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martes, 24 de junio de 2014

ALTERNATIVA AL HOY NO CIRCULA: ECOLOGÍA Y SOLUCIÓN




Por Carlos Valdés Martín


Esta es la parte final (la 14a.) de la serie sobre el riesgo de extinción de los automovilistas, donde se plantea la única salida imaginable en el cambio tecnológico hacia vehículos amigables con el medio ambiente. Mientras los gobiernos sueltan más "parches" para el problema y dejan de lado la solución de fondo. 

Ecología y la solución de fondo. Dicen los especialista que el efecto de contaminación por automotores no se detendrá lo suficiente mientras no se renueve y cambie la tecnología disponible al consumidor directo. Por un lado, está documentado que la industria automotriz fue privilegiada por los gobiernos y resultó eje del crecimiento de las grandes potencias. Conforme esa gran industria automotriz resultó exitosa, el efecto contaminante causó alarma. Una vez establecido el objetivo (ecológico que todos compartimos) para rescatar el aire puro y usar menos materiales no renovables, la política de gobierno no procedió desde el origen y no atacó la causa. El origen de los productos es la producción, empero resultaría absurdo solicitar a los automovilistas que ellos inventaran sus vehículos no contaminantes. Los nuevos automóviles bajos en contaminantes, movidos mediante energía eléctrica limpia o solar, no son ofrecidos en el mercado a un precio accesible, de tal modo que sustituyan a las unidades existentes. Los ecologistas se quejan, con sobrada razón, de la lentitud en el cambio hacia el vehículo eléctrico (o de otra tecnología limpia) y sospechan que los intereses petroleros y la inercia de la misma industria automotriz conspiran para retardar un cambio inevitable. Porque de que vendrá el cambio de tecnología, claro que llegará.
¿De quién es la culpa en esa tardanza? No es de los propietarios de vehículos, sino del costo inaccesible del vehículo alternativo. En lugar de una solución de fondo, que consiste en migrar de modo forzoso hacia una nueva tecnología, se hostiga de mil formas a los automovilistas. De manera subrepticia, los Estados y las empresas monopólicas dejan el tema sin solución y lo deslizan hacia el “rival más débil”. El costo moral y económico del desastre ecológico causado por la oferta de la industria automotriz se descarga en los automovilistas. ¿Los gobernantes que favorecieron la implantación masiva de la industria automotriz? No son tocados. ¿Los dueños de la industria automotriz? No son molestados. Además, la élite de la pirámide política y económica ignora la mayoría de estos problemas del simple automovilista, porque ellos tienen choferes que los movilizan en camionetas blindadas, con guardaespaldas y servibar, y, además, utilizan aviones y helicópteros como alternativa.
Si los gobernantes y dueños de la industria sufrieran a diario un cúmulo de molestias y hostigamientos, como los descritos sobre los automovilistas, estoy convencido que ya hubieran puesto manos a la obra para cambiar de modo radical la situación.
Mientras la solución de fondo espera, la situación del automovilista en cada megalópolis sigue siendo patética y casi desesperada. Maltratado de una y mil formas el conductor y propietario de su carrito, está en condición de “especie en peligro de extinción”, sometido a percances artificiales, producto del pésimo diseño urbano y políticas urbanísticas discriminatorias. Si la asociación “del rifle” norteamericana resulta tan fuerte para cabildear un interés tan cuestionable, ¿son tan débiles los automovilistas o ciegos para mostrar sus intereses? La pregunta queda al viento ¿algún héroe salvará al automovilista del hostigamiento y presionará lo suficiente a la élite privilegiada de políticos y grandes dueños para apresurar el cambio necesario?  Se vale soñar.