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miércoles, 16 de enero de 2008

Y GRACIAS POR RUTH MARTIN


Por Carlos Valdés Martín

Solamente puede permanecer un sentimiento de gratitud grande, incluso un sentimiento enorme, por la existencia de Ruth. Ella se ha ido de esta tierra, pero conocerla, escucharla y convivir durante tantos años resulta en una bendición.
Queda agradecer al principio más supremo, más secreto, más alto y más sublime el haberla recibido. Los altos designios de la divinidad más alta y sutil, a esa entidad inconmensurable que denominamos como Dios, nos regalaron una vida entera a su lado.
La fortuna de que Ruth fuera madre y amiga resulta difícil de medir, porque tantas fueron sus atenciones y dádivas que resulta ocioso establecer su escala.
¿Porqué cada madre encierra la entraña del volcán dormido y la respiración de lago tranquilo? ¿Hasta dónde alcanzan los misterios opacos de su fertilidad? ¿Qué tan lejos viaja el eco de una voz maternal, permaneciendo como cápsula del tiempo, cuando reconforta en cada encrucijada de la vida, y alienta ente los momentos difíciles? Las respuestas parciales son fáciles, y las repuestas completas son casi imposibles. Cada quien, en el fondo de su corazón, posee la primera respuesta, la diaria; la respuesta de este preciso momento.
Especialmente brillante a la distancia, resulta la discreción del amor maternal, sentimiento que no se manifiesta en palabras ni en gestos vanos, en cambio se manifiesta constantemente, perpetuamente, sosteniendo a enormes distancias el ánimo de quien lo ha recibido, aunque sea una sola vez. Esa acción perpetua, discreta y a la distancia recuerda el misterio metafísico que propuso Descartes cuando creyó que el tiempo se entrecortaba y era una gracia de Dios la que volvía a unir el tiempo universal segmentado.
Cada madre preserva la vida, da continuidad a sus maravillas. Con eso bastaría para justificar su entera existencia. Pero algunas, como parafraseando el poema de Bretch, lo hacen siempre (perpetuamente preservan la vida: con una sonrisa, con paciencia, con atención, con los detalles que pasan inadvertidos para el observador descuidado) y así resultan indispensables, el sostén de la existencia.
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El más Alto Arquitecto debe poseer un diseño maravilloso en su universo para incluir una persona como Ruth Martín, quien decidió mantenerse en el terreno de la discreción y la generosidad permanentemente. Tanta discreción no permitió que suficientes personas la conocieran y apreciaran. Ella siempre conservó un aire de niña, un estilo infantil, cuando prefería mantenerse en un rincón, acodada en una discreta esquina, mientras distribuía una dosis de buenas acciones, sentimientos generosos, aliento sin pedir nada a cambio. El rincón, ciertamente, ese lugar tan mágico de la existencia infantil, tan discreto y adecuado para crecer, luego lo olvidamos de adultos. Pero el rincón siempre existe en el alma, en la geografía personal de cada uno, permitiendo una fracción de refugio. En el rincón descubrimos la fuerza imbatible de lo pequeño. El rincón es la esencia de lo pequeño que nos arropa y protege. Efectivamente Ruth siempre prefirió lo pequeño, lo mínimo que se mide en palmos y no por metros, por esa (y con toda) razón me hizo ver que nuestro país es tierra de diminutivos. México entero es una nación de diminutivos, así los coleccionaba con una sonrisa, y me recordaba cuando le indicaron en un restaurante: “el chico traerá su cafecito con un poquito de azuquítar, en un momentito”. Ciertamente, coleccionaba diminutivos en el habla mexicana, y nunca terminó de reunirlos, porque los diminutivos jamás terminan, siempre se pueden empequeñecer, expresando el anhelo por un rincón para cada palabra, donde cada término se encoge como un diminutivo.
El rincón personal no se piense que fue el lugar de los miedosos y los abúlicos. Ese lugar discreto no le impidió cumplir con actos de arrojo y desafío tremendos. Una persona, que como Ruth prefiere el rincón de la existencia, también tuvo la entereza y el valor de luchar contra la persecución política y por las libertades para sus conciudadanos. Durante años, incluso Rosario Ibarra de Piedra, la líder-emblema de la lucha por las libertades y contra las prácticas de la desaparición forzada y la tortura, la aceptó y estimó como una “mano derecha”, su colaboradora incansable. Ciertamente, por convicción Ruth decidió permanecer durante muchos años al lado de Rosario Ibarra, sin intenciones de protagonismo ni pretensiones de remuneración. Durante veinticinco años colaboró como miembro activo del Comité Eureka y jamás pretendió aparecer en primera fila, siempre prefirió mantenerse en el rincón de la eficiencia, de la solución de los problemas, del aliento para las compañeras más desafortunadas. La obligación moral por defender la causa de los Desaparecidos la colocó ante situaciones de riesgo contante, asistiendo a cientos de marchas y mítines, donde la amenaza de represión resultaba constante. Permaneció firme frente a los contingentes amenazantes de policías, soldados y granaderos que pretendieron callar al Comité Eureka, y ese es el valor tan extremo ofrecido por una madre cuando estima que su causa es completamente justa.
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Para ciertas personas el trabajo resulta una bendición, y aman constantemente el trabajo cumplido, ya sea envasar una crema, hacer una carta, traducir del inglés, renovar un seguro… Siempre trabajó Ruth, constantemente lo hizo, desde lo quince años. Cumplió sus faenas con dedicación y hasta cierto exceso de responsabilidad. Le enojaba discretamente el imaginar que pudiera fallar en su tarea o que faltara exactitud en sus labores.
Ciertamente, su primer trabajo lo consiguió a los 15 años y no le parecía que fuera demasiado joven para tomar responsabilidades, pues sus demás hermanos y hermanas también iniciaron una vida laboral sumamente jóvenes. La situación familiar los orilló por la muerte prematura de su padre, Salvador Martín. El fallecimiento del padre trastocó la situación familiar, que antes había sido desahogada, y obligó a que los muchachos participaran temprano en las responsabilidades de los adultos.
Ese primer trabajo fue el sencillo de una simple empleada, a nivel de asistente operativa para una empresa que fabricaba la conocida marca de pomada de La Campana. Ya desde ese primer empleo mostró que no doblegaba su dignidad a cambio de dinero, me contó que a ella a y otra empleada no les pagaron su parte proporcional del aguinaldo, pretextando su poco tiempo en la empresa. Ella investigó y se enteró que el aguinaldo era un derecho legal. Así, pidió le hicieran el pago adeudado de ley y la administración de la empresa se negó. Entonces ante la arbitrariedad del patrón decidió renunciar.
Rápidamente demostró una enorme habilidad con la máquina de escribir y el idioma inglés. Tuvo un empleo en un despacho de abogados y se encargaba de transcribir largas actas, sin permitirse ningún error durante la mecanografía. Siempre se mostró orgullosa de su habilidad con la máquina de escribir. Para ella constituía un orgullo ser calificada como “secretaria”.
Por su dominio casi instintivo del idioma inglés generó una mancuerna de traducción excelente con su marido Carlos Valdés Vázquez. Durante décadas tradujeron decenas libros de autores. La totalidad de los créditos quedaron bajo la firma de su marido. Desde mi punto de vista eso contiene cierta injusticia, pero a ella nunca le pareció esencialmente injusto. Resultaba natural que su marido (con una trayectoria intelectual, dominio del arte de la escritura y reconocimientos) fuera la cabeza de las traducciones y que ella permaneciera a la sombra. Claro, fueron un equipo extraordinario, siempre armónico y capaz de entregar una serie de traducciones ininterrumpidas de gran calidad. Después de la muerte de su marido, no se interesó en seguir realizando traducciones pagadas. Únicamente realizó algunas traducciones de artículos de temas económicos, en colaboración conmigo, para la revista de Economía del Instituto Politécnico, y además se entretuvo permanentemente realizando su versión personal para un proyecto de traducción casi imposible que es la novela Finnegans Wake de James Joyce. En efecto, este texto de Joyce se ha estimado como una traducción imposible, por la mezcla intrincada de palabras inventadas y de temas confusos. Ella estaba empeñada en generar un texto legible en español a partir de un texto ilegible del inglés. No pudo terminar este proyecto de traducción, porque esta imposibilidad le parecía muy atractiva, aunque de los dos primeros capítulos ya estaba suficientemente satisfecha.
Otra gran incursión en las responsabilidades del trabajo fue como secretaria del Gonzalo Martínez Corbalá, un político reconocido de la “era dorada” del priísmo en México. Este personaje ocupó diversos puestos. Ella colaboró en periodos intermitentes cuando este político fungió como diputado federal, Director General del complejo industrial de Ciudad Sahagún, Director del ISSSTE, subsecretario, etc. No estuvo siempre acompañando tal carrera política, pues no participó cuando este político tuvo la gobernatura de San Luis Potosí ni durante el episodio más interesante de esa carrera, que fue el puesto de embajador en Chile, cuando aconteció el golpe de estado en 1973. A manera de resumen, vuelvo a insistir en la discreción de quien trabaja sin pretensiones. Ella jamás se sintió parte de la élite política ni detentó pretensiones de soberbia.
Uno de los trabajos que más le gustó fue una empresa dedicada a la instalación de jardines, proyecto dirigido por su amiga de la vida entera, Sonia Campanella. En esta actividad mostró su afinidad por la plantas. Le encantaba demostrar que aprendió los nombres latinos de muchísimas plantas, así como los cuidados y manejos de las plantas. Su actividad de jardinería era la administrativa y no operativa, pero requería de un conocimiento detallado para integrar los jardines con las especies adecuadas a cada situación.
Su última actividad, en la que participó más de quince años fue el despacho de seguros, donde fue mi mejor colaboradora. A esta actividad se fue acercando paulatinamente, casi como por inercia de quien mantiene la relación familiar. Ahí volvió a mostrar sus habilidades largos años cultivadas. Sus clientes, por si fuera poco, siempre la creyeron mucho más joven, incluso, varios creían que ella era mi hermana y no mi madre. Los compañeros de oficina la respetaban por su entereza, y porque jamás maltrató a nadie, el buen trato era uno de sus lemas prácticos. En la oficina de seguros convivió sus últimos años y su oficina era como su segunda casa.
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Mujer de un único romance en su vida. El encuentro con Carlos Valdés Vázquez fue el chispazo de amor que la marcó definitivamente. Si existe el amor a primera vista este parece ser una de sus confirmaciones plenas.
Mi padre era diez años mayor que ella, viviendo una soltería laboriosa y estrecha en la ciudad de México. Sobrevivía con la ambición de convertirse en escritor, plasmando en palabras artísticas realidades insospechadas. Entonces compartía un modesto departamento con Salvador Pinoncelly, otro artista en ciernes. Una amiga en común, Sonia Campanella, propició el encuentro. El instante del encuentro quedó descrito en el cuento “El nombre es lo de menos” bajo el sello del Fondo de Cultura Económica. No es una ficción, sino la recreación del descubrimiento del amor desde el punto de vista del marido.
Para ella no existieron dudas, ni reticencias. El flechazo se convirtió en matrimonio y rápidamente en maternidad. No existía otro hombre ni otro marido ni otro destino, su Carlos era completamente su fe y su credo. Permanecieron juntos en compañía y armonía, como el dicho fatal “hasta que la muerte los separe” en el año de 1991. Ciertamente, su marido murió de manera intempestiva, sin avisos ni anticipaciones, de un infarto fulminante. Y luego, Ruth jamás tuvo espacio en su mente para imaginar rehacer su vida, ni suponer amoríos posteriores. Vida amorosa de una sola pieza y de un único capítulo. Asumía con gusto su nombre “de casada”, como “señora Valdés” o “Ruth Valdés”, con esa denominación sintética tan usual en el matrimonio.
Formaron, luego de ese flechazo amoroso el nuevo tipo de pareja moderna que fue prevaleciendo entre las clases medias mexicanas. Ambos colaboraban, ambos aportaban. En la mente de Ruth no existía el modelo de una mujer destinada a permanecer en casa. Únicamente lo hizo en el primer año de su maternidad y luego volvió al ritmo de sus faenas dobles, una parte en la oficina y otra en casa.
Durante esos años, no recuerdo disputas, ni rencores ni enojos en la vida matrimonial. Resulta inusual descubrir relaciones donde no existen rencillas ni conflictos agudizados. Esto no implica una vida perfecta, el lado de los problemas se cargaban con mi padre, quien sufría repetitivamente su sensibilidad de artista y caía en estados de angustia y depresión, ocasionalmente se mostraba un poco achacoso o necio. Constantemente Ruth tenía ese conocido papel femenino de consuelo para el afligido, y mi padre lo agradecía reiteradamente. Así, en los altibajos de la existencia de pareja siempre prevaleció en entendimiento, el amor mutuo sobre cualquier adversidad.
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Al pasar los años Ruth se fue volviendo más apegada al contacto con sus hermanas. Afortunadamente este contacto más estrecho se relacionó con una obra altruista y organizada. Originalmente una sobrina, Laura Fernández de la Reguera Martín, enfermó gravemente del riñón. Los riñones de Laura perdieron completamente su funcionalidad y la situación no tuvo remedio. Estaba obligada a una diálisis constante para limpiar su sangre y mantenerse viva. Dos veces se intentó el trasplante de riñón donado por sus familiares consanguíneos, pero el desenlace fue el rechazo del órgano recibido. Después de una década y media de enfermedad y lucha, esta sobrina falleció, pero en el proceso impulsó la creación de una Asociación humanitaria para apoyar a personas con problemas renales graves. Así, nació la AHPRIAP que ha sido impulsada básicamente por Xóchitl y Judith Martín Sosa, y esta Asociación se ha mantenido cumpliendo una importante labor para personas con problemas renales. Actualmente, la AHPRIAP está dedicada casi exclusivamente al apoyo de niños en la fase post trasplante de órganos.
Esta Asociación ha sido el motivo para que las hermanas Martín Sosa, incluida claro Ruth, se mantuvieran unidas y activas en torno a un ideal de beneficencia, cumplido con puntualidad y discreción. Durante años se reunieron semanalmente para sacar adelante las tareas de la Asociación, situación que reforzó los lazos familiares de afecto que siempre mantuvieron.
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Para Ruth tener una nieta fue el último gran tesoro de la existencia. Se adaptaba perfectamente al papel de abuela. Le agradaba quedar en ese papel de abuela, no le espantaba la vejez, porque mantenía un ánimo y un trato joviales, pero constantemente se colocaba en el grupo de “las viejitas”, diciendo que “las viejas somos…” de tal o cual modo.
Su nieta Aralia, ofrecía contrapuntos importantes con la abuela Ruth. En especial el tema de la música no deja de resultar sorprendente. Ruth poseía un sentido especial antagonista a la música, en general no le resultaba su arte preferida, y el mejor músico le parecía resultar el músico callado. A este esquema vino a contraponerse su nieta, quien manifestó un gran instinto musical, incluso con talento para interpretar y hasta componer. En ese misterioso contrapunto, la única persona que convenció a Ruth para asistir a un concierto fue su nieta. Incluso lograba su colaboración para componer canciones. Esto muestra una convivencia entre generaciones opuestas, poco usual, pero armoniosa.
Vivieron juntas en la calle de Jordaens de la Ciudad de México. Limaron sus divergencias generaciones, y la abuela (a veces a regañadientes) respetó la independencia de Aralia. En privado, Ruth admiraba a su nieta, le admiraba esa sensibilidad artística que demostraba, y en público la reprendía por sus descuidos juveniles (ninguna casa permanece ordenada cuando se habita durante los años mozos).
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Finalmente, para la biografía de Ruth Martín el significado “único hijo” encierra gratitudes, las cuales no estoy calificado para indicar con justicia. Hoy en el penúltimo día del año 2007 me basta con ser aquí el último eslabón de una gratitud iniciada hace muchísimo, el eslabón de una alegría que sigue repercutiendo en cada respiración.

