Música


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lunes, 26 de octubre de 2015

BICICLETAS CON TREMENDA TERNURA








Por Carlos Valdés Martín


Casi siempre los ciclistas somos buenas personas —o si se prefiere tomar distancia, son—, tan decentes y bienintencionadas que evitamos presumir tal bondad para no acusarnos de engreimiento. Tomando más perspectiva, el ciclista no pedalea por penuria ni por ventaja financiera, sino por una especie de apostolado momentáneo. Por esta afirmación no supongamos que falta placer al moverse impulsado por las piernas, sino que predomina el aspecto heroico sobre el gozoso: tenaces para soportar la lluvia repentina, estoicos ante el cerrón del camionero barbárico o la molestia del perro callejero despistado. ¡Ah, esos canes que confunden al dúo humano-mecánico con algún alce vagabundo, al cual cazaba su ancestro el lobo!
Montados en frágiles ruedas, los apóstoles ciclistas viajan a un tris de convertirse en mártires, lo cual elogiamos según la antigua usanza; sí, alabanza al estilo de curas pueblerinos, que nos soplaban todos los santos en la preparación de la Confirmación y leían pasajes bíblicos en un latín a veces mal pronunciado, pero no escribimos aquí para criticar.
De alguna manera sí, los ciclistas lo hacen porque buscan beneficiar al ecosistema, a su salud, al futuro sustentable… en pocas palabras quisieran salvarnos y detener la apocalipsis con la tracción muscular.  
Siendo tan beatíficos, los ciclistas merecen elogios con ambrosía en el regazo celestial; los fines de semana para reconfortar la autoridad urbana acordona grandes avenidas y, entonces sí, sucede una especie de milagro citadino. Durante las jornadas laborales la Gran Urbe se colma de automotores y hasta de paquidérmicos camiones, que con sus estampidas y moles disuaden el desplazamiento ciclista, en cambio en los días feriados una multitud enorme de ciclistas acude a usar las avenidas. En los días de trabajo los pedalistas son escasos cual golondrinas sin verano; contrastan los fines de semana cuando disfrutamos de un populoso paseo familiar: ni la multiplicación de los panes la imaginamos tan generosa. De pronto son miles que se esfuerzan por no contaminar y brindarse salud a fuerza de pedaleo.  
Da gusto pasear durante el llamado ciclotón y me incluyo entre los ocasionales que se dan una grata vuelta, cuando disfrutamos un baño de cordialidad vecinal. Da gusto mirar la variedad de extrañas bicicletas que abarrotan tales eventos: con ruedas diminutas o gigantes; los infantiles triciclos surgen de los colores más variados, con los adornos más extraños, acompañados por mascotas; deportistas con ropa como de viaje espacial, o también reuniendo familias y amistades. Es una delicia esa reunión masiva de ciclistas bien dispuestos a lo lúdico, cuando las calles se ajustan a nuestros angostos presupuesto y perímetro de habilidades.
Por eso debemos elogiarlos —sin prisa y con pausa— hasta que se convenzan y acepten que sus intenciones son angelicales. Recordamos que a las “intenciones” se les adhiere el dicho sobre el empedrar el camino del Infierno, aunque con dulzura fantaseamos que ese infernal camino adoptará una ciclovía angosta en su diseño. En estos días de mixturas y sorpresas, suponemos que un Averno con acceso para ciclistas no habría de ser tan malo.
Las ciclovías entretejidas con los caóticos senderos de las megalópolis no compensan las injusticias, pues cuando recorro las ciudades del planeta (claro, lo hago por Internet) para admirar las antiguas estatuas de bronce encuentro civiles y militares a pie o sobre caballos[1]. Tremenda revelación: abundan estatuas con los ademanes teatrales sobre los pedestales públicos, aunque ya sabemos cuál es el vehículo ausente. He buscado por plazas y bulevares, pero todavía no descubro adalides acompañados por gentiles bicicletas. Que los caballos monopolicen el sitio privilegiado junto a los padres de la patria, sigue desconcertando a mi ánimo proclive hacia los vehículos de ruedas que no contaminan.


