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viernes, 23 de septiembre de 2016

SIGNIFICADO DEL OMBLIGO DE LA LUNA: MÁS ALLÁ DE LO TRIVIAL







Por Carlos Valdés Martín


Definición
El significado más aceptado del nombre de México proviene del náhuatl: “en el ombligo de la Luna”. Aunque esa versión avanzó con lentitud, dicha dificultad se debe a que reúne dos términos curiosos, con cierta contrariedad para asociar: ombligo y Luna. Los términos que forman el actual “México” provienen del náhuatl: Mexitli es Luna; Xictli es Ombligo, y Co es Lugar. Últimamente, esa resulta la interpretación más aceptada.[1]
La versión como “ombligo de la Luna” es correcta, sin embargo, resulta bastante extraña. ¿A cuál Luna se refieren? ¿Por qué el ombligo? Si nos quedamos en las etimologías pareciera que la elección es arbitraria, pues no hay noticias sobre un culto lunar relevante ni una adoración al ombligo. La explicación geográfica también es singular pues corresponde al Gran Lago de Texcoco visto desde el cielo, que en su contorno semejaba muy vagamente al “conejo de la Luna”, con Tenochtitlán en su centro imaginario. Con todo, es agradable fantasear con que nuestros antepasados sobrevolaban para mirar desde los cielos al espléndido panorama del Lago con la Luna reflejándose y la capital Tenochtitlán radiante, a modo de ombligo flotando sobre tal sistema de espejos acuáticos. Pero ellos —los indígenas— no usaban globos aerostáticos ni naves aéreas. ¿Qué figura entregaban los lagos desde las laderas de las montañas? No estoy cierto si ellos alcanzaban a observar ese “conejo” en la figura del lago.
Entonces habrá que ahondar la hipótesis alentada por la filología y el estudio de las raíces lingüísticas; buscando una explicación más redonda sobre esa misma pista.
Congruencia y duda
Traducido en términos de las tradiciones aztecas, el “ombligo-de-la-Luna”, también significaba el ombligo de la derrotada y descuartizada por su dios-hermano-guerrero. ¿Esconde alguna relevancia esa referencia? Sí, según se muestra adelante. Explicar la congruencia remite hacia el mito fundacional de Huitzilopochtli derrotando a la Luna y sus 400 hermanos-Estrella para defender a la madre Tierra, que debe interpretarse en la clave de la formación nacional. Únicamente, de esa manera encontramos un sentido superior a la anécdota referente al nombre y comprendemos la dinámica que poseyó la palabra “México” y por qué sí determinó un nombre admirable para nuestra nación. Así, que como comunidad no heredamos un término arbitrario (ni infundado ni lunático), sino resultado de un rayo luminoso dirigido para nacer de modo perpetuo con el alba de cada nuevo Sol, que derrota a la Luna nocturna y fertiliza al cosmos. Es decir, la perplejidad se resuelve a partir de la importancia de Huitzilopochtli para la civilización azteca. 