domingo, 13 de enero de 2008

J (invertida) M (escurrida)



Sigue un cuento que muestra el carácter excepcional de algunos británicos que se opusieron a las acciones coloniales contra China. Los misterios de la conciencia conducen hacia la locura o, por lo contrario, rescatan la razón bajo las situaciones más difíciles.


Por Carlos Valdés Martín



Las revelaciones del doctor que atendió a Sir Ernest... 

A su doctor le sorprendía siempre la mirada inocente y el gesto de cuidado que ponía Ernest Fillington durante su reclusión. No era que le agradara especialmente esta persona o que reverenciara a los aristócratas, sino que descubría un fondo de valor y honradez constante. La mayoría de los afectados, resultaban de traumas infantiles y de una familia desintegrada, este no era el caso. Bajo un aspecto turbio descubría una entereza que le enternecía. Procuraba observarlo con atención y a distancia prudente. En la mirada perdida de Ernest, su doctor leía atentamente un pasado intenso, que se adivinaba por chispazos. Dejaba órdenes precisas para protegerlo del entorno, pues le interesaba recuperar esa brillante mentalidad que el paciente tuvo en el pasado, cuando cumplió con una atractiva carrera diplomática.

En un rincón del discreto manicomio londinense, con cabello encanecido hirsuto y la mirada lateral, Sir Ernest Fillington, garrapatea obsesivamente las siglas JM. Con esta escritura personal una pared está llena, y ahora corrige atento una letra, la jota debe quedar exactamente invertida, la rellena bien para resaltar la letra inversa, boca abajo. Después escupe sobre la letra eme, y sonríe cuando observa que el color escurre, como se escurre la negra pintura de párpados cuando una dama suelta una lágrima.
Se le acerca el celador, ligeramente fornido y ardientemente malencarado. Menea la cabeza, eso de permitirle pintar una pared a un lunático no le parece correcto, pero así lo decidió el médico en jefe, pues esa era una forma para mantener al paciente tranquilo. Cuando a Ernest no se le permitía escribir la sigla se malhumoraba, y a veces, tan de malas que entraba en furor, gritaba blasfemias, amenazaba de muerte; en fin, entonces sin su “arte manual privado” era peligroso. En cambio con una pluma o un pincel para trazar el anagrama JM, permanecía tranquilo, y así jamás peleaba, jamás reclamaba.
El celador no estaba de acuerdo con esos tratos considerados, pero respetaba la nobleza aristócrata de Ernest, quien no tuvo alto rango, pero suficiente para que una institución médica inglesa le otorgara privilegios.
Mientas el doctor mira a prudente distancia, el celador se acerca y le ordena despacio y claro: hora de comer. Hablar despacio y claro era otra deferencia, de lo contrario el paciente no entendía. Aunque a veces sí comprendía, respondía a una conversación, incluso aunque no era invitado, soltaba alguna frase irónica, como esa de que “la prueba del pudín está en comerlo, pero la prueba de que estoy muerto está en mi cabeza”.
Así, que Ernest deja su tarea, lanza un último escupitajo sobre la M, observa el escurrido de tinta y murmura en términos que no entendió el celador: “esto es una advertencia, que no se repita”. Con pasos inciertos se dirige al corredor, algo oscuro por falta de iluminación, frío debido a una ventana rota por la que se cuela una ventisca.
En el corredor hay un ligero eco, es el año 1880. Cada paso trae un suave eco, y las resonancias llevan los pensamientos a regiones lejanas. La imaginación de Sir Fillington reconfortada se encamina hacia su juventud, hace veinte años cuando desembarcó en Shangai, el puerto de China. Esos recuerdos quedaron plasmados en su diario privado, rescatados cuidadosamente por su doctor, diario al cual tuvimos acceso privilegiado.