[1] Las excepciones son irrelevantes, alguna figura anónima o multitudes mirando al prócer; pero el sitio de compañía pertenece al caballo, sin competencia alguna.

jueves, 15 de octubre de 2015

ORFEO Y EURÍDICE TRASPASANDO LA MUERTE Y EL DELIRIO

 



 


 

Por Carlos Valdés Martín

 

Los semidioses grecolatinos sufrían y morían semejantes a los mortales, quedándoles reservada alguna redención o metamorfosis acorde a su destino. De Orfeo cabría suponer que fue un simple mortal, por más que las leyendas afirmen que nació hijo de Apolo y una de las musas, Calíope.  

Otro aspecto interesante, es que Orfeo no surgió dentro de los primeros relatos griegos, por lo que se afirma proviene de la región Tracia, al norte del territorio helénico. Esto nos muestra que los pueblos fueron enriqueciendo sus relatos y sus dioses con influencias exteriores, mediante la importación de narraciones sucesivas.

 

La clave de música y poesía

El arte es uno de los recursos más importantes que poseemos para asimilar y comprender el mundo, pues además de disfrutar o sufrir de manera artificial, el arte nos despierta a nuevas sensibilidades y a otras realidades. Anotemos que “las Musas” no se limitan a inspirar el arte (estético) sino que incluyen actividades intelectuales como la historia (el relato objetivo)[1] y la astronomía (descifrar la naturaleza de los astros).

El mito de Orfeo nos dice que el músico-poeta calmaba a las fieras salvajes, abría las puertas del Inframundo, recibía la admiración y el agasajo… En esa posición de artista ofrecía ese aspecto que se repite en nuestra sociedad: los artistas de éxito son una especie de aristocracia del talento. En este relato, además actúa con inventiva y su talento se plasma en instrumentos, pues inventa la cítara y le agrega dos cuerdas más a la lira tradicional, para totalizar nueve cuerdas (en consonancia con las 9 Musas). De hecho, la lira es su símbolo.

¿Importa tanto el arte para elevarse hasta tocar la divinidad con sus sentidos? Eso sucedió y seguirá aconteciendo: el arte es arrebato sublime que descubre lo divino bajo la costra de la materia. El arte es la alquimia que convierte en plomo sensorial en oro para el alma.

 

El descubrimiento pitagórico para amansar

Pitágoras descubrió una relación entre las matemáticas y los sonidos, de tal manera que se definieron con claridad las notas musicales. Los instrumentos de cuerdas griegos se mejoraron con ese descubrimiento que vincula entre el sonido y el tamaño de las cuerdas en una escala, de tal modo que la leyenda de Orfeo conmemoró esa unión entre ciencia y arte.

A partir de la lira órfica su música adquiere una cualidad que colinda con el milagro, al amansar a las fieras. Ese “amansar” no es una domesticación ni un acto natural, sino un súbito efecto de sedación. ¿La leyenda se refiere a las fieras externas o al animal interior del ser humano? En la interpretación se refiere a los dos, cuando dice que la fiera se sosegó, el efecto se dirige hacia las personas. El filósofo Platón señaló que el humano posee una doble naturaleza, una de las cuales es puramente animal en el mal sentido, la cual debe aprenderse a controlar. La lira órfica es una llave para sosegar a esa fiera interior.

 

Herramientas perfectas: el arco y la lira

La evolución de los pueblos requirió de herramientas, la cuales incluso son la marca de su avance. La combinación de una cuerda con un tensor abre dos vía: el arco y la lira. El arco permitió la cacería y la guerra a distancia, una superioridad de las tribus sobre su medioambiente. Y la relevancia del arco se desdibujó con el progreso de la pólvora y la balística, siendo sustituido por las armas de fuego.

Al personaje se le atribuye el otro uso posible del mismo principio de tensión de las cuerdas, que cristalizó en la cítara y en la lira. Mientras el arco de cacería perdió su utilidad los instrumentos de cuerdas siguieron aportando sus encantos musicales. La cítara y la lira evolucionaron hacia arpas, violines, guitarras y pianos.

Entonces Orfeo como símbolo vocacional implica que se rebasa ese aspecto violento para acrecentar su impulso estético y pasional. Y el mismo entusiasmo del poeta alcanza un nivel de peligrosidad; los grandes artistas se dejan matar por las bacantes en un sentido figurado. La narración del artista que cae destrozado por (o entre) sus pasiones y excesos se repite —Van Gogh o Jim Morrison—, el modelo no significa que todo artista auténtico sea tocado por la desgracia, pero sí sucede con frecuencia.