El otro lado de la moneda: Nacimiento de Huitzilopochtli
Expliquemos más de cerca este gran mito de sentido cósmico y social. El nacimiento humano, en su aspecto natural, es el más desvalido de los partos. Por regla las crías de todas las especies nacen bastante adaptadas para su lucha contra el medio ambiente, por ejemplo, las pequeñas tortugas surgen del huevo impetuosas para lanzarse hacia el bravo mar y comenzar su existencia autosuficiente. En el extremo está nuestra especie: inmadura y dependiente durante años. Los bebés expuestos a los peligros de su propia falta de madurez dependen por completo de su progenitora y requieren del medioambiente artificial que protege su crecimiento. El niño que nace adulto narra un prodigio que jamás acontece en el plano material, mediante dibujo trazado en el cielo de los mitos: afirma una negación extrema de nuestra condición biológica. Planteando un niño-dios que nace armado, su utilidad estriba en los significados para comprender una situación y procesarla en creencias.
De modo breve, ese mito nos dice que la tierra Coatlicue quedó encinta por unas plumas prodigiosas; por tanto ocurrió el embarazo de una virgen. Los previos 400 hermanos se consideraron deshonrados por esa última preñez y se enfurecieron, capitaneados por la hermana Luna Coyolxauhqui, prometiendo asesinar a la madre. Mientras los descendientes conspiran, dentro del vientre el Huitzilopochtli nonato consuela a su madre con palabras de aliento. La sublevación matricida avanza con lentitud y la Coatlicue queda sitiada sobre un monte. Por completo sitiado, el dios-Sol está listo para la pelea y, entonces, nace con armas; con rapidez se apresta y emplea su arma extraordinaria, una serpiente de fuego, que identificamos con el rayo solar. De inmediato, con su arma aniquila y descuartiza a la hermana sediciosa; así, al pie del cerro queda la diosa-Luna descoyuntada. Alguno relata que luego se lanza la cabeza al cielo, para convertirse en la actual Luna. Después el bebé guerrero persigue a los hermanos, los mata, ahuyenta o asimila; imponiendo una victoria fulminante. La interpretación astronómica es sencilla, aludiendo al amanecer que con sus rayos fulgurantes aleja a la noche.
Sin embargo, también ese relato se debe interpretar en la clave de las acciones cumplidas por la tribu azteca, que enfrentó a sus vecinos y los venció de modo militar, luego combinando con alianzas. Ahora bien, además un papel estratégico de esta leyenda, conviene observarla en lo que permaneció durante la civilización. 

Belleza de las indígenas y los cascabeles de Coyolxauhqui
Aunque los códigos católicos del siglo XVI condenaban el amancebamiento, los conquistadores se sintieron atraídos por las hermosas indígenas. Desde el principio, los emparejamientos entre los fuereños y las hembras autóctonas fueron frecuentes, de tal manera que el atractivo de las locales se asumía con naturalidad.
Este nombre de la Luna significa “adornada de cascabeles”, esa designación no posee una nota guerrera sino festiva y de baile. Los cascabeles son elementos musicales y de mero ornato sin función para la lucha; el término del “adorno” hace más explícito el sentido. El nombre completo apunta hacia la mujer-ornato, vuelta objeto en su belleza; un aspecto que ahora hasta nos incomoda por la ideología feminista y el despertar de la conciencia sobre los roles.  Aquí no hay sitio para juzgar, sino para colocarnos en ese lejano ambiente, cuando se relataba la leyenda y entonces el gentío se congregaba en alrededor del Templo Mayor para observar lo que sucedía. La enorme piedra con escudo de la Luna- Coyolxauhqui quedaba a los pies del Templo más imponente en la urbe y, además, recibía despojos de los sacrificados (según se sospecha), que imitaban el desenlace mítico de esa dama rebelde.
Para el grupo masculino azteca, la hembra se mantenía como foco de atracción; pero había barreras y prohibiciones para el acceso, bajo sus propios rituales y tradiciones matrimoniales. La mera imagen de un dios-solar-niño aniquilando a la diosa-lunar-hembra provocaba una tensión y un despliegue de inclinaciones anímicas difíciles de reproducir. Esa piedra enorme de una Luna-caída-desmembrada pero imponente ¿Seducía o excitaba a los varones? ¿Entristecía o animaba a las féminas? ¿Su presencia era inhibitoria o enardecedora? El monolito grandioso de Coyolxauhqui nos queda a deber algunas respuestas; pero su rememoración remota, bajo la intimidad de las chozas, daba otro tipo de respuestas. Con independencia de cualquier respuesta precisa, esa diosa lunar era parte del conjunto de féminas divinizadas, que tutelaban a esa civilización. Para nosotros, hoy todas esas imágenes de diosas con cráneos, heridas, colmillos y serpientes montadas en grandes imágenes resultan inquietantes; sin embargo, entonces podían sincretizarse donde la parte atractiva (el adorno de cascabeles) mantenía su brillo y encanto, engarzado contiguo a la herida y la presencia mortuoria. Nuestra educación de la sensibilidad sí requiere separar la belleza frente a esa inquietud, pero otros pueblos colocaban a sus diosas ataviadas con atributos guerreros, como Atenea con casco y lanza, a Artemisa con carcaj de flechas y arco. Desde el ahora, nos cuesta reconocer y aceptar que una figura de Luna desmembrada sí integraba el código de la belleza y la seducción.   