Primera: La moda era enviar a los hijos de la aristocracia, especialmente en sus estratos bajos, a internados donde aprenderían los principios de la cultura y la educación, habilidades matemáticas como trigonometría y geometría, raíces griegas y latinas, algo de lenguas extranjeras, amplios fundamentos de la lengua de Shakespeare, amplias nociones de la ciencia moderna, una visión del globo terráqueo, un firme sentido patriótico, arraigo en la doctrina cristiana, y muchas ideas, nociones y vivencias, no menos trascendentes para la juventud británica. Juventud británica: la promesa esplendorosa de una isla que se proyectaba como cabeza de un imperio mundial, a golpes de modernismo industrial y de audacia militar.
Pero cada individuo percibe el mundo de acuerdo a ciertas predisposiciones particulares y retoma solamente aquello que ahonda raíces en su persona. Sir Ernest Fillington tenía la cabeza llena de mundo al salir de la escuela, pero encontró que el negocio familiar de Comercio de ultramar era un tanto limitado frente a sus bríos de recorrer mundo y explayar ciertas capacidades para los idiomas y la literatura, por eso él se adentra en nuevas rutas, acercándose al medio diplomático. Después de un par de años de formación inicial y de tensiones familiares diversas, toma un puesto diplomático en la lejana China, más por alejarse de ciertas decepciones amorosas que por estimar una verdadera oportunidad de hacer carrera, ya que el puesto era una agregaduría cultural que no encajaba en grandes aspiraciones. Al mismo, tiempo China representaba un compromiso, por ser una plaza lejana donde podía velar por los intereses comerciales de su familia, representados por la Oceanic Comercial and Constructions; empresa que practicaba un floreciente comercio de té y opio en la triangulación entre la India y China, desde los últimos tratados comerciales.

Segunda: Año 1854. Veinticinco años antes del final del diario de Ernest en el floreciente puerto chino, en Shangai. El joven Sir Ernest Fillington recién desempacado como agregado de la embajada de su majestad británica. Sus papeles decían que era un agregado cultural y periodístico, enviado a propalar la cultura occidental entre los orientales y a reportar novedades a la metrópoli del imperio de su majestad británica. Además de la experiencia diplomática y periodística, que sí eran de importancia personal, además en lo económico, su verdadero interés era conocer el negocio del té y el opio, que ya había valido tantos conflictos con las autoridades chinas y una primera guerra ganada por Inglaterra, por medio de la cual los súbditos británicos tenían ciertos derechos comerciales y políticos en China.
Para Ernest el interés económico estaba en la floreciente rama de un negocio importante: la Oceanic Comercial and Constructions, abreviada como OC&C, del cual sus familiares eran los principales accionistas. Esta empresa comerciaba cantidades de té y opio en el triángulo entre la India, China y la Metrópoli. En la empresa existía el convencimiento de que había una conspiración china para entorpecer el floreciente negocio de esa droga, pues el comercio estaba decayendo notablemente. En efecto, la dinastía imperial china jamás vio con buenos ojos el tráfico de opio, variando sus políticas entre la prohibición completa del comercio a permisos aceptados a regañadientes con las potencias europeas, que solicitaban enfáticamente “libertad de comercio”.
Recordemos: en ese periodo no existía la misma opinión sobre el opio que en nuestros días, cuando está prohibido el opio como una droga perversa que destruye mentes y cuerpos sin piedad. En ese entonces una parte de los ingleses estimaba el opio y sus derivados, imaginándolo una sustancia completamente neutral y hasta medicinal. Se conocía del uso alucinógeno cuando se fumaba en pipas, el cual no era bien visto por las autoridades ni por la población de la metrópoli inglesa, pero existía gran aprecio por las cualidades sedantes del opio. El opio era estimado en medicina como la cura de muchas dolencias; decenas de productos derivados o combinados se promovieron con fines medicinales, para dolores diversos, desde los simples dolores de cabeza, hasta casos de intervención quirúrgica severa.
Buena parte de los ingleses sabía que el opio no era una sustancia neutral sino dañina, pero estimaba sus virtudes comerciales. En Asia representaba una oportunidad comercial completamente redonda, porque desde Inglaterra podían aprovechar las posesiones de la India, para obtener cosechas abundantes y baratas de opio, llevarlas a China, y de ahí obtener mercancías baratas y exportables, o bien obtener plata acuñada a cambio del estimulante.


Tercera: Establecido en Shangai, uno de los puertos donde podían desembarcar las poblaciones occidentales con libertad extraterritorial y se comerciaba intensamente, Sir Ernest rápidamente se aclimató. El idioma resultaba difícil, la alimentación local algo extraña, y los chinos desconfiaban de los occidentales, pero él tenía habilidades. Sus estudios y gusto por los idiomas facilitan integración en ese ambiente enrarecido. Como ilustrado británico Sir Fillington es perspicaz y se interna en los entretelones de la sociedad china. Observa las relaciones entre las autoridades locales de la dinastía y sus súbditos, las costumbres ancestrales, las peculiaridades del carácter chino, y poco a poco encuentra los caminos para ganar la confianza aquí y allá. Las relaciones entre la autoridad y la población estaban alborotadas por los ecos cercanos de la revolución Taiping. Esta “revolución”, en cierto modo, semejaba una repetición casi ritual de las enormes mareas de descontento que explotaban cuando terminaba cada reinado de un Emperador Celeste, y sobre todo cuando quedaban dudas sobre la legitimidad de su sucesión. En 1850 había quedado acéfala la dinastía manchú, y el nuevo emperador no entraba por línea directa. Durante tales cambios dinásticos, durante milenios habían surgido revueltas campesinas, algunas de las cuales derribaron dinastías e inauguraron nuevos reinos. En el mismo año de la entronización de nuevo emperador, se sublevó Hong Xuiquan, un dirigente que logró arrastrar una multitud en el sur de China, y en un par de años apareció capturando Nanquín. En cada provincia, aunque lejana al epicentro revolucionario los aldeanos se dividían entre los leales al Emperador y los dispuestos a sumarse a la sublevación, si bien se ignoraba exactamente lo que pretendía Hong, quien se refería a sí mismo como un profeta iluminado de Dios.

Le agradaban los chinos a Sir Ernest por su carácter amable, respetuoso pero tan discreto, casi retraído como las ostras bajo las aguas del muelle. En su infancia le agradaban los misterios, los retos a la imaginación de tal modo que la dificultad para entender a un pueblo era reto mental, que lo alegraba. Le resultaba especialmente extraña la religión de los chinos, que parecía no tener una noción clara de un dios, pero estaba llena de reverencia y respeto ante la naturaleza y el prójimo. En cierto sentido, esa religión le parecía una escolástica abstracta, una mezcla de filosofía con recetas prácticas, pero armada delicadamente como una geometría con movimiento en espiral. Los ideogramas eran demasiado para él, pero aprendió los rudimentos del idioma. Entendía lo básico del habla del pueblo y de los giros lingüísticos de la casta gobernante, los mandarines, pero prefería contar siempre con algún traductor para evitar malentendidos.
Era difícil superar los obstáculos del recelo local ante los extranjeros. Tardó meses en entablar relaciones de alguna confianza con personas de la cuidad. Su gran descubrimiento fue una mujer con cierto conocimiento del inglés, por influencia de unos misioneros establecidos en la ciudad, pero quien además tenía excelentes relaciones en cualquier rincón de la florecientes ciudad de Shangai.

Dos años de ardua labor le permiten a Sir Ernest armar el cuadro mental de las barreras que impiden el florecimiento del negocio del opio y no son las trabas de las autoridades chinas las más importantes. En gran medida son las costumbres religiosas y el liderazgo de algunos monjes, que predican la vida recta, huir de alimentos tabú y de la intoxicación.

Cuarta: En una noche de mayo ocurren dos ataques a centros donde se fuman las pipas de opio, ataques promovidos por una secta de chinos puritanos. Sigilosamente un grupo puritano entró a los locales y rompió el mobiliario, pintando amenazas en las paredes. Sir Fillington sabe que esta secta se integra con un grupo aislado de estudiantes locales.
De antemano él ha indagado, que no existe una única secta, sino una gran cantidad diseminadas en la cuidad, que normalmente las sectas no son adictas al gobierno Chino. Si bien, ninguna de las sectas locales eran verdaderos partidarios del Taiping, algunos tienen simpatías. En particular, los autores del atentado a los fumaderos son miembros de un minúsculo grupo denominado “abanico amarillo”. Los miembros de ese grupo son tradicionalistas, sin ningún interés político, y odian a los Taiping por considerarlos enemigos de la tradición.

Dentro de eventos que para otros ojos podrían ser de poca monta, para el agregado británico existe el fuego de enormes peligros, porque podrían regresar en China las políticas de prohibición. Personalmente no observa que exista una conspiración de grupos internos orquestada en contra el comercio del opio, pero las circunstancias favorecen la bandera anti-opio en las autoridades chinas. Sir Ernest comenta con el embajador Bowling (que más precisamente se debería llamar cónsul, porque su autoridad no abarcaba la representación diplomática, sino solamente de algunos puertos principales) y en el calor de la plática exagera la gravedad de la situación, argumentándole que posiblemente los ataques a los fumaderos de opio son parte de una conspiración mayor, por lo que se deben mover los hilos posibles del poder para contrarrestarla.

Quinta: Sir Fillington se adentra aún más en la vida china. En la ciudad era sencillo acudir a los servicios de cortesanas, y una de ellas le presenta a su sobrina Li, quien le resulta sumamente agradable. En principio solamente la asume como una intérprete eficiente y notoriamente culta, además le consigue informes diversos en cualquier medio social. Él recaba informes y establece una estrecha relación con Li, pero no le revela a la china el fondo de sus intereses en el comercio del opio.

Sexta: El embajador le comenta a Ernest que la situación se ha puesto al rojo vivo, pues las autoridades chinas están dispuestas a detener el contrabando de los occidentales a cualquier precio. El Emperador chino teme la fuerza de los occidentales, pero estima que la influencia extranjera es la fuente de las agitaciones, cree tener evidencias de que la rebelión Taiping ha sido fomentada por la influencia occidental.

Séptima: Sir Fillington le pide a Li que lo acompañe a una misión especial a Hong Kong. Ella y Sir Ernest llegan a Hong Kong en un velero tras una travesía sin incidentes. En la colonia inglesa el Embajador Bow recibe a su visitante. Le explica que las disputas con el Gobernador chino de Cantón son constantes, y que los chinos están entorpeciendo el comercio, que nada ha progresado en dos años, pero que pronto llegará una escuadra de guerra y piensa aprovecharse de la situación para presionar al máximo a los gobernantes locales chinos. Ya ha escrito al ministerio del exterior explicando la delicada situación y la importancia de la máxima presión.
Desde hacía años que el gobernador local de Cantón, el estratégico puerto del sur de China ubicado casi frente a Hong Kong, no permitía la entrada de extranjeros a la ciudad china, pero existían bodegas propiedad de extranjeros que comerciaban desde los barcos, que atracaban en el puerto y sobre la delgada franja del muelle. Para adentrarse en la cuidad solamente se podía entrar en misión diplomática o con salvoconducto especial.