 

Dos arquetipos en Orfeo: poeta y héroe trágicos

Este personaje, en algunas interpretaciones clásicas, no solamente inventa prodigios musicales, sino que también pronuncia la poesía más conmovedora, siendo un artista integral. Aquí, conviene señalar la especial contundencia que se atribuye a la poesía como un lenguaje que directamente conmueve a la vida y al cosmos; lo que hace con sonidos la música sublime, lo logran las palabras poéticas, que nos muestran el mundo tal cual es o tal cual fue en el primer instante.[2]

Por una parte, Orfeo es un héroe valiente que enfrenta fieras y acompaña a los argonautas en sus peligrosas aventuras, pero su arma no es filosa sino apaciguadora, su espada es la lira y sus balas son los poemas, por eso es compañía de aventuras más que protagonista.

Semejante a otros héroes trágicos, Orfeo posee su debilidad en el amor devoto. Su esposa Eurídice muerte y el dolor de su pérdida lo obliga a intentar la más extrema proeza. No es el único héroe griego que atraviesa las puertas del Hades intentando un rescate. En este caso, la muerte de su amada Eurídice —en la flor de juventud y recién casada— motiva con su intento. En el relato Orfeo está a un paso de lograr su cometido, el fracaso de una hazaña casi realizada lo convierte en más dramático y doloroso.

Su regreso del Hades, implica un doble fracaso y un desenlace que implica una pena tan honda, por la doble muerte de su amada Eurídice, que lo abruma. La pena coloca al personaje en una ruta de tragedia. Si fue el despecho de las bacantes o un problema más complicado de disputa entre la principios de Baco o puestos a Apolo, no resulta fácil determinarlos.

 

Un tercer arquetipo: el sacerdote

El elegante relato de Shuré, coloca a Orfeo como un sacerdote profético, protagonista de una regeneración de ritos que desplaza las salvajadas de Baco, para vincularse con una religión más pacífica, encabezada por Apolo y, misteriosamente, sostenida por Hermes. Resulta imposible debatir contra el hermoso relato de Los grandes iniciados, cuando se afirma una reforma religiosa cumplida entre los cultos griegos. De alguna manera se conservaron huellas de unos “misterios órficos”, siglos después del origen de las leyendas, pero el tiempo tampoco nos ha dejado información fidedigna de sus alcances.

Si asumimos que Orfeo fue un individuo histórico que reformó los cultos sangrientos de las bacantes, eclipsando la adoración a Baco (la divinidad de los instintos) para sustituirla con la de Apolo, el patrono de los saberes y las artes, promovidas por las nueve musas, entonces surge otro paralelismo. Aparece un notable paralelismo entre Orfeo y Jesucristo, convirtiéndose al primero en un redentor para los griegos, que invocó el culto del amor y propagó la unión helenística mediante su poesía musical.[3]

 

Baco y el delirio

Entre los griegos resultaba bastante claro que la utilización de los estimulantes dentro de su sociedad, incluso en los rituales religiosos resultaba bastante riesgoso. Si bien Dionisos o Baco estuvo integrado en la religión oficial, también resulta verificable que sus fiestas, las “bacanales”, terminaron siendo prohibidas por los desmanes que provocaban. Varios relatos griegos recuerdan que el culto a este dios no se tomaba a broma y que contradecir a sus sacerdotisas, las llamadas bacantes, no resultaba recomendable. En una de las versiones más populares de la muerte de Orfeo son las sacerdotisas bacantes del dios Dionisos quienes lo matan, pues él las estaba despreciando e ignorando, herido en sus sentimientos por la doble pérdida de Eurídice.

Si bien, resulta “políticamente incorrecto” señalar que la figura femenina también posee un potencial de violencia, para este relato resultaba importante. Cuando las leyendas antiguas nos explican que el dios de vino provoca excesos, esto no se limitaba al género masculino. Y resulta muy significativo, que el armonioso Orfeo fracase en la conciliación final entre los sexos: pierde a su amada, es muerto por las sacerdotisas enfurecidas.