Del ombligo sensual al capital
En tanto huella de origen, el ombligo exige quedar interpretado. Por un lado conserva la cicatrización de la herida original y representa la bisagra entre el misterio de lo nonato opuesto a los niños visibles. En ese aspecto, el ombligo ofrece un recordatorio sobre las puertas de la vida en el sentido más corporal, desde donde surge el término linaje.[2]
Los pueblos antiguos fueron extremadamente conscientes de los linajes, incluso rayaban casi en una obsesión por delimitar los vínculos generacionales, siendo proverbiales los recuentos de la Biblia para conservar decenas de sucesiones y testificar la continuidad milenaria. El ombligo señala la huella discreta de que somos hijos, e hijos de hijos… un eslabón en la continuidad de la existencia.
Asimismo, el ombligo recuerda la sensualidad, en especial, la interpretada de modo femenino, por esa insinuación de una abertura y su posición ventral. En algunas culturas se exige ocultar el ombligo para no provocar la lujuria y, así, evitar el acceso a los demonios de la carne.
También se ha creído, con ingenuidad, que conserva cualidades para fertilizarse; luego creer que el óvulo fertilizado habita el ombligo implica considerarlo una zona hipersensible. El ombligo tan delicado habrá que protegerlo. Asimismo, indica la referencia de la centralidad, de modo evidente está colocado en el eje del cuerpo: desde ahí creció el tejido vital. Mientras el término de “capital” evoca la cabeza, la partícula “co” de México, indica al otro centro, en mitad del cuerpo. Si creemos que la cabeza manda por el pensamiento, ¿el ombligo manda por las emanaciones vitales, quizá sensuales, pero siempre biológicas? Que Tenochtitlán radique sobre el ombligo del imperio la convierte en central, en eje de aproximaciones y alejamientos: el vértice para un futuro. ¿Cuál provenir? El futuro cuerpo de la nación entera, entonces Tenochtitlán es un ombligo-capital. 

Evocación de un antiguo matriarcado destruido en un periodo anterior
En la leyenda resulta significativo que Coyolxauhqui capitaneó a todas las Estrellas sin que ninguna objetara ni cuestionara, a modo de un mandato consuetudinario que nunca queda puesto en duda. Entre los antiguos, las costumbres eran leyes y cualquier derecho remitía al pasado; el mandato de la diosa parece consagrado por la costumbre. En el detalle de la narración se agrega que solamente un hermano-estrella traiciona a los 400 hermanos y sirve de correo para ir advirtiendo a Huitzilopochtli dentro del vientre, que ellos se acercan. Si la Luna manda, en este relato, no aparece precisamente armada, sino adornada con cascabeles. ¿Qué son los cascabeles? Emblema de su belleza junto con su derredor: su poder, su mando incuestionado y su carácter sagrado. En calidad de capitana sagrada de todas las estrellas (el cosmos nocturno) se enfila para profanar a la Tierra; pero el Sol naciente se lo impide, en un acto de contra-profanación.
Esa diosa lunar confirma las teorías sobre los antiguos matriarcados, tal como se muestran en la predominancia de las figuras femeninas y de fecundidad en los vestigios arqueológicos mucho más antiguos y primitivos. Asimismo, el proteger a otra figura femenina de Coatlicue es la justificación del Sol, entonces alude a un matriarcado pasivo (la Tierra) que justifica aniquilar al matriarcado activo (la Luna). Por más que se relegara a las mujeres de la participación política y religiosa de los aztecas, tampoco desaparecía su posición; ellas seguían manteniendo importantes roles, indispensables en la colectividad. Aunque no mandaran resultaban respetadas y hasta veneradas; el motivo del relato es mantener intocada la veneración hacia la madre Tierra Coatlicue, que se mantiene metamorfoseado en la veneración hacia las vírgenes del catolicismo. 