El embajador Bow de Hong Kong comenta con fingida agitación que las autoridades chinas han abordado una embarcación y detenido a doce marineros, acusándolos de contrabando de opio. Le indica a Sir Fillington que debe aguzar su ingenio para magnificar la situación y convencer a la Metrópoli de uso de la fuerza. Sir Fillington no duda en hacer lo que se le ha solicitado, pero siente un ligero temblor interior al pensar sobre las consecuencias de sus actos. Detiene el hilo de sus ideas prefiere no pensar.

Octava: Al día siguiente, llega una misión china a Hong Kong con un “cargamento” de prisioneros chinos del Arrow, que serían devueltos a la autoridad inglesa. El embajador rechaza a diez prisioneros devueltos y una carta del Gobernador chino. La carta es rechazada sin abrirse. Les grita a los representantes chinos que no aceptará menos que una “satisfacción completa del honor inglés” y que esté bien sabido que los chinos merecen un escarmiento por la ofensa sufrida.

Novena: Esa misma noche Sir Ernest escribe: “Las autoridades chinas han ultrajado a la bandera británica, capturando una embarcación y deteniendo a su tripulación completa. El Embajador inglés indignado exige una satisfacción al Gobernador chino, por el ultraje a la bandera y una indemnización por los daños causados.”

Décima: El Embajador le indica a Sir Fillington que tiene un permiso especial para acudir a negociar con el gobernador chino, que esa la única oportunidad antes de iniciar las hostilidades. Lo único que puede aceptar como respuesta es la aceptación incondicional de un pliego de cinco exigencias: disculpas públicas, permiso para que los ingleses entren libremente a Cantón, establecimiento de ruta de navegación comercial en los ríos principales YangTsé y Huang Ho, castigo público a los oficiales chinos que subieron a bordo del barco, una indemnización equivalente a 100,000 libras y entrega de los cañones de “destrucción masiva” de los fuertes del puerto.

Sir Ernest desembarca en Cantón acompañado por Li con un salvoconducto. Es recibido por el gobernador local, quien lee la carta con calma. Dice: “Me doy cuenta de que ahora el embajador Bow, quiere guerra, porque pide asuntos que escapan de mi autoridad. Yo no puedo autorizar la entrada de las embarcaciones a las provincias interiores. Eso es asunto del Emperador. Pero dígale que aceptaré completamente lo que se relaciona con la provincia de Cantón, que incluso vaciaré el tesoro provincial. No quiero la guerra, mi gente sufrió demasiado hace veinte años con la anterior guerra.” Tomó un respiro, llamó a sus auxiliares, susurró algo y prosiguió: “Mañana en la mañana al mediodía tendrá mi carta de respuesta oficial aceptando todo lo que concierne a Cantón, y las peticiones de navegación las remito al Emperador, indicando lo delicado de la situación, recomendando que acepte sus peticiones.”

Décima Primera: En la noche se quedan Sir Fillington y Li en el hotelete cerca de la plaza del mercado, junto al puerto. A la mañana siguiente la plaza está llena de transeúntes y comerciantes, pletórica de pregones comerciales. La habitación tiene la ventana hacia la calle, a lo lejos está el mar, con barcos ingleses de guerra que se acercan lentamente.

La pareja platica sobre las peticiones inglesas y la amenaza de guerra. Ella opina que es un abuso muy poco disfrazado, pedir facilidades comerciales e indemnizaciones con la amenaza de una guerra. Él justifica la expansión, como necesidad del dinamismo inglés, su ímpetu interior obliga a la expansión y esta trae roces con los pueblos del mundo. Pero no existe una mala intensión.
Después de discutir se reconcilian, ella le dice que es él es muy bueno y que quiere tener un hijo de él, pero que no se preocupe ella lo puede cuidar sola, que él puede regresar a su país cuando deba hacerlo. Él le explica lo complicado que es un matrimonio entre razas distintas, las dificultades de adaptación que puede tener un niño entre pueblos tan diferentes.

Atardece, y los barcos se aproximan al muelle cercano a la plaza. Las cañoneras británicas abren fuego sobre la ciudad, dirigiendo lo más nutrido hacia la multitud de compradores. Antes de que puedan correr a improvisados refugios caen cientos de personas. Las naves bombardean la plaza y el mercado como si fueran un ejército enemigo, sin declaración de guerra. “Y sin previo aviso” piensa Sir Ernest “ni a mí me avisó el cónsul, yo podría haber sido un muerto fresco desde el primer disparo”. En minutos la multitud de la plaza ha desaparecido, pero quedan cuerpos esparcidos por cualquier lado. Se siguen escuchando gritos y quejidos, muchos quejidos. Después de quince minutos de fuego intenso los buques se alejan hacia la izquierda del puerto, a la proximidad del cuartel militar norte, con intenciones de continuar el bombardeo.

Al salir del hotelete Sir Ernest y Li miran entristecidos los heridos y cadáveres. Él comenta, lo que ya pensaba, que no podía concebir que se atacara la ciudad mientras él estuviera como enviado a las negociaciones. Ella comenta lo increíble de que los ingleses atacaran la población pacífica de la cuidad sin que existiera una guerra declarada. Pregunta si esa es costumbre cristiana, y Sir Ernest no contesta nada, escucha las palabras irónicas pero no tiene fuerzas para contestar, está consternado y se acerca a un anciana que perdió una mano. La vieja lloraba hace unos momentos pero ha dejado de llorar, cabecea como si se fuera a dormir, pero no va a dormir, es la agonía que se acerca.


Décima segunda: De regreso Sir Fillington en Hong Kong, el embajador le dice a Ernest, que debe esmerarse con su mejor prosa porque volaron versiones hasta Londres de que ellos, los funcionarios británicos, habían ordenado una carnicería de civiles indefensos, y si no se desvirtuaban esas versiones se terminaba la carrera diplomática de ambos.

Esa noche en la soledad de un escritorio Ernest escribe: primero lo que ha visto “con mis ojos, vi a los barcos del gobierno de su majestad británica asesinar a sangre fría a mujeres ancianas y a niños desarmados”. Después lo tira y escribe: “una banda de sectarios Taiping en sorpresivo ataque a Cantón quemó el mercado, cortando cabezas como repollos, salpicando de sangre las calles de la ciudad, hasta que llegaron los soldados a someter a esa banda de asesinos y a restablecer la paz”.
Un calambre en el estómago lo detenía. Después escribía en otra hoja: “conté más de ciento sesenta muertos y otros tantos agonizantes, cercanos a la muerte, caía la tarde la sangre se acumulaba y engrosaba el arrollo lateral”. Tiraba la hoja. Y reiniciaba. Al amanecer tenía terminado el escrito que satisfacería al embajador y dos cestos llenos de papeles rotos.

Décima tercera: El embajador lo felicita, y le indica, pero necesito que envíe otros tres escritos, que en este caso son urgentes, porque el “Manchester Post” sacó información que no nos favorece para nada. Sir Fillington le comenta de su cansancio, pero el embajador se exalta diciéndole: “Esto es una emergencia necesito de su talento”.

Décima cuarta: Llega la madrugada y Sir Ernest solamente ha terminado un artículo. En el escritorio empieza a soñar, luego gotea sangre de su nariz, entonces semi-despierta y cae en somnolencia, imaginando que la gota de sangre nasal, es un río de sangre formado de minúsculos hilillos, que manan de seres del tamaño de un pelo habitando en la caverna de la nariz, porque un huracán de rocas ha golpeado a los seres-pelo-nasal (delgados, temblorosos y quebradizos) que cae heridos y muertos, en una masa agónica, que se lamenta, clama hacia lo alto sin entender el motivo por el cual esa tormenta los está aniquilando. Casi al amanecer queda, finalmente, dormido, pero el ruido de la calle lo despierta a los pocos minutos.

Décima quinta: Al atardecer está demasiado cansado y nervioso, una sesión en el fumadero de opio de Hong Kong seguramente le ayudará a dormir. En el salón se acomoda y empieza a fumar. Al lado suyo, dos ancianos comentan la muerte de sus nietos. Ellos hablan fuerte y despacio, los entiende claramente, solamente entiende a los locales cuando conversan muy despacio. Ellos son lentos para pronunciar y se repiten. Han muerto dos nietos bajo los obuses de los barcos, sí hace un par de días, masacrados en el mercado; luego se llevaron los cuerpos en carretillas y no han podido ver los cadáveres, ya que son viejos para acercarse a Cantón. Ellos especulan sobre una fosa común para sus nietos que no descansarían en paz, creen que un espíritu no descansa si está amontonado, cree que deben llevarlos al panteón familiar.
Durante la plática las imágenes mentales se desdibujan hasta que el sueño lo va venciendo. Duerme inquieto, imagina cadáveres y gritos, pero no despierta, hasta que llega un sueño en el que Li está comprando melocotones anaranjados, intensamente anaranjados, como farolas, el vendedor presume de sus melocotones fluorescentes únicos en un mercado, cuando los barcos disparan desde lejos, y una granada del barco estalla fluorescente, segando la vida de ella. Una parte de su cabeza le indica que está soñando y se regaña para despertar, mas no puede. Se abre un laberinto subterráneo por el cual escapa, tocando paredes terrosas y oscuras, porque también lo persiguen soldados para matarlo; las cavernas rebotan gritos de ayuda, que semejan a su propia voz.

Cuando Ernest despierta en el fumadero ya es de noche. Está intranquilo, le parece que ha pasado mucho tiempo y sigue preocupado por Li. Recorre las callejuelas de la cuidad montado en el palanquín que jalan los coolíes, acudiendo a los lugares habituales y no la encuentra por ningún lado.

Décima sexta: El embajador cita a Fillington en su despacho y le dice que ahora se deben difundir amplios informes distorsionados a la prensa con los desmanes graves de los chinos, que han provocado a la flota inglesa, matan a sus propios civiles, y ahora incendian los barrios del puerto. Esa es la idea general para presentar escritos más fantasiosos que los anteriores. El cónsul no escribe con estilo literario, sino que la división del trabajo es precisa. Sir Ernest, olvidando su anterior colaboración, le objeta al embajador que estarían mintiendo descaradamente, que nada hay de provocaciones de los chinos, sino una alevosa carnicería de una ciudad civil sorprendida y mal armada. El embajador molesto solamente le alarga una frase cortante para el caso: “En la guerra todo se vale y ya iniciamos la guerra”.