 

La doble faz del canto se contrapone en Orfeo vs las Sirenas

Las Sirenas representan al canto destructivo, una potencia engañosa y decadente que empuja hacia la desgracia de los marineros. El personaje mítico de las “Sirenas” posee dos modalidades, una de entidades aéreas agresivas por sí mismas (identificadas también como las Erinas) que castigan por sí mismas, y en su versión más popular son entidades marítimas engañosas, donde la agresión parece involuntaria, causada por la tracción hacia el peligro de los farallones o arrecifes de las costas. La más popular es esta versión de la Sirena que no busca el mal o la venganza por sí sino como una consecuencia de su atracción. En una de las leyendas Orfeo logra salvar a los marineros Argonautas del peligro de las Sirenas, porque su canto contrarresta al de ellas. Este atributo de una música benéfica contrapuesta a una maléfica resulta muy interesante como lección de astucia o concepto pre-medicinal. La música que salva es el antecedente de la música como actividad educativa y hasta de la musicoterapia, cuando se convierte en un remedio por sí misma.

 

Hermes protagonista secreto

El dios Hermes (Mercurio) recibe muchos atributos, entre los cuales destaca poseedor de conocimientos, que escapan de lo ordinario; tales conocimientos reciben una categoría aparte como herméticos, un término derivado de su nombre.[4] Mientras Apolo es el guardián de los conocimientos “solares” y protector de las “musas”, a Hermes se le confiere saberes que están en el extremo de la sociedad: lo hermético, la hechicería, el comercio (en ese periodo aún se miraba con extrañeza), la comunicación misma, etc. En los relatos Hermes participa en la creación de los instrumentos musicales de Orfeo, lo cual implica que el arte mismo posee magia oculta, un efluvio más allá de lo evidente.

La filosofía ha notado una clara oposición entre Dionisos y Apolo, cuando se contrapone la pasión del cuerpo y la ebullición de los sentidos frente a la razón que entiende y genera frutos estéticos. En términos modernos Dionisos es el rock metalero y Apolo es el concierto clásico.

En otro relato, Hermes es el encargado de regresar a Sísifo quien escapó del Hades mediante un ardid. Para Orfeo, su viaje al Hades está visado con su habilidad musical y poética, donde algo tuvo que ver el Mensajero, digamos que funciona como una sombra. El fracaso de Orfeo pareciera indicar que actuó en solitario y careció de patrocinador, llevado por su arrebato individual.

 

El regreso fracasado y el doble delirio: el caído y las bacantes

El héroe con sus facultades y elocuencia extraordinarias logra convencer a los reyes del Hades para que le devuelvan a su amada. En sentido textual, sí los persuade pero ellos le dejan una condición de no volver atrás ni mirar a su amada, con lo cual el relato desemboca en el fracaso. El peligro infinito de “mirar atrás”, se repite en una leyenda la Biblia, con la leyenda de Lot, cuando su mujer mira la destrucción de Sodoma y se convierte en “estatua de sal”. En este caso, Eurídice no regresa a la vida por culpa directa del amado que falla en la única condición. ¿Recuerdan una única condición como la de Adán? Como sea, la falla también era de esperarse, pues el resucitar queda como algo extraordinario. Esa falla, además del doble dolor por la pérdida, también se colige como una culpa extrema: la muerte primera fue un accidente, la segunda ya es una culpa. Y el regreso de Orfeo es bajo un supuesto delirante, pues su mente queda incapacitada para volver al mundo de los vivos. Queda preso en lo que ahora denominamos depresión profunda. Este delirio del protagonista, se complementa con un delirio colectivo de las sacerdotisas de Dionisos quienes lo atacan y hasta destrozan. Aunque este segundo delirio está dentro de la euforia agresiva, como una ley de vitalidad desenfrenada, mientras Orfeo quedaba incapacitado para regresar a la plena vida. 

 

La condición única (o quizá la inicial)

Para sacar a Eurídice su regreso quedó condicionado a una realización difícil, pues sin barrera que saltar no existe un héroe portentoso. Si para permanecer en el Edén la prueba de la obediencia era evitar un único fruto prohibido, para esta leyenda, el requisito es: no voltear atrás para nada; no voltear atrás y ver a su esposa; mantenerse en silencio. La mirada hacia atrás posee un sentido filosófico interesante, por el descontrol de la realidad misma, y la fantasía de control del individuo.

