa la pretensión —que no se concretó por impráctica— de Napoleón Bonaparte para cruzar a su ejército sobre el Canal de la Mancha en globos. Pero los aviones sí se convirtieron en instrumentos militares y ya desde la Primera Guerra Mundial hubo combates en los cielos. Hacia la Segunda los bombardeos resultaban cruciales y la fuerza aérea se convirtió en una rama importante de cada gran ejército.
El servicio de comunicaciones de la aeronave también cambió a las sociedades, facilitando un sistema postal aéreo rápido y eficiente, el cual se generalizó en los años de 1920. El movimiento de pasajeros fue pasando de ser una curiosidad para estabilizarse en un servicio comercial y en un turismo masivo.
Para una ideología de las revoluciones sociales la idea de una velocidad de avance resultaba esencial. En ese sentido, el avión como objeto límite de la velocidad de desplazamiento humana resultaba afín para algunas visiones revolucionarias. Los más exitosos movimientos radicales y los regímenes emanados de estos emergieron en las zonas tecnológicamente atrasadas del planeta, pero no inactivas. Un hecho poco conocido es que el primer bombardeo militar está registrado durante la Revolución Mexicana y el acontecimiento, además, fue filmado. En otra latitud el ingenio ruso se aplicó para obtener logros, lo cual a la larga desembocaría en la “carrera espacial”.
La visión de la máquina como adalid del futuro y hasta apoteosis del progreso fue afín al socialismo. Para Marx el proletariado era el sufrido agente productivo de la “gran industria” y de ahí provenía su potencial irresistible para protagonizar el cambio social. Ese fervor por la máquina era sobrepasado en versiones más burdas de capitalistas o de ideólogos futuristas[6], cuando suponían que bastaba el mecanismo perfecto para cualquier logro. Las máquinas veloces y, sobre todo, las aéreas potenciaron esa visión optimista del progreso: si la maquina conquista el aire ¿qué no conquistará? La existencia de los aviones motivaba los ensueños revolucionarios.
De las convulsiones del siglo XX surgió el “campo socialista” y la pléyade de naciones independientes del Tercer Mundo, lo cual terminó de configurar el espacio político de países sobre el planeta. Con el despertar de las naciones oprimidas y colonizadas, la historia mundial se presentó como una confluencia de fuerzas autónomas y todas reclamando su protagonismo. El fenómeno de la división de fronteras precisas siguió acentuándose, aunque con una contra-tendencia de más comercio internacional y el resurgimiento de una oleada de emigración.
Mientras la aviación autopropulsada presenta la facilidad del movimiento en el planeta y ofrece la primera posibilidad de un “ciudadano del mundo” en la práctica, la contrapartida del siglo XX marca la acentuación de nacionalismos territoriales. Los territorios quedan más marcados con una relación fuerte entre el Estado político con su sistema de reglas y sus ciudadanos, lo cuales están cada vez más vinculados y controlados bajo su aparato de leyes. Mientras los vehículos técnicos (automotores, aviones, barcos) facilitan los viajes, los Estados controlan o hasta restringen esa posibilidad de desplazarse, en especial durante situaciones de hostilidad o guerra cuando atravesar una línea imaginaria es un crimen.
En cualquier periodo pacífico, los aviones levantan el vuelo y terminan en un aeropuerto, con ello la ensoñación de naves que nunca jamás aterrizan ha quedado en lo imaginario[7]. La relación entre una autonomía de vuelo y la obligación de terminar en un territorio definido y organizado para recibirlos marca una apropiación del espacio: son dos mitades de un arco, la parte de ascenso equivale al descenso. En ese sentido, la emoción del vuelo termina equilibrada con la tranquilidad del aterrizaje en una curiosa oscilación anímica. En mitad de ese arco de movimiento, justo lo impresionante es su velocidad y ésta encontró su frontera en la aventura del Concorde, el cual rebasó la velocidad del sonido pero no fue un éxito comercial. Tras la admiración por una velocidad límite la competencia por más rapidez terminó sin aliento. El concepto mismo de una velocidad extrema termina en una interrogación en un planeta redondo. Con ironía Stanislaw Lem nos obliga a cuestionarnos si la velocidad máxima representaría algún avance en su novela La voz del amo[8].  Sin embargo, luego de esa simple aceleración del velocímetro queda plasmado un concepto clave: el goce con novedad. El viajar y desplazarse es importante para moverse hacia otro sitio disfrutándolo; no es el ir de un lado a otro por mero y simple ajetreo lo que nos legó la conquista del aire. Esa era del avión entregó algo trascendente: que el movernos deje una huella de espacios lejanos en nuestros sentidos y mente. En consecuencia, el aventurarse que atribuimos a Marco Polo y a otros exploradores se ha integrado al ADN del habitante posmoderno[9].