Décima séptima: Al amanecer Sir Ernest solamente ha escrito en un papel “Justificando Masacres”. Con tanto cansancio acumulado Ernest durmió y había estado soñando en que China era un país de cabeza, que estar al otro lado del mundo los ponía de cabeza, pero que al girar el mundo, también Londres estaba de cabeza. En China al invertirse la sangre les subía a al cerebro hasta que empezaban a gotear hemoglobina por la nariz y las orejas. Las personas se convertían completas en gotas de sangre invertida. Esa semi transparencia de la piel convirtiéndose en rojiza a él le daba tanto asco.
Cuando lo despertó un asistente, Sir Fillington no lo entendió, lo escuchaba tan extraño como si le hablara en otro idioma, un argot incomprensible de montañeses. También esa cara de se le hizo extraña y un asco insoportable lo invadía. Los sonidos y las figuras estaban inundados por una tonalidad rojiza, como de sobrantes de una carnicería en el ocaso. Ya no soportaba la saliva en su boca, contaminada por una sensación de hiel y solamente cuando escupió en la cara de su asistente alivió ese asco. Pero el alivio fue momentáneo, quien se acercaba le parecía más extraño. Empezó a gritar y a escandalizar, pues cada persona le parecía más extravagante y asquerosa que la anterior.

Décima octava: Cuando le comentan el deplorable estado mental de Sir Ernest, el Embajador comenta: “es una lástima, Ernest era un hombre tan bien dotado, hábil con la pluma y perspicaz para conocer a las sabandijas chinas, --y como si estuviera nostálgico siguió-- es una lástima, esta victoria de la armada británica, en gran parte es obra, suya ... creo que se habría sentido tan orgulloso de la buena marcha de la diplomacia y los negocios... bueno dejemos los lamentos a un lado, como sea debemos enviarlo con su familia a Inglaterra, porque una embajada no es un manicomio”.

Décima novena: Año 1880. En una colina a las afueras de Shangai, se encuentra una pareja singular en un día de campo, fastidiados de los ajetreos del puerto comercial. Ella, la china Li, a pesar de su edad no indica ninguna cana entre su cabellera negra y lacia. Ella lee la última hoja de un manuscrito de ficción autobiográfico intitulado “JM”. Él es Sir Ernest, estrenando una casaca que recibió hace una semana directamente desde Londres. Se acerca Sir Ernest, quien luce alegre y tranquilo, con veinte años más pero sin achaque ninguno. Ella le dice: “Ahora entiendo porqué abandonaste la embajada y te enemistaste tanto con tus compatriotas, casi no tratas con nadie de tu gente; dejaste de escribir para periódicos y cambiaste el negocio familiar por el comercio de la exportación de porcelanas. Me alegran tantos cambios. Porque triste el destino de quien se arrastra justificando lo injustificable”. El responde: “gracias al recuerdo de que estabas tú, en algún lugar desconocido, pero firme como las rocas del Gibraltar,… Mi existencia hubiera sido un desastre; el ataque de nervios que sufrí en la embajada fue real, no te lo había contado. Antes de que me embarcaran volví en mí y no acepté salir a Londres. El Dr. Somerseth, ese buen hombre, me recetó unos calmantes, que transitoriamente me aliviaron. Pero el alivio completo lo obtuve cuando envié un escrito detallado y documentado a mi corresponsal periodístico y hasta a miembros del Parlamento. Entonces sí que el Embajador gritó por todos lados que yo estaba loco, pero lo amenacé con mandar pruebas de negocios que él mantenía con varios contrabandistas locales, y se calló para siempre, jamás volvió a comentar nada sobre mi persona. Al menos aquí, porque desde hace trece años lo trasladaron a la India. Creo que escapé de las penas de esos días a tiempo, y las pude enterrar, antes de que las penas me enterraran a mí. Pero, por desgracia siguieron dos años de guerra, las mentiras y las ambiciones desatadas no se calmaron hasta que mis paisanos tuvieron una tajada económica de privilegios de este país. Al menos, no esclavizaron a tu gente, quizá esas eran las intenciones del embajador...” La mirada de él se pone ligeramente vidriosa, el tono de voz ligeramente ronco, entonces ella, lo distrae preguntándole, con risa de niña: “¿Es verdad que existen monos enormes en Gibraltar, que aúllan al atardecer? ¿Me estabas jugando bromas, porque cuando me dijiste...”

Dos epílogos verdaderos:
Anotaciones históricas:
Los hechos no corresponden a un personaje histórico, pero sí reflejan los eventos reales de las relaciones entre Europa y China del siglo XIX durante las llamadas “guerras del opio”. Más que solamente justificar masacres, los europeos colonialistas fueron protagonistas de eventos vergonzosamente violentos como el bombardeo de la ciudad de Cantón en base al ridículo pretexto de que autoridades cantonesas capturaron a contrabandistas chinos en la barcaza denominada “Arrow”, la cual ostentaba falsamente una bandera inglesa para encubrir sus operaciones ilegales. Lo que nos muestra la experiencia histórica es una dualidad dentro de la conciencia europea. De un lado, en el siglo XIX predomina claramente la vertiente colonialista sostenida por las enormes ventajas económicas y militares que tenían frente al conjunto de los demás pueblos, sometidos a diversas modalidades de colonialismo. Algunas regiones, como China, resultaban todavía refractarias a la conquista directa, representando una presa difícil para la cacería colonial. Pero casi cualquier rincón del globo resultaba débil ante los fusiles y cañones de las nacientes potencias capitalistas europeas. Ante sus ventajas una parte de los europeos se engolosinó en la empresa colonial y estuvo dispuesta a sacrificar cualquier consideración cultural, ética, religiosa o hasta de conveniencia práctica para favorecer sus empresas coloniales. Ellos eran los típicos colonialistas, agentes duros de la empresa colonial. Algunos de estos típicos colonialistas, resultaban todavía peores y enmascaraban la vileza de sus objetivos bajo justificaciones religiosas y morales, entre las que destacaba la promoción de la fe cristiana. Sin embargo, en pleno auge de la empresa colonial una parte importante de los europeos escapaban o resistían la empresa conquistadora por diversos motivos. Aunque ellos fueron marginados y marginales en el siglo XIX, significaron un freno para los desmanes de sus compatriotas. El maltrato a los pueblos colonizados fue combatido por una minoría moralista, que ocasionalmente logró convencer e involucrar a las naciones europeas refrenando los abusos; una minoría importante que unas veces mostró fuerza y otras debilidad, astucia e ingenuidad, decisión y ambigüedad. Pero en su pureza estos dos bandos cristalizaban los extremos. De un lado, los agentes del colonialismo y su hambre por territorios y riquezas fáciles, y del otro, quienes sabotearon conscientemente la empresa colonial. En el arco de la existencia humana están quienes vacilaban, pero de forma aún más interesante quienes variaron su posición ante la experiencia, porque la vida podía mostrar los filones secretos y los enormes panoramas velados por la distancia, lo que jamás imaginaban los habitantes de las metrópolis quienes vivían a enormes distancias de la realidad colonial.

Esta minoría no-colonialista sembró la sensibilidad europea en el largo plazo, ganando una sensibilidad que sacó a la humanidad de mitad de siglo XX de un dilema ominoso, cuando las colonias estaban maduras para una rebelión anticolonial y las potencias occidentales habían extendido una mancha de poder en el globo entero, pero quedaban debilitadas para mantener ese régimen colonial, esencialmente despótico y discriminatorio. Esa labor que socavó las convicciones imperiales en Inglaterra, Francia, Portugal, España, etc., y permitió una retirada “honorable” de gigantescos territorios, si bien las enormes luchas de los pueblos coloniales hacía inminente una extensión de estallidos de rebeliones. Algunos pueblos, como Argelia y Vietnam, solamente se soltaron del yugo imperial a sangre y fuego; pero no fue necesario un baño de sangre en cada rincón del planeta, pues muchos pueblos encontraron el camino abierto después de las refriegas de los demás. La prevención de ese baño de sangre fue la obra de los nativos visionarios de las colonias, pero también de europeos quienes en pleno auge colonial del siglo XIX no aceptaron la condición de opresores como su propio destino, convirtiéndose en los sembradores de la sensibilidad y la ética presente.

Anotaciones lingüísticas: La letra jota tiene importancia metafísica por ser la inicial de Jesús, por lo mismo su inversión debe ser interpretada como el signo de la inversión de los valores. Sin embargo, en la evolución de los lenguajes ciertas palabras pasan de la letra i a la jota, de tal manera que una vocal se convierte en una consonante. El término de justificación es un derivado del concepto de la justicia, que es de cuño antiquísimo. El latín para justicia es “iustitia”. Esta forma deriva hacia la letra jota en español, francés, portugués e inglés, y hacia la letra ge en italiano. El tema mismo de la justicia es la valoración del ser humano, y el tema de la justificación es la conversión de la justicia en una dinámica. Mientras la justicia, que como diosa romana ofrece su imagen en la mujer con la balanza en la mano, la justificación es una dinámica, por eso no posee un signo fijo. La justificación se supondría que es poner en operación la justicia para la valoración del mundo, por lo que su inversión es una ausencia de justicia. Pero la inversión de la justificación va más allá, por eso el vacío completo de justificación también es el vacío de significado.