De esa triple condición cabría sintetizarla en una única obediencia, en sintético gesto de cumplimiento. Entonces esto implica un gesto primero: Hades y su esposa causan la herida, sin embargo, no ostentan con su triunfo, con una interpretación muy afín a Bataille, como si una prohibición fuese el comienzo de la vida recta (y amorosa).[5]

Ahora bien, una famosa recreación de Cocteau se imagina qué sucedería se la prohibición abarcara la mirada completa sobre la mujer. En la política, esto mata al amor, pues él ya no se atreve a mirarla nunca.

 

No eres tú por causa de la belleza: el secreto de Eurídice

Algunos relatos comentan que la belleza de la esposa no fue extraordinaria, por lo que el enamoramiento de Orfeo llama a curiosidad. Diría un clásico que un amor tan extraordinario no implica resortes externos como la belleza, sino que involucra un arrastre y predestinación de tal hondura, que los obstáculos se derrumban y los velos se desgarran.[6] Y en el discurso de la pasión, todo lo que sean obstáculos implican un acicate, pues el sentimiento auténtico nos e apaga con la distancia ni con el viento, al contrario se agiganta como el gran incendio. Entonces, cabría asumir que la distancia y la imposibilidad de Eurídice integran su atractivo, así, no es por sus ojos fascinantes sino porque no están más los ojos.

 

Ahora bien, la singularidad única de la belleza de una persona no tiene porqué deslumbrar a los ojos ajenos. El arrobamiento entre los amantes que se miran incansablemente a los ojos, a veces, resulta indiferentes ante los extraños. La perfección de la amada no exige que los observadores ajenos se deslumbren de la misma manera que el amante. En este caso, Orfeo encarna al amante flechado que no vive sin su amada, por más que no muera de inmediato, según le reclama un argumento de El Banquete.[7]  

 

El amor único y el universal

La leyenda de Orfeo está marcada por el tránsito desde un amor genérico y expansivo, que se dirige hacia un público o audiencia, que describe la actividad del poeta o el avatar, para enfocarse hacia la pasión individual. Este relato nos señala el tránsito del amor universal (como benefactor general, como sacerdote del arte) a la pasión individual y particular, imposible de renunciar.  

Rougemont señaló que los antiguos consideraron al amor individual más como una excepción que como la regla de las aspiraciones humanas.[8] Una de las notables excepciones se representa en la pasión entre los esposos Orfeo y Eurídice, por tanto debe considerarse como un relato precursor de las épocas siguientes y una inspiración a través de los siglos.

 

Una muerte transitoria en el amor sexual

Ahora bien, el “amor estricto” se diferencia mucho del placer y el apetito sexual, en este relato representado como un traspaso hasta lo imposible. Esto coincide con algunas interpretaciones de la psicología profunda que miran en el amor una disolución del Yo (el Ego) por tanto un chispazo donde se fusionan la pasión de vida y de muerte. La disolución del Yo en un punto orgásmico, implica una representación del antagónico, considerándose como una experiencia de “muerte chiquita” (petit mort). Siendo ese momento que disuelve el Ego en plenitud, entonces resulta fácil descubrir la nostalgia de quien lo ha extraviado, como una barrera infranqueable y la distancia de un alter-mundo, aunque nuestra representación preferente sea acceder a un cielo y no al inframundo, siendo ambas formas válidas de representarlo.   

 

El traspaso ¿imposible o hay un modo?

Para los humanos el rebasar el confín de la muerte se asume imposible, pero los relatos míticos ofrecen prodigios que logran ir más allá. La frontera de lo divino mismo permite imaginar la vida eterna y así desafiar la ley de la muerte, sin embargo, hay casos fronterizos. Orfeo se queda a medio camino, por eso resulta tan trágico. Él mismo sí es capaz de descender y regresar a la vida, sin embargo, su único anhelo es regresar a su amada, lo cual fracasa. En lugar de que celebremos la alegría del resucitado, con esta leyenda lamentamos la doble muerte, de quien no rescata a Eurídice y de quien habiendo salido deja su corazón en las tinieblas.

Aunque el desenlace de esta leyenda es pesimista, la facultad clave de Orfeo para crear arte señala que hay una especie de traspaso vicario o sustituto del reino de los muertos: su música y poesía convence a los reyes del inframundo, ese don artístico concede un salvoconducto a la eternidad. Asimismo, esta es una historia de amor (de los pocos casos extremos en la Antigüedad clásica) donde ninguna satisfacción vale para consuelo ante la pérdida del ser adorado.