La conquista del espacio y la globalización

En su extremo, las revoluciones socialistas ofrecieron una sociedad igualitaria y, en tal sentido, perfecta que aquí no juzgaré. Varios Estados posrevolucionarios cultivaron el gusto por la aeronáutica, aunque al avanzar ese ciclo (del auge hasta la caída del Bloque Socialista) lo que resultó más vibrante fue la “carrera espacial”. Más que la emoción de esa carrera debemos señalar la gigantesca inversión material y política que implicó. Crear el globo  aerostato implicó una súbita conjunción de talentos con algún subsidio aristocrático y el aeroplano de los Wright exigió el talento de una empresa particular, en cambio, la carrera espacial exigió una máxima acumulación de talentos científico-técnicos y la inversión multimillonaria de las superpotencias dominantes[10].
En mitad de una hostilidad de bloques económico-sociales se alcanzó “la última frontera”. En la carrera por conquistar el espacio las superpotencias contrarias se jugaron su prestigio y más. En ese tema particular la Unión Soviética tomó la delantera, lo cual generó la ilusión de un adelanto neto en ciencia y tecnología para el “campo socialista”. De hecho la carrera espacial era interpretada como una clave para la superioridad entre dos sistemas antagónicos, creyéndose que el ganador de esa carrera espacial sería el amo del futuro. En retrospectiva, los autores de ciencia social y política describen esos enfoques sobre la importancia de esa “carrera por el cosmos” como de propaganda ideológica, lo cual implica una desacreditación incorrecta[11]. Después de 1989 resulta sencillo desechar cualquier argumento sobre la fuerza de la URSS, sin embargo, sin visión de prejuicios en retrospectiva era claro que “La carrera hacia las estrellas se convirtió en una plataforma primordial para ganar la guerra fría”[12]
La alarma cundió en Occidente cuando la URSS lanzó el sputnik y luego Gagarin alcanzó el espacio exterior. Después las fuerzas se fueron emparejando. El evento inicial de un triunfo por la “patria socialista” fue equilibrado por los norteamericanos con el “gran paso” en el famoso alunizaje. La dramática carrera entre EUA y la URSS para ganar el espacio exterior pronto se convirtió en una especie de empate. A principio de los años setentas ya no había algún objetivo inmediato y relevante que impactara en el campo espacial, desde entonces se inició una etapa de distensión y hasta de cooperación espacial entre las dos superpotencias que ha continuado. Hacia 1975 la misión Apollo-Soyuz marcó esa nueva etapa y quizá también fue el anuncio velado de que esa rivalidad por bloques ideológicos se terminaría en algún futuro.
El desarrollo de la tecnología espacial ha tenido un impacto fuerte en el desarrollo científico técnico, pero sus efectos económicos durables[13] casi se reducen al campo de las comunicaciones, mediante los satélites y sus enlaces a distancia.
Sin duda, por parcial que sea, la conquista del espacio exterior ha contribuido al empequeñecimiento del mundo. El planeta cada vez nos parce menos ancho. El término de la “aldea global” para designar a nuestro sistema mundial es menos llamativo, casi obvio. La interdependencia de nuestras sociedades puede seguir avanzando, pero observar el planeta desde el espacio exterior como un pequeño punto luminoso ya marca un hito en las experiencias humanas.