Piedad y ecos positivos: imagen de la derrota Lunar
Cabe preguntarse si, en el contexto azteca, la imagen de la diosa derrotada y lacerada no provocaba un arrebatador sentimiento de conmiseración y piedad a la manera de La Pietá de Miguel Ángel. Las obvias distancias del relato suponen que Coyolxauhqui no era inocente sino una singular conspiradora contra la madre-tierra. Su castigo se argumentó un acto justo, sin embargo la rudeza de su desmembramiento mueve a los sentimientos: nuestra mente exige que cualquier cuerpo se presente entero y la separación provoca horror, de ahí el gusto de las tiranías por decapitar a sus enemigos y exhibirlos en la plaza pública. El escándalo sentido ante la separación del cuerpo, genera una respuesta en contraparte que es esa piedad ante el personaje caído. Junto con la sangre de la Luna brota un manantial de piedad ante su desgracia. En este relato, la caída queda mitigada porque la cabeza voló hasta el cielo, para convertirse en la Luna nocturna que nos alumbra. 

Separación tajante y unión instantánea
Las cualidades opuestas de Coyolxhautli y Huitzilopochtli son tan antagónicas que evocan más cualidades del pensamiento que eventos reales o míticos. La Coyolxhautli advierte separación de las partes y el desmembramiento con condición de lo imposible de reunir; situación desesperante y trágica de la entropía. En cambio Huitzilopochtli ostenta la unidad instantánea, una proeza que solamente realizan la luz fulgurante y los dioses. Esas dos características puestas en paralelo merecerían inaugurar dos series distanciándose hacia el infinito: las separaciones (tanáticas, mortales) y las uniones (eróticas, vitales), por tanto coronando una jerarquía. Caso curioso que lo erótico pertenezca a lo masculino y lo mortuorio a lo femenino, pero apunta un caso harto importante para la psique, donde la velocidad de la excitación masculina erótica se fusiona con la agresión paranoide (en el sentido estructural de Deleuze); mezclando Huitzilopochtli la impotencia infantil con la potencia masculina, en una ejemplar paradoja. Del otro lado, la erótica abertura femenina se convierte en la mortal separación de coyunturas, la distancia anti-erótica entre lo desmembrado se sobrepone al erotismo del cascabel, como signo del baile. Ese universo de dioses estelares está invertido (una inversión muy al gusto de Bataille),[3] donde lo súbito se une con lo eterno, el instante de serpiente Xiuhcóatl (el arma de fuego) se fusiona con la caída terrestre de la Luna (otra inversión, pues la Luna jamás ha tocado la Tierra). La Luna destazada representa lo que ya jamás se reunirá, lo que permanece separado en la eternidad, de tal manera un desgarramiento “esquizoide” (en términos de la psicología de Deleuze de nuevo).[4] Queda establecida la dualidad perfecta de la unión instantánea y la separación eterna; alrededor quedan otros dos modelos diferentes: un modelo de una madre Tierra terrible, que es lo pre-formado, en otros términos el Caos original; otro modelo de la pluralidad, las estrellas huidizas, también derrotadas. En el texto, de la leyenda náhuatl las estrellas derrotadas son integradas al fulgor de nuevo Sol, pero cientos huyen y permanecen dispersas. En ese sentido, la leyenda ofrece un modelo de pensamiento bastante complejo con cuatro polos y una alternativa: lo preformado; la unión instantánea; la eternidad de lo separado; la dispersión que puede unificarse o huir hacia la separación perpetua. 