 

Un poder irresistible: la pasión, la fatalidad y el mito

El tema recurrente de esta leyenda son las fuerzas que rebasan nuestro control y las que sí lo permiten. La fuerza positiva está en la música, esa maravilla recién descubierta por los pueblos, la cual sosiega a las fieras, signo de una armonía que controla los ánimos. Sin embargo, esas potencias del arte en poesía y música hay que atraparlas, pues se escapan. Entre las tensiones del relato surgen las dos fuerzas: amor y muerte. ¿Cuál vencerá? La muerte parece sobrevenir de manera absurda, por una mordedura de serpiente, que muestra la fragilidad de Eurídice; una desgracia que vuelve igual de frágil a intrépido Orfeo. El aspecto objetivista del relato señala que la muerte misma es imbatible, por eso quien visita el Hades ahí se queda o su alma ahí permanece, por eso Orfeo regresa abatido y sin deseos de vivir. Irónicamente, el relato mismo sobrevive, incluso un clásico sobre los mitos del amor anota: “Pero el carácter más profundo del mito es el poder que sobre nosotros tiene, generalmente sin que nosotros lo sepamos.”[9]

 

El regreso silencioso de Orfeo y después de ello

Según la leyenda el paladín de la música y la elocuencia poética regresó a la tierra enmudecido por la tristeza. Al parecer, su amada también guardó silencio en el más allá.[10] La de ambos es una modalidad triste por ausencia de sonidos, sin amor ya nada hay qué decir, sin alegría nada qué cantar. Las música posee sus silencios que proporcionan fuerza y gracia, claves del ritmo mismo; la poesía requiere de pausas y esperas dramáticas para transmitir mejor sus emociones. Ese silencio de los protagonistas fracasados es el preludio de un encuentro postrero, colocado en un marco más allá de la vida. El poeta en mutismo es un cadáver interior.

El estruendo báquico que imaginamos de las ménades o bacantes matando a Orfeo abren las puertas para que los amantes se reúnan y de esa manera se relativiza la tragedia. Las narraciones que afirman una existencia después de la muerte aligeran el fondo del drama.

 

A manera de conclusión: permanencias

Frente a la fatalidad de la muerte y la separación de los amantes se levantan algunas continuidades. La música y la poesía sobreviven a su protagonista, Orfeo, en especial con la invención (en principio atribuible más a Hermes) y su perfeccionamiento, de tal manera que el instrumento de la delicia musical permanece en la cítara y la lira. Otro modelo de la permanencia está en la propia narrativa, ya sea al recordar y homenajear al discurso poético o como una leyenda en sí misma, que resiste ante la caducidad. Y la más combativa resistencia a la fatalidad surge en el amor, que transita desde una generosidad que se difunde a través del arte hasta una apasionada fidelidad individual. Las actitudes de Orfeo y Eurídice levantan un coro contra la fatalidad y la distancia, si el protagonista se deja matar sin resistencia por las Ménades terrestres es para descender al Hades reencontrándose con su motivo único: el corazón de Eurídice.

 

NOTAS:

 



[1] Recordemos que hacia el siglo XVII las ciencias sociales tendieron a convertirse en históricas, pues el pensamiento buscaba el movimiento de los fenómenos humanos, incluso a la naturaleza se le concebía como “Historia Natural”. Véase Foucault, Las palabras y las cosas.

[2] Heidegger interpreta a Hölderlin para revelarnos qué es la poesía, como esa apertura hacia lo más esencial del mundo. “Holderlin y la esencia de la poesía”.

[3] Edouard Shuré, Los grandes iniciados.

[4] Resalta la paradoja entre la función de Mensajero divino y su atributo de mantener sellado cierto conocimiento. Aspecto que invita a una exposición completa.

[5] Bataille, El erotismo.

[6] La leyenda central en el estudio de Amor y Occidente, es sobre Tristán e Isolda, donde operó un filtro de amor más que las motivaciones ordinarias.

[7] El argumento, incluso pareciera un tanto chusco, y minimizando a Orfeo, en Platón, El Banquete.

[8] Denis de Rougemont, Amor y Occidente. En su estudio no menciona a esta leyenda.

[9] Denis de Rougemont, Amor y Occidente, p. 19.

[10] Von Albretch, Orfeo en Virgilio y Ovidio. “Del mismo modo que Eurídice manifiesta su amor mediante el silencio, así también Orfeo su luto.”