Si bien la letra eme es una consonante que se pronuncia con la boca cerrada, por lo que su contenido es una invitación al silencio, también es utilizada para los extremos de la vida. Esta letra indica la muerte y la madre, lo extremos del caso de la vida, su origen y su final. La masacre refiere al superlativo de la muerte. Aunque en algunos idiomas se considera un galicismo, su raíz parece ser también latina. Resulta interesante, que en inglés se use con la doble ese, como indicando su condición de masa, de situación masiva. Pero la muerte intencional contiene el signo de lo lamentable, ya mancha la conciencia, por eso el deseo de su inversión revela la mancha sobre la mancha. Invertir la m de la masacre: una pequeña defensa sobre la gran ofensa de la muerte, tal es la intención de lavar con líquidos corporales una pena.

sábado, 12 de enero de 2008

ALDOUS HUXLEY: EL MÍSTICO HIPPY



Por Carlos Valdes Martin

Las protesta mística
Alguien descubrió, como una revelación súbita, el poder de las flores, el advenimiento de nuevos tiempos. Incontenible y visiblemente emocionado indicó: "Continué en contemplación de las flores y, en su luz viva, creí advertir el equivalente cualitativo de la respiración, pero de una respiración sin retorno al punto de partida, sin reflujos recurrentes, con sólo un reiterado discurrir de una belleza a una belleza mayor, de un hondo significado a otro todavía más hondo. Mas vinieron al pensamiento palabras como Gracia y Transfiguración y esto era, desde luego, lo que las flores, entre otras cosas, sostenían." Son las palabras de Aldous Huxley para describir su experiencia con una potente droga, la mezcalina, palabras con las cuales abría el camino a la cultura hippy o jipi, la cual es una contra-cultura, una expresión de protesta defensiva ante las condiciones culturales imperantes. Encontramos, pues, a un profeta, precursor artístico, inventor del soñar despierto anunciando la cultura hippy y el "poder de las flores". Lo que para muchas personas permanece dentro de una experiencia ordinaria, una "alucinación" sin importancia, en la conciencia de este artista se convierte en el camino del absoluto, la comprobación del más allá brotando cerca, que basta escurrir un poco los sentidos, para ver los colores de lo inaccesible, donde nace el anuncio de lo infinito. Huxley ingiere mezcalina, pero su experiencia no ofrece una alabanza simple a las drogas, sino el invento de una metafísica personal o el redescubrimiento de todas las metafísicas; porque recupera los "estados alterados de conciencia" como vínculo entre la conciencia empírica espontáneamente materialista y las religiones de casi cualquier latitud.
Sin embargo, Huxley presenta una religión extraña, define un sincretismo que abraza en un solo golpe de vista y comprensión a los ermitaños medievales, a los monjes tibetanos y a los indígenas americanos, ese cosmopolitanismo metafísico es parte de otro cosmopolitanismo, el moderno: la universalidad de la sensibilidad y la apertura de horizontes para disfrutar las formas de expresión de todas las latitudes, la plena sensibilidad del arte universal. El sincretismo de Huxley es más místico que religioso. En cualquier religión institucional, cada iglesia está peleada contra las demás, cada cual se cree dotada de la revelación y combate a las mentiras de los demás; por eso el abrazo místico no es religioso, sino partidario de una unidad sincrética. Las creencias sincréticas de Huxley, a fuerzas de ser compartidas por muchos, se convierten en herejías popularizadas, en creación de la conciencia libre.

Percepción infinita
El interés por lo sagrado de Huxley se podría interpretar escépticamente como una tendencia particular de una mentalidad determinada en medio de una alucinación personal, pero ahí solamente se revela lo anecdótico o un deseo de esterilizar esa experiencia. Lo significativo de Las puertas de la percepción es que procura universalizar una experiencia no racional de la conciencia, ese territorio donde la vigilancia por la cohesión y la coherencia han cesado. Casi entero el esfuerzo educativo moderno se encamina a encajonar la conciencia dentro de dos esquemas (metamodelos): la racionalidad formal y el consumo pasivo (como bienes o espectáculos). Pero la totalidad del movimiento de la conciencia no se limita a esos ámbitos y también están contenidas otras posibilidades de la percepción, y en tanto posibilidades son de naturaleza infinita. El título del libro Las puertas de la percepción se debe a un aforismo de William Blake que es todo un programa: "Si las puertas de la percepción quedaran depuradas, todo se habría de mostrar al hombre tal cual es: infinito". Tema que adquirió notoriedad popular al inspirar a Jim Morrison y su grupo The doors. El infinito convertido en inmediatez desborda en misticismo, porque mientras se procura mantener erguidas las mediaciones entre cada persona y el infinito entonces estamos todavía en el terreno del intelecto o de la transformación material[1]. La visIón sagrada es afín con el arte, pues éste busca la conversión de un objeto único en inmediatamente universal (su valor específico), es patente con el misticismo como captación estática del máximo universal imaginable (la divinidad). Y en este caso de Huxley la frontera se convierte en más delgada, casi el filo de un vacío, porque aparece el misticismo presentado como sensación; como indicando que se relaciona estrechamente la experiencia interior mística (entre luces brillantes del más allá, iridiscencias del pozo inconsciente, brillos fulgurantes barrocos...) con el arte que es la expresión exterior (la pintura de los fulgures misteriosos, la poesía que describe el mundo de los ángeles y demonios...) de esa misma dimensión.
Por ejemplo, Huxley indica: "Yo miraba mis muebles no como el utilitario que ha de sentarse en sillas y escribir o trabajar en mesas, no como el operador cinematográfico o el observador científico, sino como el puro esteta que sólo se interesa en las formas y en sus relaciones con el campo de visión o el espacio del cuadro. Pero, mientras miraba, esta vista puramente estética de cubista fue reemplazada por lo que sólo puedo describir como la visión sacramental de la realidad. Estaba de regreso en donde había estado al mirar las flores, de regreso en un mundo donde todo brillaba con la Luz Interior y era infinito en su significado."[2] Lo anterior no acontece en todos los casos, pero así lo resulta completamente en la obra de arte místico, incluso cuando no lo es por intensión, sino por un contenido implicado, como en ciertos cuadros donde la presencia de ciertos colores brillantes, combinaciones de texturas barrocas y relucientes son como señales de un más allá místico, como la puerta a un estado alterado de conciencia, del cual solamente los elegidos conocen la llave, pero el lego lo siente, el lego percibe algo moverse muy abajo de su conciencia normal y hasta se puede convertir en "arte inductor de visiones" como el mencionado en Cielo e infierno, la continuación temática de su experiencia[3].
Ahora bien, independientemente de la respuesta, la expectativa sobre el más allá orienta el sentido de la vida, de hecho esa es una función clave de las religiones. Bajo ese rubro, según la respuesta sobre el tema del más allá, se codifica la moralidad y la interpretación global del destino humano, incluso cuando se seculariza la interpretación del mundo también se establece un código de trascendencia[4]. Y aquí nos encontramos en el corazón de una paradoja, vivida como un gran mito generacional hacia el eje de 1968: la integración del absoluto al mundo terrenal. La sicodelia no era una profanación, sino un enlace con el más allá, por medios condenados socialmente como fueron y lo son las drogas o por medio -difícil de condenar pero no falta quien lo haga- del arte. Sin embargo, esa tentativa, a diferencia de la ingenuidad interpretada como fe tradicional exigía una respuesta rápida, una solución a la carencia del alma individual y en ese sentido la sicodelia no resistía la prueba de los hechos, porque esta experiencia de absoluto no esperaba el cielo o la reencarnación para probar su verdad, sino esperaba cumplir su deseo inmediato de tocar el cielo abriendo las puertas de la percepción. Entonces, Huxley adivinaba o profetizaba sobre un anhelo generacional: alcanzar un cielo terrestre mediante las puertas de la percepción.

Montaña de cristal
No toda la juventud que adoptaba el jipismo aspiraba a ese misticismo (u otra variedad mística), pero produjo una vertiente importante, una "necesidad" expresa de nuevos tiempos, cuando religiones tradicionales perdían autoridad. Pero, además de la pérdida de autoridad del más allá heredado, también el mundo convencional estaba en crisis, en ese sentido el jipismo universalizaba la posición existente en muchos artistas modernos, quienes se consideraban parias sociales, marginados o malditos[5]. La contradicción entre la sensibilidad cultural y la existencia ordinaria, la adaptación a los roles sociales y a las exigencias ordinarias explotaba por el eslabón más débil: en la juventud. La especial ventaja del jipismo residió en su aceptación general, no exigía sensibilidades extraordinarias sino percepción de masas -y las ideas que arraigan en las masas se convierten en poder social- acentuada por una coyuntura muy especial: el rechazo de la guerra de Vietnam, esa insensata aventura imperial.

Un tema esencial de la expresión artística siempre ha sido la rebelión de la vida contra la muerte y esta comunicación, al final de los años sesentas, entre la juventud antimilitarista y la sensibilidad artística no era un secreto. Una multitud de jóvenes estaba ansiosa de rechazar un destino social manifiesto de población sobrante como carne de cañón, mientras se decoraban la cara y la ropa para decir solemnemente que ellos también compartían con el arte esa cualidad, detestando la guerra como la mayor profanación. Y en ese sentido el mundo sagrado de Huxley se liga con este lado vital de la protesta juvenil. Porque incluso su misticismo específico no queda aliado con el ascetismo que exige la muerte de este cuerpo como una liberación, sino la añoranza por la continuación de la vida más allá del destino biológico, en fin, se presenta este misticismo como deseo de la continuación de la vida con plenitud. Este vitalismo es protesta inherente contra la maquinaria militar; su divisa revela que la guerra profana la santidad de la vida, mientras que el sexo no mancha. La conquista anhelada de la nueva juventud ya no implicaba la colina del enemigo, para arrancar una bandera extranjera, sino que la nueva conquista deseada es alcanzar una montaña de cristal con luz propia, con multicolores intensidades, dentro de las cuales cada individuo redimido viva más allá del límite mundano.