Conclusión: un par de anhelos más

Los anhelos sociales —como empuje del espíritu y la inteligencia— buscan espacios (proyecciones desde quien las imagina) que abarquen al máximo (sus mejores posibilidades). Cuando quedan desatados, esos anhelos humanos exploran alguna modalidad utópica. Los griegos antiguos anhelaban un porvenir de virtud, sabiduría y de libertad (solamente para los aristoi de su polis[14]); los cristianos medievales ambicionaban un reino de caridad y redención (merecida únicamente para los católicos redimidos y para los demás la cruz en las empuñaduras de las espadas y las llamas eternas[15]); los modernos —burgueses versus proletarios— ensoñaron un equilátero de libertad, igualdad y fraternidad aderezadas con riqueza[16]; los habitantes posmodernos anhelamos esos mismos ingredientes y todavía les agregamos dosis de hedonismo e innovación. Pregunto si los ciudadanos actuales o futuros ¿aceptarían el platillo de virtud-sabiduría-caridad-redención-libertad-igualdad-fraternidad-riqueza si no recibiera también una dosis de goce e innovación? Bajo las tensiones de nuestra mentalidad y “sensibilidad” actuales, el caldo nutritivo de virtud-sabiduría- caridad-redención-libertad-igualdad-fraternidad-riqueza resultaría indigesto si fuera convertido en existencia de asceta sin piel o de rutinario burócrata. Ni ascetismo ni repetición son satisfactorios. Los piadosos siervos se conformaron levantando reinos cristianos; los ciudadanos se contentaron estableciendo repúblicas y naciones “libres”; las masas socialistas se alegraron levantando sociedades bajo el signo de la igualdad y el progreso. ¿Con qué anhelos se contentarán los habitantes del siglo XXI?
El habitante actual ha crecido bajo el aire de los aviones y la atmósfera ingrávida del espacio estelar. Ahora no resulta bastante con la lejana herencia de ideales, también deseamos mirar con nuestros propios ojos los sitios lejanos… acompañar al vuelo de nuestros anhelos mentales con nuestro cuerpo viajero. Las alas del cielo (esas de aviones o cohetes propulsados) nos han enseñado la ciencia y arte del moverse… ¿Nuestros hijos se conformarán con menos? ¿En los anhelos futuros se renunciará al desplazamiento? La huella sutil que empezó en el breve vuelo del globo aerostático, arrastrando a una persona hacia los cielos será imposible de borrar.




NOTAS:

[1] CLARK, Ronald W., Hazañas científicas, el impacto de la invención moderna, p. 65.
[2] ORTEGA Y GASSET, José, El tema de nuestro tiempo.
[3] El vuelo es un tema relevante en la literatura, por ejemplo, El paraíso perdido de 1667 es una obra épica donde volar resulta crucial. En esta descripción Dios ordena al ángel Rafael acudir al Paraíso y entonces viaja por los cielos… “Desde allí, ni nubes ni astro alguno se interponen a sus miradas, y ve la tierra pequeña como en sí es y semejante a los demás globos luminosos, y ve el jardín de Dios coronado de cedros por encima de las más altas montañas. Así aunque menos distintamente, contempla el observador durante la noche por medio de los cristales de Galileo, tierras y regiones imaginarias en lo interior de la luna (…)Prosigue el Ángel bajando con acelerado vuelo, y cruza la inmensidad del espacio aéreo, y surca mundos y mundos, seguro de sus fuertes alas, ora impelido por los vientos del polo, ora sacudiendo velozmente el movible aire”
[4] ANDERSON, Benedict, Comunidades imaginadas.
[5] Lenin en el Prefacio de las cartas de Karl Marx a Kugelman cita repetidamente la frase de las masas parisienses dispuestas a “tomar el cielo por asalto”. Año 1907. La frase original está casi perdida entre las opiniones de Marx sobre el heroísmo de los comuneros parisinos en 1871, textualmente indica: “Que se compare a estos parisienses, prestos a asaltar el cielo, con los siervos del cielo del sacro Imperio romano-germánico”. En el movimiento del 68 parisino la frase quedó como divisa positiva de “hay que tomar el cielo por asalto” y adquirió gran popularidad, aunque esto ya corresponde al periodo aeroespacial.
[6] El futurismo de Marinetti intenta crear una corriente artística completa sobre ese único eslabón, ensalzando a la velocidad y su violencia, canto de juventud siguiendo el modelo material del automóvil y el aeroplano. Su aspecto irracionalista lo enlazó con el fascismo. MARINETTI, F. T. Manifiesto futurista, año 1909.
[7] Como imaginación límite, la nave-ciudad, nube-castillo flotando, nave inalcanzable o submarino inaccesible, siempre ha sido importante predominando antaño a modo de morada divina como cielo o castillo en la montaña inaccesible. No es casual que el tema reviva en la narrativa popular. Verne imaginó ese viaje perpetuo en más de una modalidad.
[8] “Y se supone que la visión de toda esta maquinaria enormemente eficaz y solícita debe dejarnos boquiabiertos para que nunca lleguemos a preguntarnos qué se gana exactamente con estas peregrinaciones rápidas como el rayo”.
[9] Una diferencia abismal con la época feudal, cuando atar al siervo a la tierra significaba que no debía de moverse, bajo penas capitales. El siervo quedaba atado a la tierra y el vagabundaje recibía pena de muerte. Cf. HUBERMAN, Leo, Los bienes terrenales del hombre.
[10] En ese sentido, la carrera espacial es un evento revelador de la aceleración del cambio y de la acumulación de fuerzas en un movimiento de cambio. Cfr. TOFFLER, Alvin, La tercera ola.
[11] Immanuel Wallerstein acostumbra fallar en sus predicciones tanto como en sus evaluaciones de los fenómenos de cambio, así la “competencia” entre sistemas sociales le parece un mero efecto ideológico. Cfr. Después del liberalismo.
[12] Mattelart, Armand, La comunicación mundo, p. 149.
[13] Resulta discutible sus efectos temporales como un efecto de grandes gastos del Estado, en el contexto de la política económica de Keynes y la poskeynesiana. Cfr. Teoría general de
[14] La República de Platón posee el mérito de mostrarnos ese anhelo del siglo V antes de nuestra era.
[15] Quizá la visión de la Divina comedia fue tan bien aceptada (entre otros méritos), porque daba la gratificación de las llamas infernales (variadas y concretas según la maldad del pecador), con lo cual se redondeaba el gusto por la redención celestial.
[16] La riqueza para todos es base del ideario socialista moderno, y el término clave en Marx para explicar las sociedades de explotación es término “escasez”. Cfr. MARX, Karl, Grundrisse

miércoles, 4 de septiembre de 2013

EN SÍNTESIS EL VALOR DE USO EN MARX, FOUCAULT Y DESPUÉS




Por Carlos Valdés Martín

Valor de uso en El capital
En su obra maestra, El capital, Marx inicia con el tema del valor de uso para esterilizar el tema del “cuerpo” de las cosas dentro de su sistema. Empleo esa palabra de “esterilizar” para ubicar un procedimiento intelectual de aislar una determinación (el concepto valor de uso) para que no contamine la obra intelectual. Ante todo, El capital es una obra de gran ingeniería intelectual donde cada concepto está perfectamente embonado y de esa perfección surgen sus méritos o las limitaciones de su sucesión.
Desde las claras y distintas definiciones del Capítulo I de esa obra se establece el “valor de uso” como un aspecto no problemático y con conexiones universales y evidentes. En el valor de uso se abarca toda la materialidad de las mercancías, no importando su forma o servicio particular. Además bajo ese concepto se enlazan todas y cada una de las necesidades a satisfacer, sin importar que “se originen, por ejemplo, en el estómago o en la fantasía, en nada modifica el problema”[1] Dentro de esa generalización, el cuerpo particular de las mercancías es irrelevante, sin importar sean usadas directa o indirectamente, consumidas lentamente o desaparezcan de inmediato. De modo rápido y directo quedan enlazados “valor” (el tema de la economía), el uso (la utilidad de la cosa, el para sí de algo), la necesidad del individuo (lo necesario como sea que sea), la materialidad (el cuerpo de la mercancía), la mercancía (el objeto producto de la división del trabajo) y lo natural evidente (la evidencia de la necesidad material). Queda establecida una sólida cadena de argumentos que tardó en llamar la atención.
Con este arrinconar el tema del uso, la necesidad y la material concreta sale de la consideración central de la crítica un planeta entero. Para el análisis del concepto del valor-trabajo esto resulta indispensable, y después, con habilidad de relojero, Marx va reintroduciendo algunas características de “valor de uso” que sí tienen sentido dentro de su sistema económico. Poco a poco, reintroduce el cuerpo de los metales preciosos como adecuados para obtener el uso como dinero. Se separa radicalmente la “mercancía fuerza de trabajo” pues para el marxismo posee la cualidad única de producir más valor del que cuesta su manutención, por tanto, ser la verdadera fuente de la plusvalía y de un sistema de explotación. Después habrá que definir un cuerpo de cosas que se consume productivamente y son medios de producción, por tanto contienen valores de uso que se “consumen productivamente” y transfieren su valor. También irán surgiendo otros rasgos globales para separar algunos valores de uso, como los destinados a artículos de lujo que se compensan con la plusvalía en un circuito de esquemas de reproducción de capital. En su momento Marx para el factor productivo “tierra” encuentra una ubicación especial para discutir el añejo tema de la renta de tierras[2].