Reconciliación con la hermana caída y los perseguidos
En la distancia centenaria de las interpretaciones, por los muchos filtros de la distancia, no quisiera esquivar el argumento de un hipotético sentimiento positivo hacia la Luna exclusivamente en una piedad. Cabría asumir diversas evocaciones positivas, como su liderazgo entre las estrellas; su celo ante un parto inapropiado; su capacidad para compartir entre sus hermanos; luego de su caída el no quejarse ni urdir venganzas, quizá perdonar o contentarse con su nuevo destino (lo que no sería una imposibilidad imaginativa para una divinidad relatada). ¿Para qué argumentar esto? Por la función unificadora que descubrimos en este mito particular. El pequeño Sol naciente sí se convirtió en el patrono de la nación azteca y su modelo de actuación; combinación de guerras e integraciones de los vecinos.
El efecto positivo de los hermanos derrotados aparece de modo todavía más explícito en la leyenda, a modo de una multitud que muere y se integra; en el sentido de una “y” que agrega elementos poco consolidados. El relato indica “Huitzilopochtli los acosó, los ahuyentó,/ los destrozó, los aniquiló, los anonadó. (…)Sólo unos cuantos pudieron escapar de su presencia, / Pudieron liberarse de sus manos. / Se dirigieron hacia el sur / se llaman 400 Surianos, (…) les quitó sus atavíos, sus adornos, su anecúyotl, / se los puso, se los apropió, / los incorporó a su destino, / hizo de ellos sus propias insignias.”[5] Anotamos que fueron contados 400 originales hermanos, luego de su masacre escapan en monto igual 400 Surianos, curiosa matemática revelando que ese número no es cifra sino referencia hacia lo múltiple o lo infinito.[6] La apropiación de las estrellas en el Sol, agrega la metáfora directa de integración en el cuerpo social o el todo. Adelante en el poema se narra el servicio de los aztecas a su dios y la entrega de sacrificios; ambas partes del relato también metamorfoseadas, de tal manera que se refiere a una integración doble: de estrellas alegóricas y de servicios a la colectividad representada por el dios. La referencia al proceso de reconciliación bajo la amenaza constante es diáfana, un modelo que repitieron los Conquistadores peninsulares. 

La imagen del colectivo nacional: femenino, Luna…
Para ellos ¿en qué posición quedaba la femineidad a nivel colectivo o nacional? Ellos levantaban un nosotros-femenino a modo de la Patria, respecto de la cual estamos tan acostumbrados sobre su representación delicada y pasiva, un tanto poetizada, que no nos preguntamos si existe otra opción.  Para ellos era viable imaginarse ¿una Luna-Patria-Sacrificada escindida de una Tierra-Patria-Defendida con ambos modelos femeninos gravitando hacia un nosotros colectivo? La hipótesis más sencilla (bajo la economía de la navaja de Occam) es que la Tierra-Coatlicue servía de referencia como colectivo-patria; pero cabe preguntarse si una parte de los atributos permanecían agregados a partir de la Luna caída. Después de estas reflexiones estimamos que, sin duda, una región de los atributos del grupo nacional se aglutina alrededor de la Luna derrotada.
Hasta los días presentes esa imaginación sobre la debilidad de la mujer se convierte en un atractivo. En este caso, construir y mantener visible al monolito de Coyolxauhqui indica ese magnetismo positivo.[7] Ha sido largo el camino para establecer todas las conexiones entre la Luna derrotada y el Sol naciente, entre el ombligo y la capital, la herida original y la integración de pueblos emparentado con los aztecas. Vale el esfuerzo, pues una vez comprendido el vínculo entre Luna y Sol naciente, adquiere consistencia el término de “Ombligo de la Luna” para designar a la nación.  

NOTAS:


[1] A partir de la interpretación de Gutierre Tibón, es que comenzó a predominar esa versión, antes predominó la asociación con el término maguey.
[2] Deleuze señala que el término linaje se liga con la génesis de la Idea platónica, en Lógica del sentido.
[3] Se cumple el precepto de Bataille, de que la belleza existe para ser mancillada, a modo de la transgresión fundamental para establecer una unidad que desafía la muerte, en El erotismo.
[4] Deleuze en Kafka para una literatura menor.
[5] Códice Florentino.
[6] Anotemos que en las matemáticas de cantidades infinitas, la sustracción de cualquier cantidad discreta a un infinito, le deja aún infinito, sin esa alteración de las matemáticas de cantidades discretas. Cf. Asimov, Isaac, Los números.
[7] De modo espontáneo no resulta fácil asumir que un cuerpo descoyuntado adquiera un valor positivo de veneración, pero sí estamos acostumbrados al Cristo crucificado, alrededor del cual se organiza la iconografía religiosa. Eso nos permite comprender que esa diosa derrotada podía ofrecer un contenido positivo para ligar a sus fieles y a su hermano solar; en fin, la herida convertida en ligamento.  

domingo, 18 de septiembre de 2016

TRUMP CANDIDATO Y DESPERTADOR





                                                                                              Por Carlos Valdés Martín

A veces hace falta un contrincante para tomar conciencia, a veces basta un peligro incierto para despertar. Ese enemigo escandaloso ha sido el candidato Trump para los mexicanos. Mediante un discurso irresponsable y emocional, agitando gestos de odio y amenaza Donald Trump está logrando un gran despertar de quienes llevaban décadas como adormecidos ante otras ofensas y arrebatos provenientes del Norte. 