NOTAS:

[1]Una visión filosófica de gran altura nos indica que esa es la función verdadera del pensamiento, alcanzar el infinito: "La elevación del pensamiento sobre lo sensible, su ascensión desde lo finito a lo infinito, el salto que damos rompiendo la serie de los sensible hasta lo suprasensible; todo esto es lo que constituye el pensamiento" HEGEL, G.W.F., Enciclopedia de las ciencias filosóficas, p. 33.
[2]HUXLEY, Aldous, Las puertas de la percepción, p. 27
[3]HUXLEY, Aldous, Cielo e infierno.
[4]Quedaría por aceptar que la estructura general del ser humano es la trascendencia como estructura básica de la libertad, de acuerdo a El ser y la nada de Sartre.
[5]El arte que se considera específicamente moderno, recurrentemente, desde el siglo XIX, se ha enfrentado de diversas manera con el sistema social y, en lucha desesperada (aunque también en paradojas de complicidad singular también) el artista de vanguardia, reiteradamente, es un marginado de la sociedad, de ahí que muchos se asumieran como malditos.

viernes, 11 de enero de 2008

FOUCAULT: LA CRITICA IMPOTENTE



Por Carlos Valdés Martín

CORRIENTE
Celebrado como uno de los grandes contestatarios del siglo XX este autor, Michael Foucault, presenta un pensamiento paradójico que a unos seduce y a otros repele. Sigue un balance de este autor, centrado en la colección presentada en la Microfísica del poder, donde él realiza una visión retrospectiva desde la cima de su carrera intelectual, porque describir su movimiento intelectual completo resultaría demasiado ambicioso. Ubiquemos a este autor: primero como estructuralista y luego se integra definitivamente como posestructuralista. En su primera etapa amplía y profundiza con radicalismo lo que caracteriza al estructuralismo: la supresión del sujeto. Alumno de Althusser que sobrepujó la apuesta objetivista, planteando una "retórica del fin del hombre" [1] y ya en los 70's sigue con su idea de que "Es preciso, desembarazarse del sujeto constituyente, desembarazarse del sujeto mismo" [2]. Bajo el dominio ideal de la estructura Foucault, parece contar con un pesimismo de fondo, su lectura podría invitarnos al desenlace de una tragedia. Porque si el dominio de lo "práctico inerte", la estructura, es el hilo conductor de toda la realidad humana, entonces la vida individual, queda refugiada en el último reducto conformado por el cuerpo (mejor dicho en cierta conciencia del mismo, su noción inefable), no tiene otra salida que padecer en la marginalidad.

EPISTEMOLOGIA: LA RELATIVIDAD DE LA VERDAD
Foucault se integra, al parecer alegremente, a la expedición de cacería en contra de la verdad misma. Retomando un legado del último Nietzsche, denuncia a la verdad como ilusión. A final de cuentas, no es posible una completa demolición del criterio de verdad, pero al menos se le atenúa. Observemos la siguiente cita: "La voluntad de verdad produce su conocimiento a través de una `falsificación primaria y permanente reiterada que plantea la distinción entre lo verdadero y lo falso'" [3]. Ese tipo de argumentación coloca un torpedo bajo su propio barco, disolviendo lo mismo afirmado, mediante una negación circular inmediata. Existen matices sobre la relatividad de la verdad, pero de cualquier modo afirmar que la distinción entre verdadero y falso es una falsedad, ya implica un autogol lógico, porque tener razón es ya estar equivocado, decir la verdad significa mentir. En cualquier caso observamos una relativización de la verdad, ligada a la productividad del poder, entonces debemos captar que "Por verdad, entender un conjunto de procedimientos reglamentados por la producción, la ley, la repartición, la puesta en circulación, y el funcionamiento de los enunciados" [4]. De tal modo que la verdad no es el conjunto de cosas verdaderas, sino un objeto del poder, producto de múltiples imposiciones. Más aún, niega que se trate de un fruto de la libertad, la verdad "no es, a pesar de un mito (...) la recompensa de los espíritus libres, el hijo de largas soledades, el privilegio de aquellos que han sabido emanciparse"[5]. A pesar de esa base negativa del discurso foucaultiano, la verdad no es posible erradicarla, por lo mismo se relativiza al extremo: "los discursos (ideológicos) no son verdaderos ni falsos"[6], mas en ellos se deben buscar los "efectos de verdad" al interior de los mismos.
Con la atenuación de la verdad (y junto con ella de la cientificidad, etc.) , solamente queda vivo el lenguaje, con sus complejos juegos entre el significado y el significante. En esta corriente postestructuralistas ocurre una completa explosión del lenguaje, ahora resulta doblar y desdoblar los discursos, exprimir las palabras, significar a los signos y asignar los significados, retorcer las evocaciones, liquidar las sobras sobre lo dicho, etc. Inicia Foucault desde el legado de Saussure, y entonces arranca de la lingüística estructural y su estudio del signo para sus primeros textos (Las palabras y las cosas), luego está tratando de manifestar independencia. "Pienso que no hay que referirse al gran modelo de la lengua y de los signos, sino al de la guerra y de la batalla. La historicidad que nos arrastra es belicosa: no es habladora"[7]. Sucede que Foucault está rechazando al estructuralismo clásico, donde la estructura anula al "suceso" (contenido irreductible de la historia), y en ese rechazo plantea el paso del lenguaje a la guerra, como modo conceptualmente adecuado de captar la historia (la totalidad). Sería una curiosa paradoja que el terrorismo extremo, la guerra, diera la posibilidad para comprender respetando un discurso clave, como el político y hasta histórico, que necesariamente nos remite a la totalidad de lo real. De nuevo la fundamentación negativa de Foucault amenaza con hacer saltar su teorización por la borda, lo cual no se cumple, gracias a que él no es consecuente, y mantiene el legado lingüístico en su discurso, combinándolo con otros ámbitos, la política, la geometría, etc. De tal modo lo muy prolifero, muchos escritos, se vuelve poco fructífero, pocas revelaciones.

HISTORIA
Junto con la verdad, el estudio de las causas se va evaporando, y poco a poco, van dominando "las condiciones de posibilidad" como si fueran las causas. En la arqueología del saber, de continuo las condiciones de posibilidad, -entorno social, ideológico, etc.- son presentadas como si fueran las causas del pensamiento. Bajo tal concepto, siempre existe la tentación de la metafísica de la continuidad, que al parecer con él se cumple con el escurrimiento eternizador del "poder". El sello de la historia es el bélico, la guerra misma le parece favorece la coherencia general de la historia, la coherencia de su herida, la continuidad de las luchas, las estrategias y las tácticas. En las obras posteriores, esto se conjuga con una creciente aceptación de la casualidad como demiurgo de la realidad, la consideración estableciendo la visión de que la historia es un accidente legislado.

CUERPO: LA ÚLTIMA TRINCHERA
El delirio dionisiaco originario refugiándose frente al orden apolíneo, tal es el núcleo humano que pretende reivindicar Foucault. Digamos que su bandera semeja el recinto de la libertad verdadera, una experiencia anterior a la razón, una inocencia originaria del cuerpo anterior a la sexualidad socialmente ordenada. Al parecer esa naturaleza pre-social escurre como agua entre las manos, la hipótesis de una libido virginal que siempre se escurre en cuanto se la cree atrapar. El cuerpo presente, el de las personas ordinarias, es el producto deformado de una gigantesca ortopedia del poder, pura sujeción, que va de la cabeza a los pies pasando por todos los órganos, porque las relaciones de poder penetran los cuerpos.

MILITANCIA
Tras los acontecimientos de Mayo de 1968, Foucault se identificó dentro de una corriente neoanarquista (aunque podría precisarse dentro de cierto liberalismo). Hay consecuencia con su visión del poder omnipresente y maldito, frente al cual solamente quedaría algo así como resistir sin esperanza. Se trata, según su propia definición explícita, de una militancia desestructurada, porque la totalización en la figura de la guía de los intelectuales es contraria a Foucault. Simplemente busca la sugerencia puntual, la colaboración transversal.

PODER E IMPOTENCIA
Esencialmente se considera a Foucault como un teórico del poder, aunque su enfoque sea diverso y variado, con estudios sobre el conocimiento, la historia, etc. Ante el poder su posición es la de un crítico sistemático, esa es su finalidad y deber, por eso "El papel del intelectual (...) es ante todo luchar contra las formas del poder allí donde este es a la vez el objeto y el instrumento: en el orden del saber"[8], pero se entiende, que no es "el papel" de lo que es sino el deber ser del intelectual; en ese artículo Foucault da el consejo a los intelectuales de que ya no pretendan ser vanguardia o conciencia general del pueblo.
Al mismo tiempo, este deber es una imposibilidad trágica en dos terrenos básicos. En primer lugar, el poder ha arraigado dentro de cada uno de los sujetos, tan profundamente, que no solamente se apodera de las conciencias, sino hasta de los cuerpos, el poder semeja al demonio logrando posesión carnal, porque "cada uno es en el fondo titular de cierto poder y, en esta medida, vehicula al poder"[9] y esto vive en el cuerpo "Existe una red de bio-poder, de somato-poder que es al mismo tiempo una red a partir de la cual nace la sexualidad"[10]. En segundo lugar, aunque en esencia el poder de Foucault es el enemigo principal de la humanidad, la encarnación del mal, éste posee un ser positivo: "Lo que hace que el poder agarre, que se acepte, es simplemente que (...) produce cosas, induce placer, forma saber, produce discursos; es preciso considerarlo como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social"[11]. Si resulta que esa entidad produce todo eso resulta imbatible, cualquier combate resultará fútil, gestos en el aire. El combate contra un poder incluyendo en su seno a la producción, el saber, el placer y al sujeto individual (por no hablar del Estado, la policía, etc.) resultaría impotente[12].
El problema de fondo no es si esto contiene parcialidades ciertas o falsas, sino la base del problema. Foucault parte de atacar sistemáticamente todo poder, golpearlo, desmontarlo, y esa significa una intensión radical. Al investigar material concreto, en sus genealogías se va encontrando ramificaciones, que ligan a la forma evidente de poder estatal con la ciencia, el cuerpo, la producción, etc. Parece convencido de que presencia las ramificaciones derivadas de una misma cosa, del mismo árbol torcido del poder. Y las ramificaciones son positivas y poderosísimas, productoras de la vida humana, por eso Foucault insiste finalmente en la "productividad del poder", que es lo que le permite desplegarse a través de toda la sociedad, y por lo que el papel represor del poder lo considera secundario. Como para Foucault cada sujeto debe desaparecer de la teoría, entonces resulta que el árbol torcido del Poder produce también la realidad a la que parasita. Así, el poder puede ser concebido como absoluto, como el fundamento de sí mismo y de lo otro, esa sociedad a la que parasita. Sin embargo, casi en el más allá existe algo en el cuerpo que resulta martirizado, un remanente intocado, un componente dionisiaco que escapa por su otredad; sobrevive una corporeidad de alteridad tan radical que escapa incluso a la definición sexual, aunque de alguna manera ligado al placer. Parece que Foucault defiende una “alteridad del cuerpo m{as allá de lo sexual”, como verdadero núcleo de humanidad frente al abusivo poder.
Rebasar el horizonte de Foucault exige considerar que el poder (político) es lo derivado del poder (material). En el sentido radicalmente positivo del término “fuerzas productivas” está contenido el sentido real del poder, indicando que el esencial potencial (poder) humano es su capacidad de crear su mundo. Sobre esa gran capacidad de producción humano se levanta esa forma centralizada de tomar decisiones coordinadas, que llamamos en singular el poder. La existencia misma de decisiones coordinadas, la esencia del gobierno, Estado y política, se basa en la producción material. En este sentido, el horizonte radical no es la lucha contra todo poder, porque carece de sentido una lucha contra toda producción, contra las bases mismas de la existencia humana. En ese sentido, Foucault diseminando su ataque al poder por el camino de la microfísica, y entonces se contrapone, incluso a las bases de la existencia humana.
En general, la distinción entre poder positivo (productivo) y negativo (represivo) es necesaria, pero instaura una diferencia más radical de lo que supone Foucault, porque redefine el campo de batalla y a la crítica misma.