Inquietud tras el 68
Para algunos pensadores desde mediados del siglo XX, este esquema de Marx deja una inquietud pues les apetece que él no aborda una discusión directa sobre esa “utilidad” y “necesidad” que están correlacionadas en el valor de uso. Para decirlo de golpe, a algunos les parece que ese “valor de uso” es una noción pre-crítica y sometida a un fetichismo bastante grosero, como sucedería con Baudrillard. Si bien, desde principios del siglo XX otra corriente de seguidores de Marx descubrió el interesante instrumental crítico de la teoría de la enajenación y fetichismo, para estas nuevas inquietudes no resulta bastante enderezar la teoría económica con la teoría de la enajenación, cuando ellos —en gran medida influidos por el psicoanálisis, el estructuralismo y la semiótica— buscan otra clase de confrontación teórico-práctica. Muchos tributarios de Marx no estaban conformes con las premisas existentes, cuando él consideraba que sobre la mercancía “En cuanto valor de uso nada de misterioso se oculta en ella”[3].
En el ambiente de la llamada “Revolución del 68” se enderezó otro tipo de crítica que tocaba el tema del cuerpo directo de las cosas materiales o su contraparte indirecta de la psicología, conciencia o necesidades. Es decir, al confrontarse con la cáscara material de las mercancías y de las mentes necesitadas esos otros teóricos descreyeron de “las relaciones diáfanamente racionales, entre ellos (los seres humanos) y la naturaleza”[4] que surgirían al caerse el velo de las relaciones capitalistas enajenadas. El problema mayúsculo era que la URSS y China reclamaban ser la encarnación viva de las ideas de Marx, y esa encarnación no resultaba ni diáfana ni racional, al contrario, eran sociedades opacas y poco racionales dominadas por el Estado y con una ideología de “doble cara” con discursos a favor del proletariado y beneficios para la nomenclatura.   
Variedad de marxismos
Por un lado, enfrontarse contra el socialismo real resultó indispensable para el renacimiento de la izquierda en ese periodo, pues la dependencia a los clisés estalinistas había sido un fracaso[5]. Una nueva generación buscó su propio camino y se  pregonó regresar a las fuentes, volver a Marx contra el Partido Comunista como el protestantismo exigió leer en directo la Biblia. Surgió una nueva generación de exégesis de Marx, donde Althusser gozó de glorias efímeras[6] y se diversificó el análisis crítico. Al mismo tiempo, surgió una nueva ortodoxia fuera del marxismo-leninismo-estalinismo-maoísmo que no estaba interesada en los destinos del Estado supuestamente socialista, sino en las corrientes de pensamiento. Surgieron las influencias del regreso a Hegel o Kant, las fusiones con el existencialismo y el psicoanálisis.
En ese territorio más complejo se inició una crítica directa a la cosa material, que se interrogó por el “valor de uso” y la “necesidad” que estaba bajo esa cáscara material. Aunque en Marx existen atisbos y anotaciones contra algunas necesidades “imaginarias” o “caprichosas”, esos temas no resultan relevantes, bajo la suposición de que el sistema social es el productor de las necesidades, así que una alteración de tal sistema de necesidades (consumo) siempre es una variable dependiente del sistema de producción, la cual define el perfil de las necesidades sociales que se imponen a cada individuo de una sociedad determinada[7]. Sin embargo, si se presenta una ruptura en el enfoque de método ya aparece un nuevo perfil teórico que sale del “continente” descubierto por Marx. Conforme algunas visiones se interesaron por un enfoque fuera de las coordenadas del materialismo histórico y dialéctico vino un cuestionamiento sobre los supuestos del mencionado “valor de uso”.