A diario escuchamos de muertes e injusticias que surgen del narcotráfico que, para efectos prácticos, es un cáncer con un origen y destino que señalando al Norte. ¿Quién compensará las decenas de miles de muertos y los campos azolados por la violencia del narco? Para las tristezas de nuestro lado, el dedo flamígero de la responsabilidad apunta hacia Norteamérica. La guerra contra el narco donde las víctimas siempre caen de este lado de la frontera ¿a quiénes se las cargamos? Una condena moral apunta hacia millones de adictos norteamericanos. 

Tales situaciones resultarían irrelevantes si no nos deshacemos de una pesada costra de prejuicios y un gesto de sumisión. Por una larga tradición, los mexicanos nunca agredimos a los norteamericanos; al contrario, la molestia proviene de una admiración por lo inalcanzable de su riqueza y poderío acumulados. 

Ese sentimiento típico de buena vecindad —diestramente retratado por Alan Ridding en Vecinos distantes—, ahora mudó hacia una incomodidad manifiesta por los gestos insultantes de Donald Trump. Algunos no nos sentimos tan señalados por lo que textualmente hay de sus propuestas, que no tenemos en nuestros planes jamás emigrar hacia la “Big America”, aunque claro que alarma y ofende el modo escandaloso y enfático en que vocifera. El muro en la frontera en una parte significativa ya lo habían construido administraciones anteriores, pero Trump hace un énfasis burlón en que “les haré pagar por ello”. Ese machacón “hacer pagar” a México, adquiere una carga emocional de agresión y desquite que comenzó por extrañar y terminó por ofender masivamente. El nacionalismo mexicano respondón y orgulloso parecía adormecido, siendo sustituido por un gesto nacional menos sentimental y más de autoconsumo, sin consecuencias prácticas en las relaciones internacionales. 

Y llegó Trump para machacar en su campaña que desde México emigran criminales y violadores; así, levantó un discurso de odio que erizó la piel de los tranquilos mexicanos. Empezó la respuesta de gente normal y líderes de medios de comunicación, para quejarse de tales arengas. En un inicio la respuesta mexicana fue débil, pero adquirió vigor paso a paso.

En eso surgió el desatino del Presidente de México, al invitar intempestivamente a Donald Trump, en una decisión relámpago que sorprendió a propios y extraños. Después de la sorpresa vino el escándalo, porque ya el candidato del Partido Republicano está posicionado como el ogro que humilla y vitupera a los mexicanos. La recepción oficial de Peña Nieto pareció dar la bienvenida a quien ya se había convertido en una “plumita para vomitar” de los compatriotas. La opnión pública en respuesta fue una avalancha de repudio y descrédito ante el desatino del Presidente mexicano. 

El error político de la visita relámpago fue tan notorio que le costó el puesto al Secretario de Hacienda. A final de cuentas, las ofensas de Trump no se deben pagar con la misma moneda, la nación norteamericana jamás debe ser sujeto de escarnio ni ofensas en reciprocidad; pues recordemos el principio de Gandhi: la paz es el principio de la civilización, la violencia es de la barbarie. Pero el pacifismo no incluye correrle cortesías que fueron un espaldarazo político en su campaña, como si se minimizara su discurso de odio.  

Hasta hace poco tiempo el nacionalismo mexicano era un gigante adormecido, ahora está despertando. Hasta ahora Trump únicamente ha soltado declaraciones viles, pero imaginémonos que nuestra nación se levante tras sentirse ofendida por hechos viles… 

Soñemos por un momento con el gigante que despierta…