MICROFISICA DEL PODER Y PAPEL DE LA TEORIA
Curiosamente la confusión de Foucault obliga a que la crítica del poder se aloje definitivamente en la microfísica, pero contrapuesta y separada de la macropolítica. Foucault se manifiesta consciente de su bloqueo: "El papel de la teoría hoy me parece ser justamente este: no formular la sistematicidad global que hace encajar todo; sino analizar la especificidad de los mecanismos del poder"[13]. Foucault alaba las luchas puntuales y parciales como su modelo idóneo y también considera que las teorizaciones mejores son las parciales. Esto revela una intención positiva, y entonces creo que la práctica del movimiento feminista y homosexual lo confirma, así la crítica foucaultiana al poder resulta útil para una lucha parcial defensiva, se adecua como ideología para ciertos tipos de lucha. En especial, lo que sabemos de su vida y ciertos elementos de su teoría del cuerpo y de la sexualidad lo hacen adecuado al movimiento gay, porque precisamente no pretende reivindicar al cuerpo en tanto naturaleza o naturaleza reprimida (como el movimiento de la revolución heterosexual de Wilhelm Reich), sino de defender un más allá de la naturaleza corporal, un eros dionisiaco que se mantiene oculto a lo largo de la historia y cuya relación con el poder estatal es compleja, porque combatiéndolo lo sostiene[14]. De ese modo no debe sorprender la proliferación del impotente discurso del poder dentro de un importante movimiento de protesta social, porque su impugnación enmascara sus límites. Los enmascara porque ese discurso es útil para sostener una práctica de reforma con discurso radical sobre la vida cotidiana.


NOTAS:
[1] ANDERSON, Perry, Tras las huellas del materialismo histórico, p. 42
[2] FOUCAULT, Michel, Microfísica del poder, Ed. Tusquets, p. 181
[3] ANDERSON, Perry, op. cit., p 53
[4] FOUCAULT, Michel, op. cit., p. 189
[5] Ibid., p. 187
[6] Ibid., p 182
[7] Ibid., p. 179
[8] Ibid., p. 79
[9] Ibid., p. 119
[10] Ibid., p 156
[11] Ibid., p. 182
[12] Lo desagradable del discurso Foucault de la impotencia lo detecta también Marshall Berman, quien considera que éste niega cualquier clase de libertad. De ahí también su éxito: "sospecho, que Foucault ofrece a una generación de refugiados de los sesenta una coartada histórica mundial para explicar el comportamiento de pasividad e impotencia que se apoderó de tantos de nosotros en los setenta", BERMAN, Marshall, Todo lo sólido se desvanece en el aire, p. 25.
[13] FOUCAULT, Michel, op. cit., p. 175.
[14] En este punto cabe especular sobre la ambivalencia ante el poder. La relación entre el eunuco y el rey indica la complejidad de la refuncionalización entre el poder estatal y la condición homosexual, donde la represión y el apoyo no se excluyen. Esta contradicción entre las estructuras políticas y las emocionales en un largo periodo histórico refleja una ambivalencia, donde Foucault teoriza, porque su crítica aparentemente radical posee también un tinte de veneración al poder estatal, como si mirase hipnotizado a una luz todopoderosa emanando del Poder.

REVOLUCIONARIOS DE CAFÉ



Por Carlos Valdés Martín


SE LEVANTA LA SESIÓN
Gira la hora
sobre la orilla redonda
redomada
regresando al mismo punto
después de 59 minutos el mundo ha cambiado
y estamos en el segundo uno
Los otros parroquianos está absortos en las compras del día
y en sus telehistorietas
y en sus hijos
y en sus dolores con esperanzas de la esquina rota
y en sus mujeres de cabelleras largas no tan suyas
y en sus hombres siempre infieles
y en sus propiedades no tan propias
y en sus recuerdos propios y prestados
A contrapelo de esos parroquianos propios
en esta mesa
que no es nuestra ni tuya
sobre estas sillas
duras y cercanas
sobre este aire prestado de ciudad
estamos tan preocupados
por el humo de una esperanza perdida
por un mundo que parece ser de ciertos amos
Los insomnes estamos preocupados y presurosos sobre un suelo
que insinúa tener amos
dueños: este mundo parece tener: dueños
Los amos se esconden pues ni las sillas
ni el aire
ni los parroquianos
ni sus telehistorietas
ni sus recuerdos
ni sus mujeres
ni sus hijos
indican ser de ellos
Vaya que hasta la taza de café pareciera no ser de nadie
en este espacio reflejo de neón.
"Las cosas no pueden seguir así": dices
"Las cosas del mundo andan mal": confirmo
"Los recuerdos están pudriéndose hasta en los vecindarios": comentas
"Pero déjame que te diga": replico
"Lo que sí es aberrante": te alteras
"La miseria crece y crece": me indigno
Gira la hora
después de 59 minutos el mundo ha cambiado
y estamos en el segundo uno
"Esto no puede seguir así": sentencias
"Estoy contigo": concedo
"Existe un plan de lucha": anuncias
"Pero siempre existe un pero": anuncia el distante eco burgués de la inmovilidad
Gira la hora
después de 59 minutos el mundo ha cambiado
y estamos en el minuto uno
Muy cerca
preciso a su cita nocturna
llega el sonido de unos neumáticos
como un grito
que no gira
que tampoco es tuyo
ni mío
ni del vecino
ni del mesero
ni de los parroquianos
ni creo que pertenezca a los amos del mundo
El ruido de neumáticos asalta los cristales y se impacta en los muros
después un golpe seco
con un suspiro que lo ataja
Vidrios rotos como campana
Y antes de que terminaras de decir "Esto no puede seguir así" ya lo imaginas
Tras los cristales salió volando el periodiquero de la tarde
al vendedor de periódicos le cayó el silencio
la injusticia o el frío nocturno
en forma de carcacha
como faros con cofre
como casualidad y destino
como broma de inseguridad pública
Lo cierto es que el cadáver fresco de un vendedor de periódicos
afuera
a media calle
a media noche
levantó la sesión
sin que pudieras terminar
de decir: "Esto no puede seguir así"
y el resto ya no lo imaginas.




LA REVOLUCIÓN ES CAFÉ
Por su color
que era rojo y se fue coagulando
con esa palabra tan desagradable
del carmesí profuso
formó su charco
se estancó de heridas
cuajó en sus venas exteriores
y se convirtió en costras
lo que fue sangre
Por eso el color café es de la revolución
también un signo
además de un coágulo
Quizá por eso
los revolucionarios se reúnen alrededor de las tazas



OTRAS REUNIONES
Me dan envidia los delegados que asistieron al cementerio
los espectros no asisten a los congresos con regularidad
por eso un congreso clandestino tuvo un sitio maravilloso
eligiendo como refugio un lugar oscuro entre las lápidas
Los delegados se disfrazaron de frailes
con batas encapuchadas para hacer coro
y sigilosamente escaparon de la mirada policiaca
Las planchas de mármol los recibieron con indiferencia
nada importa en la falta de memoria
Pero las revoluciones son el ritual que levanta a las tradiciones
muertas
que hace temblar a las instituciones
también muertas
que conmueve a las conciencias
casi muertas
que subleva a las sensibilidades
incluso las sensibilidades de sus enemigos
que parecían muertas
Ese ritual se escondió entra las lozas de mármol
se ocultó en la noche
como si de verdad invocara ánimas petrificadas
Finalmente en vano:
los muertos dan cita hasta que venga la Eternidad


GUARDIAS DE ALBORADA
Quienquiera que haya secuestrado a un loco
para martirizarlo y así escarmentar a los huelguistas
está más allá de la locura
ordinaria
callejera
somnolienta
Quienquiera que pretenda
maltratar al limosnero necio
no sabe de razones
ni de sentimientos

Los guardias del alba vieron que
lo tiraban como un bulto
estaba amarrado y tundido a golpes
Lloraba como niño
y no se explicaba
siempre un loco limosnero
no tiene palabras para disculparse
ni para acusar a sus raptores

El bulto lloraba y gemía
y en el pecho traía colgado un
letrero: "Pinches huelguistas les vamos a partir su madre"

Los guardias del alba rompieron el papel
mientras le ofrecían bebida caliente a
un bulto que lloraba y gemía


EL GIRAR DE UN TORNILLO
Diríase que es un orador
uno grande
una voz que convence
Erguido en ese promontorio
lo escucha el viento y la lluvia
como hace mucho tiempo
lo escuchaban los estudiantes
Hace mucho tiempo se fueron los estudiantes
-eran su generación-
ahora hundidos en sus propios afanes
-frescos en su recuerdo-
inalcanzables a su mirada
-clavados en su mente-
Hace años se alejaron los estudiantes
en la diáspora del fin de cursos
mientras él se anclaba
plantado en la bahía
mientras la marea escapaba
Cuando la marea estudiantil se alejó
con su tumulto y su algarabía
él se fue arrinconando en su promontorio
Hace años se alejaron los estudiantes
y ahora, por fin,
él es el mejor orador
por fin lo ovacionaron
las nubes del atardecer
lo corearon las estrellas
sollozó el sol del mediodía
Y ahora que es el mejor orador
erguido en el promontorio
está tan solitario
aunque las nubes ovacionaron
su último discurso silencioso