El lado psicológico de la necesidad
Es posible que el cuestionamiento primero sobre el “valor de uso” proviniese desde el costado de la psicología. La psicología creció mediante el descubrimiento del “continente del inconsciente”. Si Marx estudió un “continente historia” desde el punto de vista radicalmente materialista” enfocándose primero en la producción material, y así descifrar el conjunto, con Freud se estudió el enorme territorio de la mente, enfocándose en las contradicciones entre la vida psíquica consciente y la inconsciente. El punto de apoyo es diametralmente opuesto y lo resultados también. Para la izquierda el psicoanálisis era sospechoso de una desviación pequeñoburguesa, en otras palabras, una ideología de distracción. Aun así, personajes de la izquierda simpatizaron pronto con la obra psicoanalítica y se integró una obra de freudo-marxismo mientras el estalinismo se consolidaba y el fascismo arreciaba. La manera en que las masas proletarias de Alemania se sometían a los líderes fascistas orilló a Reich y a Fromm a intentar nuevas interpretaciones, donde la necesidad económica parecía quedar en un segundo plano. Para Fromm los proletarios estaban “escapando de la libertad” y se sometían a líderes autoritarios por impulsos inconscientes, que no estaban limitados a una obligación económica. En El miedo a la libertad Fromm realiza una pormenorizada interpretación del sometimiento voluntario del individuo medio a condiciones de explotación, de tal modo que la “necesidad” resulta un tema opaco y complejo, que no se conecta en directo con la cosa material producida. En ese enfoque, no es la cosa misma un “valor de uso” inocente, sino que la modalidad de consumo pervertida ya está anclada en la psique y se debe liberar, para alcanzar un patrón de consumo no enajenado, en ese sentido, la necesidad empírica está cuestionada[8].
Por su parte Reich también se esforzó para descubrir una explicación para el sometimiento en La psicología de masas del fascismo. De cualquier modo, la parte subjetiva de la necesidad quedaría cuestionada radicalmente y no sería posible asumir una “neutralidad” de la contraparte material. En diferentes tonos, Reich observaba esa contradicción entre el discurso marxista y sus tesis de psicología. En cierto sentido, Reich como teórico del orgasmo descubre la necesidad suprema en el sentido de intensidad: el placer al máximo[9]. Con esa revisión desde la psicología se podía revolucionar el paradigma de un “valor de uso” natural. El conflicto potencial entre Reich y la izquierda política tradicional era enorme, por lo que terminó siendo fuertemente atacado por la izquierda contemporánea, aunque reivindicado a posteriori en otros ámbitos.

El rediseño de objetos
Desde antes de la guerra surgió una tendencia de reforma del “espacio material” que estuvo inspirada desde la izquierda. La escuela del diseño del Bauhaus expresó una gran inquietud por cambiar directamente el valor de uso, motivada por tendencias contestatarias e ideólogos socialistas. Una parte de la arquitectura modernista también expresó un anhelo de cambiar el entorno material para la satisfacción de la gente con sentido contestatario. La escuela surrealista pretendió una liberación trayendo el mundo onírico a la realidad. Y sería largo enumerar las vanguardias prácticas que afectaron diversos aspectos del “valor de uso” de modo deliberados para cambiar su mundo. Para una visión marxista esto fácilmente se desecharía como un intento de reforma y no un revolución, a la manera de un nuevo “socialismo utópico” plantando semillas de futuro en la tierra caduca de la sociedad capitalista. Como sea, mientras el análisis de Marx casi no toca la crítica del valor de uso, esas corrientes marcaron un largo cronograma de “críticas puntuales” sobre el cuerpo del valor de uso.
Recordando de nuevo a Marx, en algún pasaje de burla de los economistas apologéticos que aceptaban investigar un modo de abatir el costo del consumo obrero, para alcanzar el mínimo. Los prácticos del diseño o la arquitectura se interesaron por darle al consumidor (cualquiera, en particular el simple obrero) una porción mayor y mejor de existencia, es decir, procuraron darle un mejor valor de uso, cuestionando lo que antes les daba el sistema capitalista de manera automática. Esto implicó la presencia de una fuerte corriente de rediseño de las cosas, una renovación en el terreno del valor de uso, lo cual significaba una “crítica práctica” al “valor de uso”. Un ejemplo, curioso puede ser la teoría ergonómica de Le Corbusier en su Modulor que rescata la “proporción áurea” clásica con aplicación a la arquitectura.

La desaparición del hombre
Una oleada de estructuralistas, posestructuralistas y semióticos, según Anderson terminó ganándole la partida al marxismo en el ámbito académico. Conste que Anderson es marxista y no lo dice en el sentido de contenido, sino como preponderancia intelectual[10]. El ámbito intelectual universitario termina diciendo que la sociedad debe interpretarse desde un paradigma diferente, que no se delimita en el espacio del materialismo histórico y dialéctico, el cual quedó confinado a algunas especialidades, como materias especializadas de economía, historia, sociología o ciencia política. El paradigma predominante de las ciencias sociales en las universidades se mantuvo en otro nivel, quizá más empírico y tradicional, no en el marxismo. Lo importante es también notar donde quedó la aparente vanguardia del pensamiento. Desde los sesentas en los estructuralistas-posestructuralistas, luego al finalizar el siglo se presentaron los modelos de los posmodernos y se anunciaron los sistemas complejos.
El posestructuralismo presenta una apuesta intelectual interesante que en un punto llamativo plantea la desaparición del “hombre” para cederle su sitio central a los “sistemas” parciales que lo explican. Esa es una nueva “Revolución Copernicana”, curiosa y llamativa. Una de las apuestas notorias en este campo la planteó Foucault, quien señaló sin ambigüedades ese final del concepto de hombre[11], aunque sin definir con qué sería sustituido.  Para Foucault la conexión del valor de uso con el valor trabajo, y éste con un concepto de Hombre (con mayúsculas de síntesis suprema) es una expresión clara de la episteme del siglo XIX, un enfoque victoriano para ordenar las cosas con las palabras de una historia[12]. Para él la transparencia del valor de uso ligada a claras necesidades del sujeto consumidor es una construcción de un sistema de pensamiento que ha terminado sus días y en la reflexión posterior de Foucault termina siendo una derivación del Poder, que atrapa en sus redes al consumidor[13].
Esta forma radical de interpretación de desagregación en sistemas ha tenido sus frutos, pero no ha resultado con ese corolario radical, seguimos pensando en términos de ser humano.
Para lo que nos interesa, esta desintegración de la interpretación del hombre ha tenido su correlación en el “cuerpo” del “valor del uso”. Cada vez se cree menos en el cuerpo de la mercancía, aunque se domina mejor su manufactura. En lugar de esa convicción en el cuerpo de la mercancía, cada vez se cree más en la mercadotecnia, la cual ha crecido como una densa red de economía y sociabilidad. Hacia la crítica de esa densa red es que se centró Baudrillard con sus interpretaciones de la sociedad de consumo[14]. Aunque no exista un consenso sobre lo que significa, casi cualquier autor acepta que estamos en las redes de una nueva sociedad planetaria de consumo. Cualquier crítica que se pretenda relevante (por no decir radical) debe partir de esa proliferación y densidad del sistema de consumo, aunque considere que una teconoestructura es la dínamo rectora[15].

Drogas y ecocidio: el valor de uso maligno
Los temas del siglo XXI están marcados por dos modalidades de mercancías o “efectos” del valor de uso que no son indiferentes. El gran revuelo de las adicciones y el tema del narcotráfico están implicando una hipótesis sobre un tipo de mercancía especial, que trastoca al individuo y el entorno social. Las drogas son ancestrales, pero hasta este capitalismo tardío es que han presentado una problemática tan compleja y de tantas repercusiones.
La destrucción ecológica y su relación con los productos mismos, como los motores a combustión, es otro tema enorme. La lucha por contener y revertir el daño ecológico parece imposible de sacar de la agenda e ignorar al “valor de uso” en su cuerpo material si está provocando tan graves daños.
Ante la gravedad de estos dos temas resulta temerario esperarse al advenimiento final de una revolución final salvadora, como nos recomienda un Wallerstein, esperanzado en una catástrofe sistémica para el 2050[16]. El mínimo instinto de sobrevivencia nos obliga a voltear hacia modificaciones en la oferta de valores de uso para escapar de ese doble desfiladero. Recuperar el cuerpo y una psicología básica en un ambiente ecológicamente sano son puntos elementales para la sobrevivencia de la crítica y un posible rediseño del valor de uso futuro. Si desde el proceso de producción-consumo se sigue devastando a la naturaleza el camino del futuro será un calvario; entonces se requiere un rediseño desde el valor de uso mismo, por tanto sí importa su “cuerpo material” al estudiar nuestra economía y civilización. Algunos productos de diseño nocivo debe restringirse y el tema parece evidente pero es complejo. ¿Cuál es el límite del diseño de químicos nocivos? No lo sabemos. La búsqueda específica de las empresas del ramo químico-farmacéutico, persiguiendo el sueño de panaceas médicas parece una obsesión socialmente aceptable. ¿Esa tendencia también tiene su límite lógico? En principio sí, pero esa clase de límites escapa de una discusión para nuestro presente. De cualquier manera, el tema del valor de uso debe liberar la imaginación sobre lo que podemos producir, aún bajo un sistema global tan contradictorio como el capitalismo.

Conclusión
Todo esto habrá servido para indicar que la “cosa misma” que encontramos como una mercancía cualquiera (o también en un bien no mercantil) es un “valor de uso”, pero ese viejo término de la economía política lo debemos tomar con cuidado. No podemos ser ingenuos, debemos actuar como ese lejano personaje holandés que retrató Vermeer en el distante año de 1669. El maestro pintor retrató a un geógrafo del cual reprodujimos en el gesto de las manos diestras y delicadas. En una mano está un compás y en la otra un libro, en medio se despliega un mapa en elaboración. El objeto-mapa está ahí —el mapa antiguo y arriba de la escena un globo terráqueo en miniatura— mostrando su utilidad, la cual no es pura evidencia. El ser humano adquiere una relación singular, los objetos lo conforman y confirman; aunque según encontramos y reconfiguremos a los “valores de uso” nos colocaremos en nuestro mundo, con la gracia y tranquilidad del geógrafo. También habrá quien quede colocado en posiciones menos gratas, atrapado por otra clase de “valores de uso” menos útiles y significativos.


NOTAS:


[1] El capital, Cap. I, p. 43. Ed. Siglo XXI.
[2] RICARDO, David, Principios de economía política y tributación.
[3] El capital, p. 87.
[4] El capital, p. 97.
[5] El estalinismo logró acaparar al movimiento comunista exterior y obligarle a rendir culto al líder soviético recurriendo a toda clase de recursos, incluida la más burda persecución de sus opositores o disidentes de izquierda, sin dudar en cometer las más burdas y crueles acciones con tal de concentrar el poder en un mando único. Cf. TROTSKY, León, La internacional comunista después de Lenin.
[6] ALTHUSSER, Louis, Para leer El capital.
[7] HELLER, Agnes, Teoría de las necesidades en Marx, p. 56. Ediciones península.
[8] FROMM, Erich, El miedo a la libertad, Marx y su concepto del hombre, etc.
[9] REICH, Wilhelm, La función del orgasmo.
[10] ANDERSON, Perry, Tras las huellas del materialismo histórico.
[11] FOUCAULT, Michel, Las palabras y las cosas.
[12] FOUCAULT, Michel, Las palabras y las cosas.
[13] FOUCAULT, Michel, Microfisica del poder.
[14] BAUDRILLARD, Jean, El espejo de la producción.
[15] TOFFLER, Alvin, La tercera ola.
[16] WALLERSTEIN, Immanuel, Después del liberalismo, Ed. Siglo XXI.